Políticos y sacerdotes. Osho

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Políticos y sacerdotes - Osho Sabiduría Perenne

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frescas de rocío, está llena de fragancia. No te imaginas que por la noche esos pétalos se vayan a caer al suelo y desaparezca la rosa. Te gustaría que fuera eterna, pero tendría que ser de plástico para que tal cosa ocurriera, no podría ser una flor de verdad.

      Una flor de verdad tiene que ser momentánea. Si es de verdad, solo puede ser momentánea, porque para que fuera permanente tendría que ser de plástico.

      El plástico es un descubrimiento reciente. En los tiempos del Buda, Mahavira, Mahoma o Jesús, no se conocía, por eso digo que el paraíso debe ser de plástico. El paraíso, en el caso de que exista, solo puede ser de plástico, porque la característica del plástico es que no muere, es inmortal. Actualmente, los científicos están muy preocupados, sobre todo los ecologistas, porque, debido a su bajo coste, todas las cosas de plástico se desechan. El vidrio no era tan económico y por eso se guardaban las botellas y se devolvían para recuperar el dinero del depósito. El plástico es tan barato que todo lo que se fabrica en plástico es desechable, se usa una vez y después se tira sin que sepamos a dónde va. Se va acumulando en los océanos, en los lechos de los ríos y en los lagos debajo de la tierra, pero la naturaleza no puede desintegrarlo porque no está preparada para ello, no está diseñada para disolver el plástico.

      Si Dios ha creado el mundo, evidentemente no es omnisciente. Al menos debería haber sabido que iba a aparecer el plástico algún día. En la naturaleza no ha previsto nada que sirva para desintegrarlo, no hay ninguna sustancia química que lo haga. Por eso se va acumulando. Dentro de poco habrá tanto plástico que acabará destruyendo la fertilidad del suelo y contaminando las aguas. Nada podrá destruirlo y el plástico lo destruirá todo.

      En el paraíso hinduista, las apsaras… ¿Cómo se podría traducir la palabra apsara? Son señoritas de compañía de los grandes sabios que viven en el paraíso. Evidentemente, necesitan señoritas de compañía. Estas señoritas o apsaras son las más bellas, como no podía ser de otra manera, y siempre se mantienen jóvenes. Esto me ha llevado a pensar que deben estar hechas de plástico. Están estancadas en los dieciséis años y tienen la misma edad desde hace millones de años. Para la mentalidad hindú, una mujer llega a la madurez a los dieciséis años, por eso siempre tienen la misma edad.

      Las apsaras no traspiran. En la época de Mahavira, el Buda, Jesús o Mahoma, no había desodorantes, y lo único que se les ocurrió pensar es que las señoritas que estaban al servicio de los sabios no debían sudar. Tu cuerpo tiene que ser de plástico para que no traspires, de lo contrario, es inevitable. Y esas mujeres tampoco envejecen, nunca mueren.

      En el paraíso nada muere, nada envejece, nada cambia. Debe ser un sitio tremendamente aburrido. ¿Te imaginas qué aburrido sería que todos los días fueran iguales? Los periódicos no serían necesarios. Me contaron que una vez se publicó un periódico —solo salió una edición, solo duró un día— ¡y fracasó porque nunca volvió a ocurrir nada! En la primera edición ya se contó todo lo que había que contar, y por eso fue la última.

      Este deseo de permanencia es patológico en cierto sentido, pero está ahí y por eso prosperan las marcas religiosas —sí, yo las llamo marcas—, los cristianos, hinduistas e islamistas, desde hace siglos. Y siguen prosperando…, porque te venden productos invisibles y su negocio no tiene fin. Te quitan cosas visibles a cambio de cosas invisibles en las que tienes que creer.

      Esto me recuerda una historia. Había un rey que estaba muy nervioso después de haber conquistado todo el mundo porque no sabía qué hacer. Él creía que se quedaría tranquilo después de conquistar el mundo entero, no pensaba que le fuera a ocurrir esto, pero, en cambio, nunca había estado tan nervioso. Cuando estaba luchando e invadiendo países sin cesar —porque siempre tenía que ir a algún sitio, destruir a algún enemigo o conquistar algún país—, estaba tan ocupado que no tenía tiempo de estar nervioso. Pero ahora que había conquistado todo el mundo estaba absolutamente nervioso, y no sabía qué hacer.

      Un estafador se enteró de su situación. Llegó a su palacio y pidió audiencia con el rey. «Tengo un remedio que le liberará de su nerviosismo», dijo.

      Le dejaron pasar inmediatamente porque todos los médicos habían fracasado. El rey no podía dormir ni podía estar sentado, siempre estaba dando vueltas de un sitio a otro y tenía una preocupación constante. Se preguntaba: «¿Qué puedo hacer ahora. ¿No hay otro mundo? ¡Descúbrelo y lo conquistaré!».

      Cuando llegó este hombre a la corte y se presentó ante el rey, dijo:

      —No te preocupes. Como eres la primera persona que ha conseguido conquistar todo el mundo, eres digno de llevar la ropa de Dios en persona. Yo te la conseguiré.

      Era una gran idea. El rey se sintió inmediatamente atraído por esta idea, y dijo:

      —¡Ponte manos a la obra! La ropa de Dios…. ¿Alguna vez ha estado esa ropa en la Tierra?

      —Nunca —respondió el estafador—, porque nunca ha habido nadie digno de ella. Tú eres el primero y por eso voy a traerla del paraíso por primera vez.

      El rey dijo:

      —Hay que hacer todos los preparativos. ¿Cuánto me costará?

      —Aunque su precio es incalculable —respondió el hombre—, vamos a necesitar millones de rupias, pero eso no es nada.

      —No te preocupes por el dinero —contestó el rey— pero no me intentes engañar.

      —No te puedo engañar —dijo el hombre— porque voy a estar en tu palacio. Si quieres, dile a tu ejército que lo rodee. Yo voy a estar trabajando ahí dentro, pero mi cuarto tiene que estar cerrado hasta que yo dé la señal. Si quieres asegurarte de que no me vaya a escapar, cierra la puerta con llave. Tendrás que darle todo el dinero que te pida a la persona que yo te diga. El trabajo no me llevará más de tres semanas.

      Y en esas tres semanas consiguió millones de rupias. Todos los días le mandaba a una persona por la mañana, a otra por la tarde y a otra por la noche…

      —¡Tráemelo inmediatamente! ¡Es urgente!

      El rey sabía que era un trabajo muy especial…, y que esa persona no podía engañarle. ¿A dónde se iba a ir? Estaba encerrado con llave y era imposible escapar de ahí. Al cabo de tres semanas, el hombre llamó a la puerta desde el interior y le abrieron. Salió con una enorme y espléndida caja. Se había llevado esa caja a la habitación con el pretexto de que la necesitaba para guardar en ella toda la ropa que le iba a traer. Para que no hubiera engaño, el rey la abrió y comprobó que no había nada dentro. Después de comprobar que estaba vacía y que no le había engañado, le dejaron meterla en la habitación.

      Cuando salió de la habitación, el hombre dijo:

      —Ahora vamos a abrir la caja delante de toda la corte y de todos los sabios, eruditos, generales, la reina, el rey, el príncipe y la princesa. Todo el mundo debe estar presente en esta ocasión tan solemne. —Debía de ser un hombre muy valiente…, los estafadores siempre lo son.

      Después de reunir a toda la corte, llamó al rey:

      —Acércate, ven aquí. Yo abriré la caja. Dame tu turbante. Voy a meterlo dentro de la caja porque esas son las instrucciones que he recibido: primero debo meter tu turbante y luego sacaré de la caja el turbante que Dios me ha entregado y te lo entregaré para que te lo pongas. Una cosa más —explicó ante la corte, y añadió—: esta ropa es divina y solo la pueden ver quienes realmente sean hijos de sus padres. Los hijos bastardos no la verán, y yo no puedo hacer nada,

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