Los progresos del hombre. Oscar Martello
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“Nunca jamás en la historia de la minería del mundo hubo un accidente con cianuro”.
J. C. Perucca, geólogo y académico argentino
Uno de los conflictos más actuales entre las organizaciones ecologistas y los gobiernos latinoamericanos (del llamado Tercer Mundo en general) se da en torno de los emprendimientos económicos relacionados con la llamada “minería a cielo abierto”. En los países de Latinoamérica, es común que, por corrupción, cuando se trata de violar disposiciones legales de protección ecológica vigentes, o sólo por necesidades de importar capitales productivos, los gobiernos cambien la salud de su población a corto, mediano y largo plazo por una ilusoria prosperidad inmediata. Incluso hay empresas multinacionales que ponen en práctica en países periféricos métodos de explotación minera hace rato prohibidos en los países centrales. Veamos un poco cuál es este mecanismo de envenenamiento colectivo.
Una práctica letal
Como dijimos, mediante la contaminación del aire, el agua y los suelos, por medio de metales pesados nocivos y sustancias químicas, la minería a cielo abierto provoca serios daños al medioambiente y, mientras da grandes dividendos a las empresas trasnacionales, ocasiona diversos daños económicos, sociales y culturales a las poblaciones directa o indirectamente afectadas.
La minería a cielo abierto consiste en la remoción de la capa superficial de la tierra para hacer accesibles los yacimientos minerales. Se trata de una actividad de alto impacto ambiental, social y cultural.
Las innovaciones técnicas que ha experimentado la minería a partir de mediados del siglo xx han modificado la actividad en forma sustancial, de modo que se ha pasado del aprovechamiento de vetas subterráneas de gran calidad a la explotación de minerales de menor calidad diseminados en grandes yacimientos de superficie. Gracias a la gran maquinaria, los modernos equipos de excavación, el uso de nuevos insumos y las tuberías de distribución, hoy es posible remover enormes masas de tierra en pocas horas, volviendo rentable la extracción de menos de un gramo de oro por tonelada de material removido.
Las actividades mineras comprenden diversas etapas, cada una de las cuales conlleva impactos ambientales particulares. En un sentido amplio, estas etapas serían las de prospección y exploración de yacimientos, el desarrollo y preparación de las minas, su explotación y el tratamiento de los minerales obtenidos en instalaciones respectivas con el objetivo de obtener productos comerciables.
La minería a cielo abierto devasta la superficie, modifica severamente la morfología del terreno, apila y deja al descubierto gran cantidad de material estéril, produce la destrucción de áreas cultivadas y de otros patrimonios superficiales, y puede alterar cursos de aguas y formar grandes lagunas para el material descartado por lo general, altamente tóxico. Su ámbito de perjuicio ecológico es entonces variado.
Cuando el aire se vuelve letal
En la cadena de pasos que integran la actividad minera, se produce el desprendimiento de elementos tóxicos, en general debido a las sustancias utilizadas en la separación de los minerales. El proceso comienza con el traslado y depósito de dinamita, cuyo uso emana elevadas concentraciones de nitratos y monóxido de carbono, y cuyas víctimas inmediatas son los trabajadores. Su impacto sobre la salud es alto, e incluye síntomas de asfixia, náuseas, episodios de vómito, irritación del tejido pulmonar, decaimiento, pérdida de la conciencia, y puede llegar hasta provocar la muerte. De la excavación y trituración que siguen, se desprenden partículas de polvo, en gran número de casos de naturaleza tóxica y hasta radioactiva, que, según la intensidad de los vientos, pueden ser llevadas a largas distancias.
Una de esas sustancias es el sílice, cristal común que se encuentra en la mayoría de los lechos y forma polvo durante el trabajo con minería. Al ser respirado, éste produce pérdida de flexibilidad y permeabilidad pulmonar, impidiendo así el normal ingreso de oxígeno y la simultánea eliminación del organismo de dióxido de carbono, llegándose a casos en los que se hace indispensable el trasplante de pulmón.
Las alteraciones que provoca la exposición al polvo de sílice son irreversibles, progresivas y degenerativas. Al igual que en los enfisemas y diversos tipos de EPOC, no existe ningún tipo de cura, y a lo sumo, se puede detener su avance no volviéndose a exponer al agente tóxico. La exposición al sílice puede provocar la enfermedad en menos de un año, aunque los síntomas demoran en presentarse entre 10 y 15 años, durante los que, insensiblemente, se van destruyendo las paredes alveolares de los pulmones. A veces, las empresas ya partieron hace años, y el enfermo nota su afección cuando ya es tarde.
Además de cadmio, mercurio, arsénico, plata, azufre, uranio, torio, etc., también el plomo se encuentra en el polvo que genera la explotación minera. Éste es un metal pesado neurotóxico que, cuando está presente en la sangre, circula por todo el organismo. Al llegar al cerebro, provoca daños neurológicos irreversibles. Absorbido por el organismo humano por medio de las vías respiratorias, la piel y la ingestión, muy particularmente a través del agua, es el metal más estudiado por su riesgo ambiental en general y sobre los humanos en particular.
La contaminación con polvo de plomo saturnismo afecta al sistema nervioso, produciendo alteraciones de carácter, irritabilidad, insomnio, dificultad en la concentración y hasta disminución de la libido. En los nervios periféricos, ocasiona dificultad en el movimiento de los miembros. Puede ser causal de malformaciones congénitas, abortos, partos prematuros y otras alteraciones en el embarazo y el parto. También puede ocasionar anemia e insuficiencia renal. En las familias mineras, los niños son los más afectados, ocasionándoles pérdida de la capacidad de aprendizaje y retraso en el crecimiento.
Perjuicios en las aguas y en los suelos
Los residuos sólidos finos provenientes del área de explotación pueden dar lugar a una elevación de la capa de sedimentos en los ríos de la zona. Diques y lagunas de oxidación mal construidas o mal mantenidos, o inadecuado manejo, almacenamiento o transporte de insumos pueden conducir a la contaminación de las aguas de superficie, afectando también las napas freáticas: aguas contaminadas con aceite usado, con reactivos, con sales minerales provenientes de las pilas o vertederos de productos sólidos residuales de los procesos de tratamiento, o aguas provenientes de pilas o diques de colado suelen filtrarse hacia las napas subterráneas.
Paralelamente, puede haber un descenso en los niveles de estas aguas subterráneas cuando son fuente de abastecimiento de agua fresca para operaciones de tratamiento de minerales.
En cuanto a los suelos, al implicar la remoción de grandes superficies de tierra, la minería a cielo abierto produce un resecamiento de la corteza en la zona circundante al área de explotación, así como una disminución del rendimiento agrícola y agropecuario. Además de la inhabilitación de los suelos por acumulación del material sobrante, suele provocar hundimientos y la formación de pantanos cuando el nivel de las aguas subterráneas vuelve a elevarse.
Impacto sobre la flora, la fauna y los humanos
La minería a cielo abierto elimina de vegetación el área de las operaciones, así como, debido a la alteración del nivel freático, destruye parcialmente la flora de las áreas vecinas. También suele provocar una