Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
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Prólogo
ORO.
Brillante y resplandeciente.
Pero ella ni quería ni necesitaba sentir su contacto; el metal parecía abrasarle la mano.
Se quitó la alianza. No le resultó difícil. Estaba mucho más delgada que el día que habían deslizado aquel anillo en su dedo. De hecho, era tan ancho para su dedo que había estado a punto de caérsele al suelo.
Oh, cuánto deseaba que se hubiera caído. Que se hubiera caído y se hubiera perdido, para no tener que verlo nunca más. Debería habérselo quitado semanas atrás, meses atrás, pero había estado ocupada con otras muchas cosas. Y la delgada hebra dorada que descansaba en su mano no le había parecido entonces importante.
Pero en ese momento sí lo era. Era el único recuerdo físico que tenía de lo que ella había sido…
Cerró la mano alrededor del metal con tanta fuerza que se clavó las uñas en la palma de la mano. Pero era inmune al dolor. Casi lo agradecía. Porque aquella sensación le decía que, por lo menos, todavía era real. Todo lo que había a su alrededor parecía haberse desmoronado hasta quedar reducido a la nada. Ella era la única realidad.
Ella y aquella alianza.
Abrió la mano lentamente mientras se defendía de los recuerdos que aquella visión evocaba.
Mentiras. ¡Todo mentiras! Y él ya estaba muerto, tan muerto como lo había estado siempre su matrimonio.
¡Oh, Dios, no! No lloraría. Jamás. No volvería a llorar nunca.
Pestañeó rápidamente para apartar las lágrimas. Tenía que recordar, continuar recordando antes de olvidar. Porque si alguna vez lo hacía…
Pero antes tenía que deshacerse de aquella alianza. No quería volver a verla cerca de ella. Ni que nadie volviera a verla en su dedo.
Cerró la mano nuevamente sobre ella y alzó el brazo para lanzar con todas sus fuerzas la alianza. La vio volar en el cielo, girar en el aire a cámara lenta y hundirse en el agua para ser arrastrada por la corriente del río que tenía ante ella.
Tardó algunos segundos en darse cuenta de que por fin se había ido. Irrevocablemente. Y con su pérdida recuperaba la libertad. Una libertad que había perdido durante mucho, mucho tiempo.
¿Pero libertad para hacer qué?
Capítulo 1
–LLÉVATE estas tazas a… –Jane se interrumpió bruscamente al ver que una de las delicadas tazas de porcelana terminaba hecha añicos en el suelo de la cocina. Las tres mujeres que estaban en la habitación bajaron la mirada hacia el suelo. La causante de aquel estrago estaba completamente horrorizada por lo que había hecho.
–Oh, Jane, lo siento –gimió Paula–. No sé lo que me ha pasado. La pagaré, por supuesto.
–No seas tonta, Paula –contestó Jane.
Hubo un tiempo, y no muy lejano, en el que un accidente como aquel le hubiera provocado a Jane un ataque de pánico. El dinero que habría que pagar por una pieza de porcelana como aquella reduciría los beneficios que obtendría por servir aquella cena. Y podía asumir el coste de una pérdida como aquella sin considerarla un desastre. Además, si la cena resultaba tan exitosa como Felicity Warner esperaba, Jane dudaba que le preocupara que una de sus tazas hubiera sufrido un accidente.
–Lleva las tazas –Jane sustituyó la taza rota por otra–. Rosemary llevará el café y yo me ocuparé de limpiar esto –apretó cariñosamente el brazo a Paula antes de que esta saliera junto a Rosemary para servir el café a los Warner y a sus seis invitados.
A Jane casi le entró la risa al verse con el recogedor y la escoba en la mano. Durante los últimos dos años, el tiempo que llevaba dedicándose a su servicio exclusivo de catering, había pasado de trabajar sola a poder contratar a personas como Paula y Rosemary que la ayudaban a servir. Sin embargo, pensó al verse de rodillas recogiendo los añicos de porcelana, había cosas que nunca cambiaban.
–Querida Jane, yo solo… ¿Jane? –Felicity Warner acababa de entrar en la cocina y se detuvo bruscamente al ver a Jane en el suelo–. ¿Qué ha pasado?
Jane se levantó con el recogedor en la mano.
–Le reembolsaré el precio de la taza, por supuesto y…
–Ni se te ocurra, querida. Después de esta noche, espero poder comprarme una vajilla nueva y desprenderme de estos vejestorios.
«Estos vejestorios» eran unas delicadas piezas de porcelana china que debían de costar una fortuna.
–¿Entonces la cena ha sido el éxito que esperaba? –preguntó Jane educadamente.
–¡Todo un éxito! –Jane rio feliz–. Querida Jane, después de la maravillosa cena que has servido esta noche, Richard se va a divorciar de mí para casarse contigo.
La profesional sonrisa de Jane no tembló siquiera, aunque la idea de volver a casarse, aunque fuera con un hombre tan encantador como Richard Warner, le repugnaba.
Aun así, se alegraba de que las cosas les estuvieran saliendo bien a los Warner. Habían acordado que se hiciera ella cargo de la cena en el último momento, un encargo que Jane había podido aceptar gracias a la cancelación de otro servicio de su apretada agenda. Por lo que Felicity le había contado, los negocios de su marido