Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер

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Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер Omnibus Jazmin

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Si solo supiera…

      Pero no lo sabía. No la había reconocido. En caso contrario, no estaría mirándola con la admiración con la que lo estaba haciendo. ¿Tanto habría cambiado? Seguramente. Su rostro había madurado, sí. Pero el cambio principal había sido el de su pelo. Un cambio deliberado. Tiempo atrás, tenía una melena de rizos dorados como el maíz que le llegaba hasta la cintura. Un peinado completamente distinto a la melena corta y castaña que enmarcaba en aquel momento su rostro. Ella misma se había sorprendido de la transformación que se había operado en su aspecto con un simple cambio de pelo. Sus ojos, a los que siempre había considerado de un vulgar color castaño, habían adquirido una nueva profundidad y la pálida piel, que tan corriente parecía en una rubia, hasta parecía haber adquirido una nueva y más cremosa textura.

      Sí, había cambiado deliberadamente, pero hasta ese momento no había sido consciente del éxito de su cambio de imagen.

      –Señor Vaughan –dijo por fin, con voz lenta pero firme–, creo que está perdiendo el tiempo.

      Gabe continuó sonriendo, aparentemente sin inmutarse, pero en sus ojos se adivinaba un nuevo interés.

      –Mi querida Jane, puedes estar segura de que yo nunca pierdo el tiempo.

      Un escalofrío recorrió la espalda de Jane, que aun así consiguió continuar manteniendo su aparente calma.

      –Gabe –intervino Felicity riendo–, no puedo dejar que molestes a Jane. Volvamos al salón a tomar una copa y dejemos a la pobre Jane en paz –le dirigió a Jane una sonrisa de disculpa–. Estoy segura de que ya tiene ganas de volver a su casa. Vamos, Gabe, o Richard pensará que nos hemos fugado juntos.

      Gabe no se unió a las risas de su anfitriona.

      –Richard no tiene que preocuparse por eso, Felicity. Eres una mujer hermosa –añadió, quitando crudeza a su anterior comentario–, pero nunca me he encaprichado por las mujeres de los demás.

      Jane contuvo la respiración. Porque ella sabía la razón por la que Gabriel Vaughan jamás se había encaprichado de «las mujeres de los demás». Oh, sí, lo sabía perfectamente.

      –Estoy segura de que Richard estará encantado de oírlo –contestó Jane con una tranquilidad que hasta a ella misma la admiraba–. Pero Felicity tiene razón: tengo muchas cosas que hacer y su café debe de estar enfriándose.

      Y necesitaba que Gabe abandonara inmediatamente la cocina porque corría el serio peligro de derrumbarse ante sus ojos.

      Ella creía haber conseguido olvidar el pasado, pero en ese momento estaba reviviendo nítidamente lo sucedido tres años atrás, cuando había aparecido una fotografía suya al lado de otra de aquel hombre en todos los periódicos del país.

      En aquel momento, había deseado huir y esconderse para siempre, y lo había conseguido. Pero aunque ni siquiera fuera consciente de ello, y esperaba que nunca lo fuera, el hombre que durante tanto tiempo la había perseguido en sus pesadillas, había conseguido alcanzarla.

      –Ha sido un placer haberte conocido, Jane Smith –murmuró Gabe al cabo de una eternidad y le tendió la mano.

      Paula y Rosemary, tras abrir los ojos como platos al encontrar a la anfitriona y a uno de los invitados en la cocina hablando con Jane, se dispusieron a lavar los platos que Jane no había podido fregar por culpa de aquella interrupción. Felicity sonreía feliz, todavía emocionada por aquella cena que había considerado un éxito. Solo Jane parecía ser consciente de que estaba mirando aquella mano como si fuera una víbora a punto de morderla.

      –Gracias –contestó fríamente. Pero sabía que no le quedaba más remedio que estrechar la mano que le tendía. Nadie entendería que no lo hiciera, a pesar de que ella sabía exactamente por qué no quería tocar a aquel hombre.

      Sintió su mano fría y firme durante las décimas de segundo que se permitió estrechársela.

      –Quizá nos veamos en otra ocasión –sugirió Gabe, cuando se separaron.

      –Quizá –contestó ella.

      ¡Y quizá no lo hicieran! Habían pasado tres años sin verlo y, si por ella fuera, no volvería a encontrarse con él en su vida! Y, puesto que Gabriel Vaughan pasaba la mayor parte de su tiempo en América y solo se adentraba en aguas inglesas cuando veía alguna presa apetecible, no sería difícil conseguirlo.

      –Voy a estar en Inglaterra durante tres meses –comentó, como si acabara de leerle el pensamiento–. He alquilado un apartamento. No puedo soportar la frialdad de los hoteles.

      ¡Tres meses!

      –Espero que disfrute de su estancia en Inglaterra –replicó ella sin interés y se volvió. Ya no era capaz de seguir mirándolo. Y necesitaba sentarse, las piernas le temblaban terriblemente. ¿Por qué no se iría aquel hombre de una vez por todas?

      Comenzó a colocar los platos limpios en su sitio y, para cuando volvió nuevamente la cabeza, Gabe ya se había ido.

      –¡Cielos! Qué hombre tan atractivo, ¿verdad? –comentó Rosemary suspirando.

      ¿Atractivo? Sí, Jane suponía que lo era. Pero tenía más razones para temerlo que para encontrarlo atractivo. Aunque era obvio por la sonrisa de Paula que a ella también se lo había parecido.

      –El aspecto es solo una cuestión superficial –replicó Jane–. Y tengo entendido que, a pesar de ese barniz de civilización, Gabriel Vaughan es una piraña.

      Paula hizo una mueca ante su vehemencia.

      –Parece que le has gustado –comentó con expresión especulativa.

      –A los hombres como Gabriel Vaughan no les gustan las mujeres que trabajan para ellos –añadió bromeando, y se levantó–. Y ya es hora de que os vayáis vosotras dos a casa con vuestros maridos. Yo puedo arreglármelas sola con todo esto.

      De hecho, casi se alegró de poder quedarse sola. De esa forma, prácticamente pudo convencerse de que todo había vuelto a la normalidad, de que el encuentro con Gabriel Vaughan no había tenido lugar…

      Una hora después, cuando todo estaba limpio y ya se había marchado el último invitado, Felicity volvió a la cocina. Parecía tan feliz que Jane no tuvo corazón para transmitirle sus dudas acerca del supuesto éxito de la noche.

      –Jamás podré agradecértelo lo suficiente, Jane –sonrió con cansancio–. No sé cómo me las habría arreglado sin ti.

      –Seguro que estupendamente.

      –Yo no estoy tan segura –hizo mueca–. Pero mañana será cuando pueda decirte de verdad si tu esfuerzo ha merecido o no la pena.

      Jane deseaba con toda su alma que aquella pareja no sufriera una decepción. Aunque, teniendo en cuenta lo que sabía de Gabriel Vaughan, no le extrañaría nada.

      –Creo que ya es hora de que vaya pensando en irme a la cama –comentó Felicity bostezando–. Richard traerá ahora a la cocina las copas que quedan, pero no se te ocurra lavarlas. Debes de estar mucho más cansada que yo –se dirigió hacia la puerta de la cocina–. Por favor, vete a casa, Jane. Y, por cierto –añadió antes de salir–, definitivamente esta ha sido tu noche. Gabe se ha mostrado muy interesado en

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