Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
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Al llegar, la luz parpadeante del contestador anunciaba que tenía cinco mensajes. Los primeros habían sido completamente inocuos, llamadas para solicitar sus servicios, que contestaría antes de salir a comprar lo necesario para la cena. Pero la tercera llamada… Gabriel ni siquiera había tenido que decir quién era. Jane habría reconocido aquella forma de hablar en cualquier parte.
No habían pasado doce horas siquiera desde que había salido de casa de los Warner y aquel maldito ya había intentado ponerse en contacto con ella.
¿Qué querría?
Fuera lo que fuera, no le interesaba. A nivel profesional, no le hacía ninguna falta. Y a nivel personal, aquel era el último hombre con el que querría tener algo que ver. No quería tener el menor contacto con Gabriel Vaughan.
De modo que decidió ignorar su llamada. Actuar como si no la hubiera oído. Al fin y al cabo, Gabe no había dejado su nombre en el contestador.
Tras tomar aquella decisión, volvió a conectar el contestador para oír los dos mensajes que faltaban.
–¡Jane! Oh, Jane… –se hizo una breve interrupción en el cuarto mensaje, antes de que la mujer que estaba hablando continuara–. Soy Felicity Warner. Llámame en cuanto llegues. Por favor… –¡Felicity parecía estar llorando!
Y Jane no necesitaba esforzarse demasiado para imaginarse a qué se debía aquel dramático cambio de humor. Sin duda, Richard se había reunido ya con Gabriel Vaughan.
Quizá debiera haberle hecho alguna advertencia a Felicity la noche anterior, al darse cuenta de quién era el hombre con el que Richard estaba negociando. Pero en ese caso, Felicity habría querido enterarse de por qué sabía tanto sobre él. Y a Jane le había costado casi tres años llegar a olvidar el cómo y el porqué había conocido a Gabriel Vaughan.
Pero Felicity parecía muy afectada, realmente desesperada. Algo nada recomendable en su estado.
–¿Es que no apagas nunca esa maldita máquina, Jane Smith? –el quinto mensaje comenzó a sonar. En aquella ocasión, la voz de Gabriel Vaughan tenía un tinte burlón–. Bueno, yo me niego a hablar con una máquina, así que intentaré llamarte más tarde.
Colgó bruscamente el auricular, sin decir el motivo de su llamada.
Dos llamadas en una hora, pensó Jane alarmada, ¿qué podía querer aquel hombre?
Si los llantos de Felicity tenían que ver con él, eso quería decir que también había hablado con Richard en la última hora.
Aquel hombre era una máquina. Un autómata. Disponía de los bienes de personas que estaban al borde de la ruina sin pensar en las consecuencias. Y, teniendo en cuenta que Felicity estaba embarazada, en aquel caso las consecuencias podían ser terribles.
Jane volvió a apagar el contestador. No quería verse envuelta en aquel asunto desde ningún punto de vista. Pero si contestaba la llamada de Felicity, lo estaría. Si realmente no lo estaba ya.
En realidad, ella no tenía mucha información sobre los Warner. Durante los años que llevaba trabajando, Jane había puesto especial cuidado en guardar una prudente distancia con sus clientes. Era una persona a la que ellos contrataban y jamás había cometido el error de creerse otra cosa. Pero, de alguna manera, el día anterior había sido diferente. Evidentemente, Felicity estaba muy preocupada, necesitaba desesperadamente hablar con alguien. Y había elegido a Jane como confidente, probablemente porque era consciente de que su propio trabajo la obligaba a ser extremadamente discreta sobre sus clientes.
A Jane nunca le habían gustado los cotilleos, pero, además, había una muy buena razón para que nadie pudiera enterarse de nada de lo que Felicity le había contado: simplemente, no tenía a nadie a quien pudiera decírselo.
Jane tenía una vida muy ocupada y conocía cientos de personas en su trabajo. Pero a los amigos, a los verdaderos amigos, había tenido que renunciar.
Su vida había cambiado de forma dramática tres años atrás, pero la determinación y el trabajo duro le habían permitido tomar las riendas de su propia vida y de su negocio. Y había triunfado.
Una parte importante de su triunfo había consistido en haber sido capaz de alquilar aquel bonito apartamento con suelo de parqué, muebles antiguos y mullidas alfombras. No tenía televisión; porque no tenía tiempo para verla y porque no le gustaba. Cuando tenía algún rato de ocio, prefería pasarlo escuchando música o leyendo. Hacía tiempo que su idea de diversión había dejado de estar asociada a la vida social. Su mayor diversión consistía en quedarse en casa escuchando una de sus cintas favoritas de música clásica y leyendo cualquiera de sus muchos libros.
Pero, de alguna manera, los tres últimos mensajes del contestador parecían haber invadido la paz y la tranquilidad de su hogar.
Por mucho que simpatizara con Felicity y la compadeciera, no podía devolverle aquella llamada.
Sencillamente, no podía.
Cuando aquella noche llegó a su casa, cerca de la una de la madrugada, estaba agotada. En realidad la cena había sido un éxito y el principal motivo de su cansancio eran los cambios que se habían producido en su vida desde la noche anterior.
Aunque quizá se estuviera comportando de forma paranoica. Gabriel Vaughan no parecía dispuesto a tomarse muchas molestias por ninguna mujer, y menos por una que se dedicaba a cocinar para los demás. Sin embargo, en su último mensaje había dicho que volvería a llamarla…
Jane suspiró. Estaba cansada. Era tarde. Y quería irse a la cama. ¿Pero sería capaz de dormir sabiendo que tenía seis mensajes en el contestador?
Probablemente no, admitió con enfado. Aquello no le gustaba. No le gustaba en absoluto. Estaba profundamente resentida con la intrusión de Gabriel Vaughan en su vida, pero también con su propia reacción. No podía vivir con miedo eternamente. Aquella era su casa, maldita fuera, su espacio, y Gabriel Vaughan no tenía cabida en ella. No iba a permitir que lo invadiera.
De manera que, con gesto decidido, alargó la mano y encendió el contestador.
–Hola, Jane. Soy Richard Warner. Felicity me ha pedido que te llame. He tenido que llevarla al hospital. Los médicos dicen que puede perder su bebé. Yo… Ella… Gracias por la ayuda que nos prestaste anoche –el mensaje se interrumpía bruscamente. Era evidente que Richard no sabía qué decir.
Porque no había nada más que decir, comprendió Jane. ¿Pero qué le había dicho Gabriel a Richard, qué le habría hecho para dar lugar a tal…? ¡No! No podía dejarse involucrar en aquel asunto. No podía arriesgarse.
Pero Felicity la había llamado ese mismo día diciendo que la necesitaba. Y, por la llamada de Richard, era obvio que no había exagerado. ¿Cómo iba a ignorar Jane una llamada de ayuda? O quizá fuera ya demasiado tarde…
Sin embargo, aunque contestara a la llamada de Richard, nada cambiaría. ¿Qué podía hacer ella? Era la última persona a la que Gabriel Vaughan querría escuchar, en el caso de que ella decidiera revocar su decisión de no volver a hablar nunca con él.
¿Pero qué podría ocurrirle