Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
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O quizá no.
Escuchó distraídamente el resto de los mensajes. Eran todas llamadas relacionadas con su trabajo. Gabriel Vaughan no había vuelto a llamarla.
–Lo que los médicos dicen es que se ha estabilizado –le explicó Richard cuando a la mañana siguiente lo llamó para saber cómo estaba su esposa–. Pero no sé lo que eso significa.
–¿Qué es lo que ha ocurrido exactamente, Richard? –le preguntó Jane bruscamente.
–¿A ti que te parece? Lo que ha sucedido es Gabriel Vaughan –respondió Richard con amargura–. Pero preferiría no tener que habar sobre ello, Jane –añadió Richard agitado–. En este momento mi empresa está destrozada y mi mujer en el hospital… Me basta mencionar a Gabriel Vaughan para que me suba la tensión. Le diré a Felicity que has llamado. Y una vez más, Jane, gracias por tu ayuda –colgó el teléfono.
Jane suspiró y colgó su propio auricular. Gabriel Vaughan, claro. No podía haber sido otra cosa. Aquel tipo no tenía ninguna clase de…
Estuvo a punto de caerse de la silla cuando el teléfono volvió a sonar. Eran solo las ocho y media de la mañana. Había llamado a Richard a esa hora para poder hablar con él antes de que abandonara el hospital. ¿Pero quién diablos podría llamarla a ella tan temprano?
–¿Diga? –contestó un tanto asustada.
–¿Te he sacado de la cama, Jane Smith? –le preguntó Gabriel Vaughan en tono burlón.
Jane se aferró con fuerza al auricular.
–No, señor Vaughan –contestó con calma–, no me ha sacado de la cama.
–¿Y tampoco interrumpo nada? –continuó burlándose.
–Solo mi primer café de la mañana –respondió secamente.
–¿Cómo lo tomas?
–¿El café?
–Claro, el café –confirmó, riendo.
–Solo y sin azúcar –respondió. Inmediatamente deseó no haberlo hecho. ¡Solo se le ocurría una razón por la que aquel hombre pudiera estar interesado en saber lo que desayunaba!
–Procuraré recordarlo –contestó él con voz ronca.
–Estoy segura de que no me ha llamado para saber cómo tomo el café –respondió Jane bruscamente.
–En eso te equivocas, Jane Smith. Ya ves, quiero saberlo todo sobre ti. Todo, incluso cómo te gusta el café.
Jane exhaló un trémulo suspiro. La mano le dolía de la fuerza con la que sujetaba el auricular.
–Soy una mujer extremadamente aburrida, señor Vaughan, no hay muchas cosas que saber sobre mí.
–Gabe –sugirió él–, llámame Gabe. Y dudo mucho que seas una mujer aburrida, Jane.
Pero a Jane le importaban muy poco sus dudas. Su vida consistía en trabajar, descansar, leer, escuchar música y dormir. Una vida perfectamente estructurada. Era una vida rutinaria, segura, sin complicaciones. Y aquel hombre amenazaba con complicarla de una forma que ella no deseaba en absoluto.
–¿Es usted consciente de que Felicity Warner está ingresada en un hospital y corre el peligro de perder a su hijo –lo atacó.
Se hizo un breve silencio al otro lado de la línea. Un silencio muy corto. No duró más de un par de segundos, pero Jane lo advirtió. Y la sorprendió. Tres años atrás hubiera sido imposible que Gabriel Vaughan permitiera que algo así lo afectara.
–No sabía que Felicity estaba embarazada –dijo con rudeza.
–¿Y hubiera supuesto alguna diferencia que lo supiera? –conocía de antemano la respuesta.
–¿Alguna diferencia para qué? –preguntó él con voz sedosa.
–No se ande con rodeos, señor Vaughan. Está negociando con Richard Warner y al parecer todo este asunto está afectando a la salud de su esposa. Y a la de su bebé… ¿No cree usted que…?
–No estoy seguro de que te gustara oír lo que yo creo, Jane Smith –la interrumpió Gabriel Vaughan bruscamente.
–Tiene razón. No me gustaría en absoluto. Pero creo que ya es hora de que alguien le diga algo sobre su falta de consideración por las vidas de las personas con las que negocia. Su manera de tratar con los demás deja mucho que desear, señor Vaughan y… –se interrumpió bruscamente. Sentía un silencio de hielo al otro lado de la línea. Y al mismo tiempo era consciente de que había hablado demasiado.
–¿Y qué sabes tú sobre mi forma de tratar con los demás, Jane Smith?
Evidentemente, había hablado demasiado.
–Es usted un hombre conocido, señor Vaughan –replicó, intentando mitigar las posibles consecuencias de su error.
–No en Inglaterra –respondió con frío enfado.
–Qué raro, porque estoy segura de que ayer mismo vi su fotografía en un periódico –respondió intencionadamente. Tenía que salvar aquella conversación lo mejor que pudiera.
Lo último que quería era incrementar el interés de aquel hombre en ella. Lo que verdaderamente le habría gustado era hacerle olvidar que había conocido alguna vez a una mujer llamada Jane Smith, cosa que era imposible. De modo que tendría que conformarse con hacerle perder el interés en ella. Y no iba a conseguirlo como continuara desafiándolo.
–Por lo visto, asistió a una fiesta organizada por un importante político –añadió.
–Soy una persona con vida social, Jane –contestó él secamente–. Y esa es la verdadera razón de esta llamada.
¿Iba a pedirle quizá que le organizara una cena? Porque Jane no tenía la menor intención de trabajar para él.
–En esta época del año tengo una agenda de trabajo muy apretada, señor Vaughan –le contestó inmediatamente. Faltaban solo dos semanas para Navidad–. Pero puedo recomendarle otras empresas de catering que estoy segura le complacerán.
Se oyó una risa al otro lado del teléfono.
–No me has entendido bien, Jane. Lo que quiero pedirte es que cenes conmigo, no pretendía contratar tus servicios como cocinera, por mucho que me hayan impresionado tus cualidades culinarias.
Entonces fue Jane la que se quedó callada. Y no porque se hubiera enfadado, como le había pasado minutos antes a su interlocutor. No, estaba perpleja: ¡Gabriel Vaughan estaba pidiéndole una cita!
–No –contestó bruscamente.
–¿No? ¿Ni siquiera quieres un poco de tiempo para pensártelo?
–No –repitió cortante.
–Entonces no me queda más remedio que pensar que tenía razón al asumir que había otra persona en tu