Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
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–La mayor parte de los hombres quizá –admitió Gabe–. Pero yo he descubierto que la mayor parte de las cosas que merecen la pena son aquellas que no se consiguen fácilmente. Parece que está nevando más fuerte, quizá deberías irte a tu casa. Conduce con cuidado.
Jane procuraba ser extremadamente cuidadosa en todo lo que hacía. Y una de las cosas en las que más cuidado había puesto durante los últimos tres años había sido en evitar cualquier posibilidad de volver a encontrarse con aquel hombre. Sin embargo, no había podido evitarlo. Gabriel no solo la había encontrado, sino que, por alguna extraña razón, la encontraba atractiva.
Tres años atrás, había estado intentando encontrarla. La había perseguido hasta hacerle sentir que ya no podía seguir huyendo, que la única posibilidad de escapada era desprenderse de todo lo que hasta entonces había sido. Y así lo había hecho: había cambiado de nombre, de aspecto, y por fin había sido capaz de labrarse su propia vida. Qué ironía. Después de todo lo ocurrido, todavía tendría que darle las gracias a Gabriel Vaughan por haberlo hecho posible.
¿Pero cuánto tiempo tardaría Gabe en descubrir quién se escondía bajo aquel disfraz? Y lo que más temía era que, cuando lo hiciera, la atracción que decía sentir por ella se transformara en un sentimiento mucho más amenazador.
Capítulo 4
–NO TENGO ni idea de lo que le dijiste, Jane –anunció Felicity feliz–. Pero fuera lo que fuera, te lo agradezco.
Jane había ido a ver a Felicity dos días después de la cena en casa de Celia Barnaby. Había otras muchas cosas que podría haber hecho en aquel día libre, pero no había ido a visitar a Felicity desde que esta había salido del hospital. De modo que, después de comer, la había llamado para decirle que pensaba acercarse a su casa.
Aunque a esas alturas, no podía decir que realmente le gustara el rumbo que estaba tomando la conversación.
–Lo siento, Felicity. Pero no tengo ni idea de lo que estás hablando –sonrió vagamente, intentando parecer perpleja, aunque en el fondo estaba bastante segura de a qué se refería.
Felicity sonrió de oreja a oreja.
–Por lo que Richard me ha contado, tengo la impresión de que le dijiste a Gabe exactamente lo que pensabas de él.
Jane sintió que el rubor teñía sus mejillas.
–Solamente desde el punto de vista de los negocios.
–¿Es que hay otro punto de vista? –preguntó Felicity, arqueando significativamente las cejas.
–En lo que a mí me concierne, no –contestó Jane con vehemencia.
–Sea lo que sea, el caso es que, en vez de comprar la empresa de Richard, Gabe se ha mostrado de acuerdo en financiarla hasta que vuelva a obtener beneficios.
–¿Por qué? –Jane frunció el ceño. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
–Richard le hizo la misma pregunta –contestó Felicity–. ¿Y sabes cuál fue la respuesta?
Jane ni siquiera se atrevía a imaginársela, pero tenía la sensación de que, quisiera o no, Felicity iba a decírselo.
–No tengo ni idea.
–Gabe dijo que era por algo que alguien le había dicho. Y el único «alguien» en el que se nos ha ocurrido pensar eres tú.
Jane no creía que nada de lo que ella le había dicho a Gabriel Vaughan pudiera haberle hecho cambiar de planes respecto a la empresa de Richard. Tenía que haber alguna otra razón. Aunque dudaba de que ninguno de ellos estuviera en condiciones de averiguarla hasta que el propio Gabe lo quisiera.
–No creo que sea yo la responsable de su cambio de planes. Aunque me alegro por vosotros –y esperaba sinceramente, por el bien de Felicity, que no cambiara nuevamente de opinión–. Pero, si yo fuera Richard, procuraría firmar cuanto antes un contrato blindado.
–Ya lo ha hecho –le aseguró Felicity contenta–. Gabe tiene su propio equipo de abogados y entre ellos y el abogado de Richard llegaron a un acuerdo ayer por la tarde. No sabes lo bien que me siento ahora, Jane –suspiró satisfecha.
Jane era consciente de lo relajada que estaba Felicity, y le habría encantado sentirse igual que ella. Pero era imposible.
Mientras conducía hacia su casa, se sentía terriblemente inquieta. ¿Qué motivos tendría Gabriel Vaughan para haber dado aquel giro a su política respecto a la empresa de Richard?
Jane se negaba a pensar que pudieran tener algo que ver con nada que ella le hubiera dicho. Aquel hombre era demasiado cruel, demasiado duro para dejarse conmover por algo como la salud de Felicity.
De modo que aquel no era el mejor momento para encontrarse, al llegar a casa con los brazos llenos de bolsas de comida, un enorme ramo de flores en la puerta del apartamento.
Ya de por sí las flores, fueran de quien fueran, y tenía la sensación de que sabía exactamente quién se las había enviado, no le causaron ninguna alegría. Después del dolor y la desilusión que había sufrido tres años atrás, había tomado la decisión de no volver a dejar que ningún hombre, por agradable que fuera, volviera a acercarse a ella lo suficiente como para estar en disposición de destrozarle la vida.
Por otra parte, no conseguía entender cómo habían llegado las flores hasta allí. Se suponía que aquel era un edificio seguro. Su apartamento estaba en el cuarto piso, solo se podía llegar a él en ascensor o por la escalera de incendios. Y si alguien hubiera enviado las flores al edificio, estas deberían haberse quedado entre la puerta de salida y la puerta de seguridad, una puerta que solo podía ser abierta por cualquiera de los cuatro residentes.
Así que, ¿cómo habría llegado aquel ramo de flores hasta su puerta?
–La mujer que vive en el tercero me ha dejado entrar –Gabriel Vaughan salió de pronto de entre las sombras del vestíbulo, donde evidentemente había estado sentado esperando su llegada–. Es una mujer muy romántica. Cuando le he contado que soy tu prometido y que he venido desde los Estados Unidos para darte una sorpresa, se ha mostrado totalmente dispuesta a abrirme.
Jane todavía estaba boquiabierta, intentando comprender qué estaba haciendo Gabriel Vaughan en la puerta de su casa. Pero, poco a poco, su mente fue registrando la explicación de Gabriel. Y en cuanto comprendió cómo se las había arreglado para entrar, su estupefacción se transformó en enfado. ¡Aquella era su casa, su santuario privado! Lo miró con expresión glacial.
–Llévese las flores, señor Vaughan. Y…
–Espero que no estés a punto de decir una grosería, Jane –la interrumpió él burlón.
–Y váyase ahora mismo de aquí –terminó con dureza–, antes de que llame a la policía –lo advirtió–. No sé cómo ha averiguado dónde vivo, pero…
–La otra noche, hacía tan mal tiempo que decidí seguirte a casa, para asegurarme de que llegabas bien –le explicó suavemente.
–Señor Vaughan, comienzo a sentirme acosada por su conducta. Y si continúa presionándome