Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер

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Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер Omnibus Jazmin

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      ¿Divertido? Jane nunca había esperado que fuera divertido. Ella quería independencia, libertad. No buscaba nada más. Y su negocio le había dado todas esas cosas.

      –En la vida hay más cosas que el éxito, Jane –añadió Gabe al ver que no contestaba.

      –¿Como cuáles? –lo desafió burlona. No le parecía el hombre más indicado para darle ese tipo de consejos.

      Gabe se encogió de hombros.

      –El amor, por ejemplo.

      Jane rio con desprecio.

      –No entiendo cómo puedes decir eso cuando es evidente que tuviste una relación amor-odio con tu esposa.

      Gabe apretó los labios.

      –Jennifer no me hizo feliz, es cierto. Yo creía que había encontrado a la mujer perfecta y tuve que ver cómo desaparecía ante mis ojos –miró a Jane con expresión de dolor–. No he sido capaz de mirar a otra mujer durante todo este tiempo sin ver las facciones de Jennifer dibujadas en su rostro. Hasta hace seis días…

      –¿Qué ocurrió…? Oh, no, Gabe. No seas ridículo. No puedes sentirte atraído por mí.

      Gabe inclinó la cabeza y la miró con expresión pensativa.

      –Esa es una forma interesante de plantearlo.

      Jane volvió a darse cuenta de su error cuando ya era demasiado tarde. Lo último que quería era que Gabe supiera por qué había dicho una cosa así.

      –No creo que yo sea una mujer de tu tipo –dijo con impaciencia.

      –¿Así que hay un tipo de mujeres para mí?

      –Claro que sí –respondió ella irritada–. Te gustan las mujeres altas, elegantes, rubias. Te casaste con una mujer así. Mientras que… –se interrumpió bruscamente al darse cuenta de que Gabe la miraba con los ojos abiertos como platos. Había vuelto a hablar demasiado.

      Parecía no poder evitarlo. A ella no se le daban nada bien los sofisticados juegos con los que personas como Gabe o Paul disfrutaban. Esa era una de las razones por las que Paul había empezado a aburrirse de ella. Se había dado cuenta de que la mujer con la que se había prometido no había cambiado al convertirse en su esposa. Y lo que antes de su matrimonio parecía encantarle, había comenzado a fastidiarlo. No soportaba su timidez, su devoto amor lo irritaba…

      Su matrimonio había llegado a convertirse en un infierno. Con el paso del tiempo, Jane había transformado su timidez en frialdad como única manera de protegerse de las burlas de Paul; y su amor se había deteriorado hasta convertirse en una compasión que evidentemente Paul no era capaz de sentir por sí mismo.

      –¿Cómo sabes que mi esposa era rubia? No creo haberlo mencionado.

      Había una dureza en su voz completamente nueva. Jane comprendió que todo dependía de su siguiente respuesta.

      –Celia Barnaby insistió en hablar conmigo la otra noche –le dijo, aliviada al ver que la tensión desaparecía de su rostro. Eso era verdad, aunque Celia no le hubiera dicho que su esposa era rubia–. Creo que lo que pretendía insinuar era precisamente eso, que siendo rubia y alta, tenía posibilidades de despertar tu interés.

      –Hace tiempo que dejaron de gustarme las rubias –contestó Jane.

      –Celia me aseguró que las rubias son más divertidas.

      –Eso depende del tipo de diversión que busques. ¿Cuántos años tienes, Jane? –preguntó, cambiando bruscamente de tema.

      Jane pestañeó, parecía haber evitado una catástrofe, pero no estaba muy segura de que no se estuviera dirigiendo hacia otra.

      –Veintiocho –contestó con el ceño fruncido.

      –Y yo treinta y nueve.

      –No entiendo lo…

      –Porque no me has dejado terminar. Tengo treinta y nueve años, he estado casado y ahora no lo estoy. Soy un hombre sano, puedo hacer lo que quiera y con quien quiera. Pero para mí no es suficiente. Cuando mi esposa murió hace tres años… ¿Es extraño, verdad? Tu vida parece haber cambiado al mismo tiempo que la mía –añadió pensativo.

      Jane contuvo la respiración y esperó a que continuara.

      Gabe se encogió de hombros, como si eso fuera algo que pudiera dejar para otro momento.

      –Cuando Jennifer murió, todas mis ilusiones se fueron con ella. Y también desapareció la ilusión de la perfección.

      No era sorprendente en sus circunstancias. Debía de haber estado verdaderamente enamorado de Jennifer para haber llegado a pensar que era perfecta. Pero, al fin y al cabo, ella había cometido el mismo error con Paul.

      –O al menos eso parecía –añadió, mirándola significativamente.

      –Pues puedo asegurarte que no soy en absoluto perfecta –replicó con firmeza mientras se levantaba para llevar los platos al fregadero. Por lo que a ella concernía, la velada había terminado–. Te deseo suerte en tu búsqueda de la mujer perfecta, Gabe. Pero déjame a mí fuera. Me gusta mi vida tal y como es.

      Gabe también se levantó.

      –¿Nunca deseas algo diferente, Jane? Como casarte, o tener hijos…

      Jane sintió una punzada de dolor. Pero fue solo por un instante. Rápidamente contuvo sus emociones y su mirada se tornó tan impenetrable como el acero.

      –Al igual que tú, Gabe, ya lo he intentado antes –se mordió los labios–. Y la respuesta es no, no deseo ninguna de esas cosas –se pertenecía a sí misma, no quería volver a sentirse jamás como si fuera propiedad de alguien.

      –¿Has estado casada? –preguntó Gabe, mirándola con los ojos entrecerrados.

      Había vuelto a inducirla a hablar de cosas que no quería.

      –¿No lo ha estado prácticamente todo el mundo? Con las estadísticas actuales de divorcio, es prácticamente imposible no haberlo estado.

      –¿Entonces estás divorciada? –insistió Gabe sin apartar los ojos de su rostro.

      Oh no, no iba a sacarle ni una sola gota de información más.

      –Mi padre me dijo en una ocasión que había que probarlo todo alguna vez –contestó burlona–. Y que, si la primera vez no te ha gustado, lo mejor es no repetir la experiencia –no había contestado a su pregunta y la expresión de Gabe le decía que era plenamente consciente de ello.

      –¿Tus padres viven en Londres?

      Jane tomó aire. Nada parecía detener a aquel hombre.

      –No –contestó–. ¿Y los tuyos viven en América?

      Gabe apretó los labios.

      –Sí –contestó secamente. Parecían haber quedado en tablas en aquella

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