Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
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Читать онлайн книгу Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер страница 19
–Gabriel Vaughan no es una institución benéfica, Janette. Es un hombre de negocios. Además, yo tenía casi sesenta años, era demasiado viejo para desenterrar el entusiasmo y las fuerzas que se necesitan para sacar adelante una empresa.
Jane intentó contener su enfado, consciente de que en el fondo su padre tenía razón sobre Gabe. No había sido él el único responsable de la falta de ánimo de su padre. El principal culpable estaba ya muerto. Paul, su propio marido, había sido el causante de todo lo ocurrido tres años atrás.
Volvía a cerrarse de esa forma el círculo de culpabilidad que la acosaba cada vez que iba a ver a sus padres.
–Aun así, me parece muy raro que Gabriel Vaughan haya venido a veros –musitó.
De hecho, era tan raro que, en cuanto tuviera la menor oportunidad de hacerlo, averiguaría cuál había sido la intención de Gabe al ir a visitar a sus padres.
–¡Jane! –la saludó Felicity al otro lado de la línea al reconocer su voz–. ¡Qué maravilla! Estaba a punto de llamarte.
–¿Ah sí?
Jane llevaba veinticuatro horas intentando encontrar la mejor forma de solucionar su problema. Su problema continuaba siendo Gabriel Vaughan, pero frente a todo pronóstico, aquella vez la cuestión no residía en evitarlo, sino en volver a coincidir con él sin que pareciera que lo estaba haciendo de forma intencionada.
Había llamado a Felicity con intención de ir a verla y al mismo tiempo dirigir la conversación hacia Gabriel Vaughan.
–Pues sí –Felicity rio feliz–. Me encuentro mucho mejor y Richard y yo queríamos darte las gracias por tu ayuda.
–No es necesario…
–En eso estamos en total desacuerdo contigo –la interrumpió Felicity–. Yo sugerí que te invitáramos a cenar, pero Richard decía que eso era como llevar carbón a Newcastle. Sin embargo, yo no pienso lo mismo que él. Sé lo maravilloso que es que alguien cocine para ti de vez en cuando.
Felicity tenía razón, por supuesto. Como Jane se dedicaba profesionalmente a la cocina, la mayor parte de la gente pensaba que se preparaba platos tan exquisitos para ella misma como los que servía en sus comidas y cenas. Cosa que no era cierta, por supuesto. De hecho, uno de los pocos lujos que de vez en cuando se permitía era comprarse una pizza para llevar a casa.
–Te agradezco mucho la idea, Felicity –contestó a la otra mujer–, pero de verdad que no hace falta. Y además, no quiero tener que hacer de carabina…
–¡Y no tendrás que hacerlo! –anunció Felicity triunfal–. Porque voy a invitar a Gabe para que seamos cuatro.
Jane quería ver a Gabe. Necesitaba verlo. Al fin y al cabo, ¿no era esa la razón por la que había llamado a Felicity? ¿Pero realmente quería ir a cenar con ese hombre?
La respuesta era definitivamente no: la última vez que había cenado con Gabe, este la había besado hasta hacer que le temblaran las piernas. Pero, por otro lado, en aquella ocasión no iba a estar sola, así que Gabe no tendría oportunidad de tomarse esas libertades.
–¿Jane? –preguntó Felicity ante su continuado silencio.
Jane tomó rápidamente la agenda que tenía al lado del teléfono. Faltando solo una semana para Navidad, estaba verdaderamente ocupada. Pero también era consciente de que no iba a encontrar una oportunidad mejor para verse con Gabe en un terreno neutral.
No tenía idea de cómo iba a poder sacar el tema de la visita a sus padres, pero esperaba que el momento se presentara durante la noche.
–La única noche que tengo libre es la del miércoles. Tendríamos que quedar a las ocho y media, si no os viene mal…
–Estupendo –aceptó Felicity al instante–. Iremos a Antonio’s. ¿Quieres que te llevemos? O quizá podría ir Gabe a…
–Nos veremos en el restaurante –la interrumpió Jane rápidamente–. Tendré que esperar a terminar de servir un cóctel, así que no puedo garantizar que vaya a estar allí a las ocho y media.
Y, sobre todo, no tenía ninguna intención de que Gabe entrara con ella en un restaurante en el que todo el mundo la conocía, dando la impresión de que era su pareja.
–Entonces nos veremos allí. Hasta el miércoles, Jane –y colgó el teléfono.
Jane colgó su propio auricular mucho más lentamente. Su deseo se había cumplido: iba a ver a Gabriel Vaughan otra vez, ¡y esperaba no tener que arrepentirse!
Capítulo 7
¡JANE! –Antonio, el propietario y chef del restaurante, salió de la cocina para saludar personalmente a Jane cuando esta llegó, poco después de las ocho y media del miércoles.
No había llegado deliberadamente tarde; tal como le había advertido a Felicity, había tenido que retrasarse a causa del cóctel. Además, había tenido que cambiarse para asistir a la cena. Afortunadamente, se había llevado un vestido negro y unos zapatos de tacón y había podido salir directamente desde el cóctel hacia el restaurante en cuanto había terminado de recoger.
Antonio y ella eran viejos amigos. Dos años atrás, Jane no estaba particularmente familiarizada con la pasta, así que había decidido acudir a un experto para aprender antes de poner en funcionamiento su negocio. Había pasado un mes en aquel restaurante, trabajando en la cocina junto a Antonio, y a pesar de todo lo que había oído sobre el carácter temperamental de los chefs italianos, de los que Antonio constituía un buen ejemplo, había disfrutado mucho durante aquel mes. Al final de aquel período, Antonio y ella habían llegado a ser grandes amigos.
Tras besarse mutuamente en las mejillas, Jane le dirigió una sonrisa radiante al atractivo italiano.
–He venido a cenar con el señor y la señora Warner.
Antonio arqueó las cejas con expresión traviesa.
–Y con el señor Vaughan –añadió.
¡Gabe estaba allí! Jane no había vuelto a hablar ni con Felicity ni con Richard desde la llamada del sábado, de modo que no sabía si Gabe había aceptado o no la invitación. La sonrisa de Antonio indicaba que no solo la había aceptado, sino que ya había llegado al restaurante.
–Y el señor Vaughan –repitió ella–. Deja de sonreír así, Antonio. Esta es una cena de negocios –lo cual no era estrictamente cierto, pero, al fin y al cabo, tampoco era aquella la cena de placer que Antonio parecía creer.
–Tú siempre trabajando, Jane –alzó las manos, haciendo un gesto de exasperación–. Aunque nunca has venido a mi cocina vestida de ese modo –contempló con gesto de admiración el vestido negro, un modelo corto que realzaba la perfección de su figura y la largura de sus piernas.
–Dime en qué mesa están, Antonio –le pidió Jane, consciente de que se estaba retrasando demasiado.
–Haré algo mejor que eso –la tomó del brazo–. Esta noche tú eres mi cliente,