Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер

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Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер Omnibus Jazmin

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políticos se jubilan?

      –En realidad no –Gabe sonrió ante aquella pregunta–. Pero eso es lo que le gusta decirle a la gente. Él y mi madre llevan cuarenta años casados.

      Y sus propios padres cerca de treinta. De hecho, al día siguiente celebraban su aniversario y ella pensaba ir a pasar un rato con ellos el sábado. Desgraciadamente, eran solo unas horas las que se sentía capaz de disfrutar en su compañía.

      Cuando era una niña todo era completamente diferente. Sus padres la adoraban. Pero lo que Paul había hecho tres años atrás los había afectado a todos. Su padre se había convertido en una sombra de lo que era, por mucho que su madre intentara disimularlo cada vez que Jane iba a verlos para no hacer sufrir a su hija. Pero Jane no se había engañado nunca. Sus visitas eran cada vez más breves y distantes en el tiempo. Y tan tensas para ella como para sus padres.

      –Alguien debería darles una medalla –le dijo a Gabe con ironía–. Quedan pocos matrimonios como ese.

      –Eso no es cierto. Hay miles de parejas felices. Como Richard y Felicity –expuso triunfante.

      –¡Pero no dudaste en acusarme de tener una aventura con Richard!

      –Un error natural, en aquellas circunstancias.

      –¿Se puede saber qué circunstancias eran esas? –le preguntó exasperada.

      –Bueno, lo defendiste con mucho ardor…

      –Dicen que es una característica de los ingleses –contestó secamente. Y añadió ante la mirada perpleja de Gabe–: siempre apostamos por el caballo perdedor.

      –No creo que Richard y Felicity se consideren a sí mismos perdedores.

      –Hoy he ido a ver a Felicity.

      –Y supongo que te habrá hablado del contrato que he firmado con Richard. Y que ahora te estás preguntando qué es lo que en realidad me propongo. ¿Serviría de algo que te dijera que no me propongo nada? ¿Que se trata de un contrato sin trampa y que no escondo segundas intenciones?

      Jane lo miró con escepticismo.

      –¿Y qué consigues tú con ese acuerdo? –por lo que Felicity le había dicho, no lo beneficiaba nada en absoluto.

      –Poder dormir con la conciencia tranquila.

      –No me digas que tienes conciencia, Gabe.

      –¿Te cuesta creerlo?

      Jane se encogió de hombros. Tres años atrás, lo había considerado un hombre sin conciencia ni sentimientos y no iba a cambiar tan pronto de opinión.

      –La respuesta es sí.

      –Oh, pues claro que tengo. Y te aseguro que se ha dado cuenta del esfuerzo que has hecho hace unos minutos para cambiar de tema –añadió burlón.

      Jane lo miró con expresión de fingida inocencia. En realidad, habían sido tantas las veces que había cambiado de tema que no sabía a cuál de ellas se refería exactamente.

      Gabe echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

      –¿Normalmente te funciona esa cara de niña inocente? –preguntó.

      –Normalmente sí –contestó ella, sonriendo a pesar de sí misma.

      –Dios, Jane, ¡estás preciosa cuando sonríes! –dijo con admiración–. ¡Oh, estás intentando cambiar de tema!

      –¿Tú crees?

      –Estoy seguro. Dime, ¿sabes jugar al bridge?

      –Pues la verdad es que sí.

      –¿Y al ajedrez?

      Jane volvió a sonreír, sabiendo exactamente a qué se estaba refiriendo.

      –Sí –confirmó.

      –Desgraciadamente para ti, ¡yo también! –bromeó Gabe–. Dime, Jane, ¿tú crees en el amor a primera vista? –añadió suavemente.

      –No –contestó ella sin vacilar–. Ni a segunda, ni a tercera ni a cuarta.

      –¿Tan terrible fue tu matrimonio?

      –A su manera, sí. ¿Pero acaso no fue también terrible el tuyo? –lo desafió. No tenía ninguna intención de hablar de su matrimonio con Paul. «Terrible» era una palabra demasiado blanda para describirlo–. A pesar de todo lo que amabas a tu esposa.

      –Jane, me gustaría contarte algo sobre mis sentimientos hacia Jennifer.

      –Gabe, no tengo ningún interés en saber cómo fue tu matrimonio –lo interrumpió Jane nerviosa; ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre aquel período de la vida de Gabe–. Si todavía no has conseguido superar lo ocurrido y necesitas hablar con alguien sobre ello, te sugiero que recurras a un consejero matrimonial, ¡o a un sacerdote! –añadió en un tono insultante.

      –¿Por qué te resulta tan terrible que te hable de mi matrimonio? –preguntó Gabe con mirada sombría.

      –No tengo ni idea, Gabe –suspiró–. No sé por qué no quiero saber nada de tu matrimonio, pero no quiero. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

      –Es evidente que me cuesta aprender –musitó pensativo, mientras tomaba su chaqueta del respaldo de la silla en la que la había dejado–. Pensaba que eras diferente, Jane –frunció el ceño–. Todavía lo pienso. Y también sé que no eres tan indiferente a mí como te gusta pensar –se puso la chaqueta–. Gracias por la cena. Y por la conversación. Lo creas o no, he disfrutado de ambas.

      A Jane le resultaba difícil creerlo. Algunos momentos de la velada, los menos, habían sido agradables. Pero sus besos habían tenido un efecto devastador en las barreras con las que Jane pretendía proteger sus sentimientos, y de la conversación sobre su esposa no había disfrutado nada en absoluto. De hecho, le costaba creer que Gabe lo hubiera hecho. Además, se arrepentía de haber revelado tantos detalles sobre su vida.

      –Gracias por las flores –le dijo muy tensa–. Pero no vuelvas a utilizar a Evie para entrar aquí –dijo con dureza–. Es posible que ella sea una romántica, pero yo no lo soy.

      –Y pretendes dejarle las cosas claras sobre tu supuesto prometido de América –aventuró Gabe–. Pero no tienes por qué preocuparte. La próxima vez que venga a aquí, Jane, será porque tú me hayas invitado –le prometió.

      En ese caso, no habría próxima vez, se aseguró Jane mientras lo acompañaba a la puerta.

      Una vez allí, Gabe se volvió hacia ella y le enmarcó el rostro con las manos.

      –No pretendo hacerte ningún daño, Jane –le dijo con voz ronca.

      No lo pretendería, pero ya había hecho temblar los cimientos de su nueva vida.

      –No permitiría que lo hicieras –le aseguró con firmeza.

      Gabe

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