Los besos del millonario. Kat Cantrell

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Los besos del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2017 Kat Cantrell

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Los besos del millonario, n.º 185 - febrero 2021

      Título original: From Enemies to Expecting

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-218-1

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo Uno

      Logan McLaughlin odiaba perder. Así que, por supuesto, los hados le habían regalado el peor equipo de béisbol de la historia de las Grandes Ligas. Perder se había convertido en un arte que los Dallas Mustangs parecían empeñados en dominar. Y a Logan se le habían acabado las ideas para ayudar al equipo a salir de aquel bache.

      Ser el dueño del equipo y su director debería ser lo suyo. Su padre había dirigido una multimillonaria empresa durante treinta años sin problemas. Era indudable que él tendría que haber heredado parte de la habilidad para los negocios de Duncan McLaughlin, además de su amor por el béisbol y su fortuna.

      Pero la venta de entradas para los partidos en casa de los Mustangs indicaba lo contrario. Una racha de derrotas era el único motivo de que Logan hubiera accedido a la idea absurda que su publicista le había propuesto. De otro modo, no hubiera aceptado intervenir en un programa de telerrealidad. Era un intento a la desesperada.

      Pero, como le había dicho el publicista, ya no le quedaban más torneos de golf solidarios, que tampoco habían contribuido a vender más entradas. Y, como el equipo no ganaba partidos, Logan necesitaba obtener apoyo público de otro modo.

      El plató de Ejecución estaba atestado de gente. Logan se hallaba en un rincón tomándose un café. A pesar de lo mal que sabía, se lo estaba bebiendo porque, si no lo hacía, iba a arrancarle la cabeza a alguien por falta de cafeína. Debería haberse parado en un Starbucks, de camino al estudio, pero ¿quién iba a pensar que en un programa en que se pedía a los concursantes que estuvieran en el plató a las cinco de la mañana no se serviría un café decente?

      Le parecía que estaba en el infierno con una taza llena de porquería.

      –Logan McLaughlin –una bonita asistente que sostenía un iPad en el brazo miró a los concursantes hasta que lo localizó, separado del resto–. ¿Le importaría sentarse? Vamos a empezar a rodar.

      –Gracias, pero prefiero quedarme de pie –contestó él con una sonrisa, para suavizar la negativa.

      Una silla era para gente pequeña. Con un metro noventa de estatura y más de cien kilos de peso, no cabía en una silla desde la adolescencia. Además, le gustaba tener una vista panorámica.

      Un hombre de mediana edad, trajeado, le hizo una seña con la cabeza.

      –Me ha parecido reconocerlo. Soy seguidor de los Yankees desde hace tiempo. Lo veía a usted lanzar hace… ¿cuánto?, ¿diez años?

      –Más o menos –afirmó Logan.

      Hacía ocho años que los Yankees habían prescindido de él, pero ¿qué más daban los años cuando la carrera deportiva a la que se había entregado en cuerpo y alma había acabado con una operación de un ligamento del codo? El codo le seguía doliendo de vez en cuando, por si

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