Los besos del millonario. Kat Cantrell

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Los besos del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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embargo, en aquel momento necesitaba que él se diera cuenta de que tenía un trabajo ideal.

      –Soy la directora de mercadotecnia de Fyra.

      Él le lanzó una mirada anodina.

      –¿La empresa de cosmética?

      –Esa misma. Así que ya nos hemos puesto al día. La mercadotecnia es mi campo. El suyo es adivinar quién va a golpear la pelota con más fuerza. Cuando tengamos una prueba en que se necesiten pelotas, le dejaré que tome el mando.

      Aquel esbozo del puesto de refrescos era el primer diseño creativo que había llevado a cabo desde hacía semanas, lo que era deprimente. La inspiración la había abandonado, lo cual ya era alarmante en sí mismo, pero lo había hecho en el peor de los momentos.

      Fyra planeaba lanzar su nuevo producto en un plazo de tres meses. Por suerte, nadie sabía que la creatividad se le había agotado. No podía decirle a sus socias que estaba mentalmente bloqueada con respecto a la Fórmula-47. Confiaban en ella.

      Él esbozó una sonrisa que a ella no la engañó ni por un momento.

      –Por si se le ha olvidado, somos compañeros de equipo, lo que implica que todas las pruebas necesitan pelotas, las mías, específicamente. Así que apártese y trabajemos juntos.

      Muy bonito. Él no solo le había devuelto el juego de palabras, sino que lo había hecho con un estilo que tuvo que reconocer, de mala gana, que le gustaba. Solo por eso se desplazó unos centímetros a la derecha para dejarle sitio frente al cuaderno.

      El brazo de él rozó el suyo, porque ocupaba mucho más espacio de lo que ella pensaba. Era un sólido muro, de anchas espaldas y estrechas caderas. Y, sí, había observado lo bien que se le ajustaban los vaqueros a la curva de sus nalgas. Esa parte de él era un regalo para cualquier mujer, y ella se la comía con los ojos.

      Sin decir nada más, él agarró el otro rotulador, tachó «Refrescos Trinity» y escribió «McRefrescos». Era perfecto, pensó ella. ¿Cómo podía habérsele ocurrido?

      Trinity frunció el ceño y se cruzó de brazos, asegurándose de darle un codazo en las costillas, que fue como dárselo a un pared de ladrillo. Y se hizo daño en el codo.

      –Muy bien. Se llamará así, pero el puesto será naranja.

      Él se encogió de hombros y le dio, a su vez, un codazo.

      –Por mí, no hay problema

      Aquel hombre era insufrible. No era un tipo agradable, como había creído. En cuanto había abierto la boca, había perdido todo su atractivo. O eso era lo que se decía a sí misma.

      –¿Ah, no? ¿Así que va a vetar aquello con lo que sí lo haya?

      Defender su postura no debería costarle tanto, pero aquella montaña inamovible a su lado la desconcertaba, y no solo porque le resultaba imposible pensar con la excitación que le causaba y que no conseguía dominar.

      En lugar de fulminarla con la mirada, la expresión de Logan se dulcificó. Respiró hondo.

      –Comencemos de nuevo –le tendió la mano.

      Llena de curiosidad, ella la tomó y su contacto la estremeció.

      –Me llamo Logan McLaughlin. Dirijo un equipo de béisbol que no vende entradas. Mi publicista ha insistido en que este programa sería un buen modo de que el público se fijara en el equipo. Y aquí estoy. Cualquier ayuda que pueda conseguir dirigida a ese objetivo será bienvenida.

      Sus ojos castaños se fijaron en los de ella. Su sinceridad le aceleró el pulso. Vaya, era sincero, pero ¿qué se proponía?

      –Hola –dijo ella, porque fue lo único que consiguió articular mientras se miraban con una intensidad que la hizo arder–. Me llamo Trinity Forrester. Vendo cosméticos con otras tres mujeres a las que quiero mucho. La empresa está recibiendo mucha publicidad negativa, por lo que a mi publicista se le ha ocurrido la brillante idea de hacerme participar en un programa de televisión. No creo que sea tan buena idea.

      Logan se echó a reír, y el sonido de su risa le produjo un calor tan agradable que le temblaron las rodillas. La debilidad era inaceptable en cualquier situación. Sin embargo, endurecerse contra él le suponía más esfuerzo del que debería.

      ¿Estaba mal dejar que un hombre como él no la dejara indiferente? Era, sin duda, insufrible, obstinado y demasiado virtuoso para su gusto, pero tenía un cuerpo magnífico, una hermosa sonrisa y un largo cabello, hecho para dedos femeninos. No podía ser malo del todo.

      –Aunque parezca mentira, yo pensaba lo mismo –reconoció él–. Pero he cambiado de opinión. Creo que podemos ayudarnos mutuamente si trabajamos juntos. ¿Quiere intentarlo?

      Trinity supuso que esa era la respuesta a su pregunta de qué se proponía él: iba a ser agradable, en vez de obstinado y estúpido, lo que probablemente la confundiría aún más.

      Pero tenía que colaborar con él en favor de los objetivos de cada uno. Se mordió la lengua y se soltó de su mano.

      –Puedo intentarlo.

      Unieron esfuerzos y, fiel a su palabra, Logan prestó atención a las ideas de ella. Un plus fue que le riera los chistes, lo cual la deleitó secretamente.

      ***

      Al final de la tarde habían conseguido cuatrocientos dólares y un poco de calderilla con el puesto de refrescos. No sabían cómo porque habían discutido por todo: por el precio de los refrescos, por dónde instalarlo y por cuánto líquido servir en los vasos.

      Aparentemente, Logan solo se mostraba amable cuando quería algo, actitud que desaparecía cuando lo lograba.

      Al final, el productor del programa les pidió que acabaran y se dirigieran al estudio para terminar el rodaje del día. Cada uno fue en su coche al plató y volvieron a encontrarse en la falsa sala de reuniones.

      Esa vez, Trinity se sentó. Todo el día de pie con aquellos tacones, la mayor parte de él sobre hierba, le había destrozado el cuerpo.

      –¡Bienvenidos de nuevo! –dijo Rob Moore. Los equipos se reunieron en torno a la mesa.

      Logan se quedó de pie al fondo y Trinity fingió no darse cuenta de la silla vacía que había a su lado. El resto de los equipos se había sentado por parejas. A ella le daba igual. Su compañero y ella se llevaban mal y habían logrado trabajar juntos porque tenían que hacerlo.

      –Hemos hecho el recuento de todas las ventas y debo decir que este grupo de equipos es impresionante –el presentador les sonrió–. ¡Los ganadores son Mitch Shaughnessy y John Roberts!

      Trinity, decepcionada, aplaudió cortésmente cuando los dos miembros del equipo chocaron los cinco y corrieron a la cabecera de la mesa para recoger el cheque, cuyo destinatario era el Hospital Infantil de St. Jude. Eso era lo importante, que el dinero estuviera destinado a una buena causa.

      –El dinero obtenido por el equipo ha sido… –Rob Moore hizo una pausa para conseguir un golpe de efecto– cuatrocientos veintiocho dólares. ¡Admirable!

      ¡Madre

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