Los besos del millonario. Kat Cantrell

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Los besos del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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a crear con su habilidad para la mercadotecnia y su amor por lo femenino. Todavía le emocionaban el moderno diseño y los tonos púrpura que sus tres socias y ella habían elegido. Su localización en el centro de Dallas era perfecta para una mujer soltera que tenía un piso estupendo allí.

      Cass había hablado de trasladar la empresa a Austin. Trinity no había dicho nada porque la directora general de Fyra tenía buenos motivos para querer hacerlo: su esposo, Gage, vivía allí y esperaban un hijo. Trinity no tenía nada en contra de Austin, pero era otro ejemplo de algo sobre lo que no tenía control. Y odiaba no controlar las cosas.

      Además, ¿por qué no trasladaba Gage su empresa a Dallas? Tanto él como Cass dirigían grandes empresas con muchos empleados. ¿El hecho de que Gage fuese un hombre implicaba automáticamente que tuviera que ganar la batalla?

      Trinity se dirigió a la oficina mientras la vitoreaban y aplaudían. Sonrió y saludó con la mano. Era evidente que las imágenes del beso que Logan y ella se habían dado habían llegado a mucha gente. El programa televisivo no se emitiría hasta unos días después, pero ella había conseguido que el productor le diera el clip del beso y ella lo había subido a las redes sociales pidiendo que se compartiera.

      No iba a dejar nada al azar.

      Cass había programado una reunión a primera hora de la mañana, probablemente para obtener una primicia. Tarareando, Trinity se sirvió un café y buscó el iPad en el bolso, antes de dirigirse a la sala de reuniones, donde Cass ya presidía la mesa.

      –Hola –dijo Trinity, y repitió el saludo a Alex Edgewood, la directora de finanzas de Fyra, y a Harper Livingstone, la directora científica, cuyos rostros aparecían en la pantalla partida de un monitor de televisión colgado de la pared.

      Ambas participaban en la reunión de forma virtual, porque se habían marchado de Dallas en cuanto se lo habían sugerido sus respectivos esposos.

      Trinity se sentó, reprochándose su falta de amabilidad.

      Alex estaba embarazada de mellizas y debía guardar reposo, por lo que tenía lógica que viviera en Washington con Phillip, su esposo, que era senador. El esposo de Harper trabajaba en Zúrich, y Trinity no culpaba a su amiga por querer dormir en la misma cama que un hombre tan atractivo como Dante Gates, sobre todo desde que se acababan de dar cuenta de que estaban enamorados, después de llevar una década siendo amigos.

      Tal vez Trinity sintiera un poco de envidia de que sus amigas no tuvieran problemas con cosas tan normales como enamorarse de un hombre estupendo que las apoyara durante el embarazo. Ninguna de ella había sufrido un aborto que las hubiera hecho creer que no eran normales. ¿Y qué? Ella tenía otras cosas maravillosas en su vida, como todos los hombres que se le antojaban.

      Sin embargo, últimamente, los hombres estupendos eran escasos. Era el problema de cumplir los treinta. Te hacía reconsiderar la definición de «estupendo», y los falsos universitarios con síndrome de Peter Pan no encajaban en él. Por desgracia, esa era la clase de hombres a los que conocía, lo que estaba bien a corto plazo.

      Pero ¡ojalá supiera por qué ya no le parecía suficiente!

      Cass comenzó a hablar con una sonrisa astuta.

      –Parece que congeniaste mucho con tu compañero de programa. Cuéntanos.

      –Todo lo hice para la cámara –le aseguró Trinity.

      ¿Por qué notaba esa punzada en el estómago? El beso había sido mentira por parte de ambos, a pesar de que a ella le había gustado lo real que le parecía.

      –A los dos nos interesaba conseguir la mayor publicidad posible. Y ha funcionado.

      Alex y Harper se mostraron desilusionadas porque la historia no fuera más picante.

      –Ya sé que hemos tomado la costumbre de diseccionar nuestra vida amorosa en las reuniones, pero vamos a cambiar de tema –dijo Trinity–. Estoy segura, Cass, de que no has convocado esta para hablar de mi compañero del programa de televisión.

      –Pues sí –la corrigió Cass–. Ahora mismo estamos centradas en el problema de la publicidad. Después de la filtración y del fracaso de la aprobación de nuestro producto por parte de la FDA, las ventas han bajado y hemos sufrido una campaña de desprestigio.

      Trinity estaba de acuerdo, lo que la molestaba enormemente, porque se trataba de su terreno y de su empresa. Y alguien la perseguía.

      –Sí, lo sé. Recuerda que por eso he participado en el programa.

      Cass frunció el ceño.

      –Estoy segura de que no es suficiente. Lo aprobé porque me lo sugirió el publicista, pero debemos dar más pasos para lanzar la Fórmula-47. ¿Cuándo puedes presentarnos el plan de mercadotecnia?

      –¿El lunes que viene? –propuso Trinity comenzando a pensar el lío en el que estaba metida, ya que la campaña no existía.

      Solo era culpa suya. Sin embargo, era la primera vez que pasaba por una racha de sequía creativa como aquella, y ni siquiera podía quejarse a sus amigas. Asuntos personales de las tres habían establecido una barrera entre ellas, con Trinity en el lado equivocado.

      Lo odiaba. Se alegraba por sus amigas, pero la entristecía que hubieran decidido cambiar de vida de forma tan radical, que su vida fuera ahora tan diferente de la que ella había planeado . Y estaba segura de que ese era el motivo de que la hubiera abandonado la creatividad cuando más la necesitaba.

      El esbozo que había realizado en el cuaderno mientras Logan lo miraba por encima del hombro de ella había sido producto de una grata oleada de inventiva. Tal vez el medio fuera la clave. A la hora de comer iría corriendo a comprar un caballete. Quizá funcionara.

      Podría recuperar la creatividad, ponerse a trabajar y conseguir una brillante campaña para el lunes por la mañana, sobre todo si la publicidad derivada del programa funcionaba como se suponía. Si se quitaba ese peso de encima, se concentraría en convertir la Fórmula-47 en una potente crema contra las arrugas y las cicatrices que llevaría a Fyra al primer puesto en la industria cosmética.

      Cass asintió y se centró en las cifras, por lo que Alex fue la que tomó la palabra, mientras Trinity dejaba vagar la mente para ver si conseguía rescatar algo pasable del subconsciente. No fue así, pero tenía casi una semana. No había problema.

      El caballete y el bloc no fueron la solución mágica, como tampoco la sesión maratoniana de lluvia de ideas que tuvo con el equipo creativo. A las cuatro mandó a Melinda, la recepcionista de Fyra, a buscar al almacén una docena más de blocs. Los restos de los dos que ella había comprado a la hora de comer se hallaban rotos y arrugados en el suelo del despacho.

      Ni siquiera tenía un nombre para el producto, lo que implicaba que no podía diseñar el envoltorio. Su proceso creativo se basaba en bloques de construcción, y el nombre siempre era lo primero. La Fórmula-47 sería el producto principal de Fyra y, como directora de mercadotecnia, debía encargarse del mismo. Bastante tenía ya el equipo creativo con el resto de la mercadotecnia de la empresa.

      Melinda asomó la cabeza por la puerta.

      –Te traigo los blocs. Además, ha venido Lara, del grupo de publicidad Gianni. No tiene cita. ¿Le digo que se vaya?

      La publicista. Estupendo. Era lo que Trinity necesitaba en aquel momento, un recordatorio

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