Los besos del millonario. Kat Cantrell

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Los besos del millonario - Kat Cantrell Miniserie Deseo

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también claramente afectada.

      –Tengo trajes –murmuró él, soltándole la mano contra su voluntad, a pesar de que era consciente de que debería haberlo hecho medio minuto antes–. Pero prefiero ir desnudo a ponerme uno.

      ¿Qué estaba haciendo?

      «Contrólate, McLaughlin», se dijo.

      Esa mujer era justamente lo contrario del tipo de mujeres que le gustaba, y flirtear con ella solo provocaría un desastre, sobre todo porque ambos deberían centrarse en ganar el concurso. Por desgracia, le daba la impresión de que el desastre ya se había producido.

      –Yo también prefiero estar desnuda –su voz volvía a ser ronca, como él la prefería–. Trinity Forrester. Sí, como la Santísima Trinidad, la protagonista de The Matrix, y el rio. Ya me sé todos los chistes, así que ahórreselos.

      –Supongo que, entonces, no podré preguntarle si es una persona religiosa.

      Ella sonrió y se inclinó lo suficiente hacia él para que aspirara su exótico aroma, lo cual aumentó su atracción.

      –Si lo hace, le daré la respuesta habitual: «Espero que todo hombre que se halle a tres metros de distancia me trate como a una diosa. Puede empezar a adorarme cuando quiera».

      Seguro que a ella le encantaría. Logan entrecerró los ojos.

      Si iban a ser compañeros de equipo, deberían aclarar algunas cosas: nada de flirtear y nada de voces roncas acompañadas de miradas invitando a acercarse más. Él llevaría la voz cantante y a ella más le valía estar a la altura. Los tacones sexys eran optativos.

      Las cámaras habían captado todas y cada una de las palabras de la conversación. Hasta ahí, todo bien.

      Cuanta más veces las cámaras grabaran a Trinity, más veces aparecería en pantalla su nombre y el de Fyra Cosmetics. Era difícil conseguir mejor publicidad y Fyra necesitaba toda la buena prensa que pudiera obtener.

      Ella la conseguiría, pasara lo que pasara. No iba a consentir que le sucediera nada a su empresa, que había creado con sus tres mejores amigas de la universidad. Debido a un saboteador interno, Fyra tenía problemas.

      Como directora de mercadotecnia, Trinity se tomaba la publicidad negativa como algo personal. Tenía que detener la hemorragia. Y Ejecución era el primer paso de su plan.

      Si no, estaría en el despacho trabajando en la campaña de la Fórmula-47, el nuevo producto que esperaban lanzar al cabo de un par de semanas.

      El señor McLaughlin seguía estrechándole la mano, como si no fuera a soltársela. Perfecto. Cuanto más embelesado estuviera, más fácil le resultaría a ella tomar las riendas.

      Los hombres no le prestaban atención, salvo para llevársela a la cama, sobre todo porque ella prefería que fuera así. El sexo, en su opinión, era lo único que merecía la pena hacer con un hombre.

      Sonrió a Logan. Llevaba impreso en el ADN que era de Texas. Si a eso se le añadía el cabello largo y castaño que no dejaba de caerle sobre el rostro y la ropa informal, Logan McLaughlin era la personificación del hombre americano y, por tanto, un buen tipo.

      Aunque los buenos tipos siempre ocultaban algo no tan bueno. A la hora de confiar en los hombres, ella había aprendido la lección hacía mucho tiempo: no había que hacerlo. Un embarazo inesperado a los veintitantos la curó de soñar con finales felices, cuando el padre de su hijo se largó. Después, un aborto natural la convenció de que no estaba hecha para ser madre.

      –Señor McLaughlin –murmuró–. Si me devuelve la mano, podremos empezar.

      Él la soltó como si hubiera descubierto que tenía una víbora y carraspeó.

      –Sí, buena idea.

      El presentador les entregó un sobre sellado y se dirigieron a una zona donde había un caballete y un gran cuaderno para apuntar ideas. A Trinity le cosquilleaban los dedos porque estaba deseando llenar las blancas páginas con diagramas. Si eso no reactivaba su inspiración perdida, nada lo conseguiría. Y eso que había probado un montón de cosas.

      El cámara se introdujo en el pequeño espacio. Seguía rodando. Perfecto.

      Trinity pensó que tenían que ocurrírsele más cosas indignantes para que los montadores del programa tuvieran mucho trabajo. Llegar tarde había sido una idea brillante. Y la expresión del rostro de McLaughlin al decirle que no podía reprocharle haber llegado un cuarto de hora tarde no tenía precio. Era evidente que a él le gustaba seguir las reglas. Una pena.

      Logan abrió el sobre, sacó el contenido y le echó un vistazo.

      –Tenemos que llevar un puesto de refrescos en Klyde Warren Park. El equipo que gane más dinero será el vencedor de la prueba y evitará que lo ejecuten.

      –Excelente –Trinity se frotó las manos e hizo un rápido esbozo del puesto, llenándolo de detalles como el sombreado con rayas–. El naranja es el mejor color para pintarlo porque contrasta bien con el verde, suponiendo que estemos en una zona del parque con hierba.

      Su compañero, situado detrás de ella, miraba el esbozo por encima de su hombro. Ella notó su aliento en el cuello cuando él estiró el brazo para señalar algo en el papel.

      –¿Qué es eso?

      –Un rótulo que dice «Refrescos Trinity».

      ¿Qué se echaba que olía de forma tan masculina?

      Las notas cítricas se le extendieron por los sentidos hasta llegar a sus zonas erógenas. Parecía que ninguna de ellas se había enterado de que no le gustaban los hombres de Texas con aspecto de vivir al aire libre.

      ¡Por favor! Aquel hombre era dueño de un equipo deportivo. Probablemente necesitaría un diccionario para tener una conversación sobre bebidas, en la que, indudablemente, aparecería la cerveza y un centenar de pantallas de televisión con un partido distinto en cada una.

      Logan y ella hacían mala pareja para un programa de telerrealidad, mucho más para la vida real, aunque él tuviera unos pectorales de acero.

      La punta del dedo aún le cosquilleaba por haberla apoyado en su pecho. No estaba preparada para el cuerpo que había descubierto bajo la camiseta.

      –¿Y por qué vamos a llamarlo «Refrescos Trinity»? –pregunto él. Su voz le resonó en el oído.–. «Refrescos Logan» suena mejor.

      –Yo entiendo mejor que usted la dinámica de atraer al público. Así que vamos a fiarnos de nuestros puntos fuertes.

      Ella añadió unas cuantas líneas al boceto y dio un grito cuando su compañero la hizo volverse para mirarlo. Los labios de él formaban una fina línea y la dominaba con su altura, a pesar de los tacones que ella llevaba. Estaba acostumbrada a mirar a los hombres a los ojos, y no poder mirar así a Logan McLaughlin la puso nerviosa.

      –Usted se ha encargado muy bien de no mencionar sus puntos fuertes –afirmó él en tono sarcástico–. Yo dirijo una franquicia deportiva multimillonaria. ¿A qué se dedica usted, señorita Forrester?

      –¿No se lo he dicho? –preguntó ella despreocupadamente,

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