En la boca del cocodrilo. Ana Goffin

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу En la boca del cocodrilo - Ana Goffin страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
En la boca del cocodrilo - Ana Goffin

Скачать книгу

“mujercitas” no debemos estar calladitas. Como dije líneas arriba, recibí más de cuarenta historias de mujeres de diferentes partes del mundo para este libro, ninguna de hombres. No dudo que fueran víctimas de violencia, pero simplemente no quisieron contar sus experiencias. Tal vez sea un asunto cultural. A ellos se les “educa” para ser fuertes y desconectarse de sus emociones: “¡los hombres no lloran!”. ¿O tendrá algo que ver que ellos son los perpetradores de más de 85% de las muertes por violencia de género?

      Alma Delia Murillo narra en un conocido diario en México: “Quienes escribimos —hombres o mujeres— sabemos que escribir y publicar es un ejercicio de exposición, es una forma de mostrar el interior, de ponerle nombre y firma a una postura vital o política; sabemos que la incomodidad y la vulnerabilidad vienen con este oficio. Pero es notable el sesgo agresivo hacia las mujeres, la saña con la que se descalifica y —pareciera que eso nunca va a cambiar— el irresistible ataque contra el cuerpo femenino que sigue siendo territorio de conquista, afirmación, ofensa y trofeo” (Murillo, 2020).

      II. FELÍZ AÑO NUEVO

      Ves venir al cocodrilo,

      sabes que te devorará pero

      te sientes atraída por su tamaño,

      su belleza y masculinidad.

      No mides el peligro, no ves las señales.

      Hasta que es demasiado tarde

       y ya no hay manera de recuperar tu vida…

      Tengo frío, no sé dónde estoy. Mi cuerpo está desnudo, siento la humedad sobre mi piel, huele a sangre. No veo nada, puedo oler también un plástico que me cubre. Siento miedo. ¿Dónde estoy? De pronto escucho una voz y me siento más tranquila, alguien sabe que estoy aquí, pero esa paz se esfuma en ese preciso momento. Escucho cómo se abre una compuerta y me deslizan hacia afuera sobre una plancha de metal. Un hombre vestido de blanco dice con voz cansada: “Apúrense, sáquenla del refrigerador. Es increíble, ¡ni el 31 de diciembre podemos festejar o descansar! Una más... Hagamos la autopsia rápido. Me quiero ir a dormir”.

      ¡Estoy muerta! En mi tobillo cuelga una etiqueta atada con un cordón, puede verse escrito en color negro:

      Luz García

      28 años

      La primera vez que Luz vio a Rodolfo creyó tener ante sus ojos a un príncipe azul. Guapo, encantador y carismático. Se conocieron en la oficina. En esa época, ella era coordinadora de Ventas y él, jefe de Servicio al Cliente.

      Empezaron a salir después de trabajar. Luz quedó literalmente “flechada”. Cuando estaba cerca de él, le sudaban las manos, sentía mariposas en el estómago y su corazón palpitaba. Era un sueño hecho realidad. Se sentía plena, feliz y emocionada.

      Después de varias salidas a comer los fines de semana, empezó a pensar cuál sería su nombre si se casara con él: Luz García de Smith. ¡Era música para sus oídos! Además de todo, ¡tendría hijos con un apellido en inglés!

      El cortejo y el noviazgo transcurrieron entre rosas, chocolates, comida, vino, moteles y recaditos románticos. Tan sólo tres meses bastaron para que Luz viera la culminación de sus sueños en una cena bajo las estrellas. Encontró su anillo de compromiso sobre un elaborado pastel de chocolate. La vida no podía brindarle más felicidad. Su mente tenía presente una sola cosa: él.

      En mi experiencia como psicoterapeuta pude constatar que cuando se vive un “idilio” de este tipo, de esos intensos cuyo avance es más rápido que la velocidad de la luz, se respira un ambiente de “peligro”; parte de la fascinación está en la velocidad, lo inesperado, la novedad y la emoción que todo esto representa. En especial cuando hay compatibilidad sexual. La atracción y la emoción nublan nuestro juicio, pues estamos en un estado de enamoramiento total y, en consecuencia, ciegos. Vemos cualidades inexistentes y no observamos los detalles o signos de alerta.

      Eso le sucedió a Luz. A los seis meses de conocerlo ya estaba casada con él y la vida no era precisamente su fantasía. En la luna de miel, le pidió no usar bikinis; compró un traje de baño completo, con la excusa de que había sido “víctima” de infidelidad en sus relaciones anteriores, porque sus “ex” eran un poco exhibicionistas y golfas. No quería que le volviera a suceder lo mismo, sufrió mucho. A Luz le dio ternura esa historia, ¡pobrecito! Aunque esto no fue lo único. Un mesero, por error, volcó una copa de vino sobre Rodolfo. Su reacción fue golpearlo directamente en la cara y gritarle: “¿Sabes lo que me costó esta camisa animal?”. A partir de ese momento le pidió a Luz comer en el cuarto, para no estar a merced de los trabajadores de ese “mugroso y caro hotel”. Luz lo dejó pasar, se limitó a cerrar los ojos.

      Queda claro que ella era incapaz, en ese momento, de ver sus defectos y darse cuenta de que su flamante esposo era violento y misógino, odiaba a las mujeres. La manipulaba contándole todas las carencias vividas de niño, “una triste historia”, achacó su reacción con el mesero a una niñez marcada por la escasez económica y el maltrato de su madre.

      Es común no ver los indicios que se esconden en los problemas del pasado de la persona amada. Es como si trajéramos puestos unos lentes oscuros, empañados por la dopamina, cuyo efecto es parecido al de una droga altamente adictiva. Nuestro cerebro prepara un coctel que nos confunde y perdemos el juicio sobre la realidad.

      Luz y Rodolfo rentaron un departamento, se instalaron y empezó la pesadilla. Él la agredía verbalmente y después decía no acordarse de lo sucedido. Ella empezó a sentir una vaga desesperación, sus reclamos siempre se topaban con una pared que negaba todo.

      Al poco tiempo, despidieron a Rodolfo de su trabajo; quejas de los clientes y de sus compañeros. No podía estar en Servicio al Cliente alguien con esos cambios de humor y “una mecha tan corta” al reaccionar.

      Esta situación fue el detonador de toda la rabia contenida en Rodolfo. Cuando llegó a casa, aún no había llegado Luz. Abrió una botella de vodka y se la tomó completa. Ella regresó por la tarde al departamento. Al llegar, él empezó a gritar y a culparla por el despido injustificado. En realidad, Luz no tenía nada que ver y así se lo expresó entre lágrimas. Rodolfo se eximía de toda responsabilidad y gritaba como un loco. Ella le pidió que se calmara y él respondió enfurecido: “Eres una estúpida, tú sí tienes trabajo y me lloriqueas para que no te grite. Eres como todas… una puta, por eso a ti no te corrieron”. Un segundo después, le dio la primera golpiza de muchas más.

      Ambos estaban desilusionados. Ella tenía miedo, no podía decidir y moverse. Se congeló. Él no se sentía amado y la consideraba egoísta, pues no le leía el pensamiento, ni era perfecta. Cuando se descongeló, Luz quería que las cosas entre ellos funcionaran y se dedicó a dar sin medida, a cubrir sus exigencias y a renunciar a sus deseos. Rodolfo era insaciable, no importaba cuánto le daba su mujer, ni a qué renunciaba para complacerlo. Nunca bastó, era como un barril sin fondo: no había nada que pudiera llenar su hueco. Estaba roto por dentro.

      Llegó el día de la fiesta de Año Nuevo en la oficina de Luz. Rodolfo seguía sin trabajo. La odió por tener lo que él deseaba. De regreso a casa, le reclamó no haber estado a su lado durante toda la fiesta, se sintió desdichado y abandonado “por culpa de Luz”.

      Para ella, era el final de la relación, la gota que derramó el vaso lleno de pena contenida. “¡No podemos seguir así, vete de aquí!” dijo Luz con una voz proveniente de lo más hondo de sus vísceras revueltas por el enojo, la desilusión y el desamor.

Скачать книгу