En la boca del cocodrilo. Ana Goffin

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En la boca del cocodrilo - Ana Goffin

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      El cerebro emocional o área límbica se encuentra situada justo encima del cerebro reptiliano, en el centro del Sistema Nervioso Central y comienza a desarrollarse desde el nacimiento del bebé.

      El límbico es el centro de:

       Los sentimientos

       El placer

       Las emociones

       El apego

       La motivación.

      Las emociones intensas activan el sistema límbico, concretamente el área de la amígdala. La amígdala es quién se encarga de avisarnos de los peligros —centro del miedo— y poner en marcha distintas respuestas:

       Nos pone en alerta

       Desencadena la cascada de hormonas del estrés

       Desencadena impulsos nerviosos.

      El cerebro racional

      La parte más joven de nuestro cerebro triuno es el cerebro racional, también conocido como Neo-Cortex. Es el centro del pensamiento, en simples palabras, es el ceo o director general. El cerebro racional se ocupa básicamente del mundo exterior. Su tarea es cumplir objetivos, gestionar tiempo y secuenciar acciones.

      Ahí se alojan el hemisferio izquierdo y el derecho, que se comunican entre sí a través del cuerpo calloso. El hemisferio izquierdo es el dominante en la mayoría de los individuos. Parece ser que esta mitad es la más compleja, se relaciona con la capacidad verbal o lingüística, la comprensión del lenguaje y el habla. Además de la función verbal, tiene otras ocupaciones, como la capacidad de análisis, de hacer razonamientos lógicos, abstracciones, resolver problemas numéricos, aprender información teórica y hacer deducciones.

      El hemisferio derecho se relaciona con la expresión no verbal. Está comprobado que en él se ubican la percepción u orientación espacial, la conducta emocional —facultad para expresar y captar emociones—, el control de los aspectos no verbales de la comunicación, la intuición, el reconocimiento y el recuerdo de caras, voces y melodías. El cerebro derecho piensa y recuerda en imágenes. Diversos estudios han demostrado que las personas cuyo hemisferio dominante es el derecho estudian, piensan, recuerdan y aprenden en imágenes, como si se tratara de una película sin sonido. Estas personas poseen una gran creatividad y una imaginación muy desarrollada.

      Los seres humanos podemos tener un hemisferio más dominante que otro, pero como están conectados, conseguimos desarrollar el lado no predominante. Las personas con un cerebro muy desarrollado emplean ambos hemisferios de manera simultánea.

      El cerebro racional nos diferencia del resto de los animales. Aquí se encuentra la corteza prefrontal. Es la encargada de la planificación, anticipación, percepción del tiempo y del contexto, inhibición de acciones inadecuadas y comprensión empática.

      Los lóbulos frontales también forman parte del cerebro racional, equilibran el límite entre los impulsos y el comportamiento aceptable en una determinada situación. El buen funcionamiento de los lóbulos frontales es crucial para las siguientes funciones:

       Mantener relaciones armónicas con los demás

       Evitar hacer cosas que nos comprometan o dañen a los otros

       Regular nuestros impulsos: hambre, sexo o enojo.

      Reptiles conectados o desenchufados

      A estas alturas del capítulo tal vez te preguntes por qué tanta vuelta alrededor del cerebro, si vamos a abordar casos de violencia y abuso. Voy a usar al reptil, al cocodrilo interno, como metáfora.

      Los seres humanos podemos vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás, equilibrando el Neo-Cortex, donde se alojan ambos hemisferios; el sistema límbico, que rige nuestras emociones, y el reptil, nuestro cerebro primario, responsable de los patrones de conducta, las repeticiones, las costumbres ancestrales y los ritos.

      También podemos estar desenchufados. Vivir en automático. Eso nos meterá en grandes problemas. Por ejemplo: a veces vemos a una persona muy feliz y de un momento a otro cambia y sobrerreacciona. Esto es a lo que llamo “modo cocodrilo desconectado”. La persona pierde el control de su conducta y no ubica de dónde viene su malestar.

      Nuestro cerebro está diseñado para responder a las amenazas, ¡por sobrevivencia! Por ello, el “modo cocodrilo” también es útil y necesario. Pero ¡en “modo cocodrilo conectado”!

      Muchas veces reaccionamos a algo como si fuera una amenaza, pero no lo es, y nos metemos en problemas. La realidad es percibida, en muchas ocasiones, distorsionada. El cocodrilo se distrae, tal vez por algún recuerdo asociado a un trauma o emoción del pasado.

      Una persona violenta que está en modo cocodrilo desconectado, puede darte miedo, confundirte y desconcertarte. Si pones límites, pides ayuda o huyes, tu cocodrilo se conectó y actuarás para salvar tu vida, tu integridad física o mental. Tú cerebro estará bailando en equilibrio.

      Esto nos es familiar a todos, a veces somos el agresor y otras la presa. La presa deberá acudir a su reptil interno para huir. Mientras tanto, el agresor necesita aprender a controlar sus impulsos. Hay casos donde falla el control de los impulsos, y eso está relacionado a alguna perturbación de la mente. La persona requiere de un medicamento y psicoterapia cognitiva conductual para funcionar mejor en el día a día.

      En el caso de Luz y Rodolfo el cocodrilo no se conectó adecuadamente con el cerebro emocional y racional. En algún punto se cruzaron los cables. A ambos, el cocodrilo los tenía amagados del cuello. Más que un baile de Año Nuevo, fue un tango.

      Alarmas internas

      Pregúntate si puedes escuchar a tu cocodrilo para usarlo a tu favor o si él te tiene controlado a ti. En el caso de Luz y Rodolfo, ¿ubicas las señales de peligro? ¿Crees que se pudo evitar la muerte de Luz?

      Desde niños nos enseñan a desconectarnos de nuestras sensaciones y necesidades. Por ejemplo: nos tapan cuándo mamá tiene frío, comemos cuando ella tiene hambre, nos dan un dulce cuando nos lastimamos, nos pasan un teléfono celular para tranquilizarnos, cuando quizá lo que necesitamos es un abrazo.

      Hay cuatro indicadores básicos que te alertan:

      1 Sensaciones corporales: Sudoración, estómago revuelto, dolor de cabeza o cuello, nausea, temblor, mandíbula apretada, tensión, corazón acelerado, dificultad para respirar, etcétera. Las sensaciones corporales son vitales, pues nos conectan con nuestros sentimientos y necesidades. ¡No las ignores! Del ciclo de la sensación, el sentimiento y la necesidad, se deriva nuestra respuesta y, por ende, nuestra conducta.

      2 Indicadores del pensamiento: Confusión, dificultad para decidir, problemas para concentrarte o poner atención, olvidos, pensamientos obsesivos, etcétera.

      3 Emociones: Frustración, incertidumbre, culpa constante, tristeza, cansancio, miedo, etcétera. Cuando estas emociones te sobrepasan, te dan la sensación de que debes arreglar algo urgentemente. Es verdad, lo necesitas.

      4 Tomar o no tomar acción: ¿Procrastinas —dejas todo para mañana—, escapas de la situación, evitas, huyes, intentas arreglar las cosas, te congelas, discutes?

      Estos

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