En la boca del cocodrilo. Ana Goffin

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En la boca del cocodrilo - Ana Goffin

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acompaña y pide ayuda profesional. Es imposible sanar si no se trabaja en el trauma, las emociones y se atiende el estrés postraumático.

      El silencio se convierte en nuestro peor enemigo, habla de estos temas. Los secretos nos enferman. Lee e infórmate. Desde casa tienes mucho que enseñar. En la bibliografía de este libro podrás encontrar algunos títulos que pueden ser de gran utilidad como lectura para ti y tu familia.

      ¡El abuso no se calla! La víctima no es responsable de los hechos.

      V. UN DÍA A LA VEZ

      El primer paso nos prepara

      para una nueva vida,

      la cual podemos realizar

      únicamente si soltamos

      las riendas de lo que

      no podemos controlar y

      si decidimos vivir un solo

      día a la vez, a fin de emprender

       la tarea monumental

      de ordenar nuestro mundo,

      cambiando nuestra propia

      manera de pensar.

      Un día a la vez en Al-Anon

      Soy Marina. Mis padres tuvieron 12 hijos, de 18 embarazos. Somos cinco mujeres y siete hombres. Estudié primaria y secundaria. Mi padre se dedicaba al campo. Teníamos recursos económicos limitados.

      Actualmente tengo 52 años de edad. Mi papá era macho, alcohólico y golpeador. Nos contaba que él así había aprendido en la vida, gracias a los golpes de su padre. Su madre era sumisa y dependiente, igual que la mía.

      Los recuerdos de mi niñez se amontonan en mi mente, tengo pesadillas hasta el día de hoy, sueño con los gritos de mi mamá cuando mi papá la violaba. Digo la palabra “violaba” porque así era, contra su voluntad, a fuerza y con golpes para que ella cediera y se callara. Desde mi cama podía escuchar todo.

      Mi mamá dejó de sonreír, se volvió callada y taciturna. Dejó de bañarse, yo creo que tal vez pensaba que mi papá no se acercaría por el olor. Era un escudo para no ser tocada por él.

      Cuando cumplí 13 años tuve mi primer novio. Con el permiso de mis papás me casé con él a los 15. En lugar de fiesta para celebrar mi cumpleaños, hubo boda.

      Se repitió la misma historia: abuso físico, verbal y sexual. Acudí a mi madre en busca de ayuda, me dijo que eso era el matrimonio y él, siendo mi marido, era mi dueño. Tenía derecho de hacer lo que quisiera conmigo. Tuvimos una hija. Pasaron cinco años, con el apoyo de una tía me atreví a pedirle el divorcio. Renté un cuarto pequeño para mi hija y para mí.

      En ese momento yo tenía 20 años. Empecé a hacer una nueva vida, a trabajar de mesera y me prometí que no habría más moretones, gritos, groserías y relaciones sexuales a fuerza. No quería volver a vivir eso nunca más. En una ocasión llegué a introducir una manguera en mi vagina para lavar las huellas de mi marido. Me daba asco cómo me tocaba.

      Una tarde, fui a visitar a una amiga, conocí ahí a su primo. Tenía mi edad, era simpático y olía bien. Ese día me contó su vida, estaba separado, su mujer era una “loca” y estaban en el proceso final del divorcio.

      Después de un tiempo se vino a vivir con nosotras y quedé embarazada de nuevo, un niño. Fui feliz por unos meses, pero él no trabajaba, era flojo. Yo mantenía la casa.

      Tras cinco años de relación le pedí irse. Así lo hizo. Sin embargo, me llamaba todos los días para amenazarme, se iba a suicidar por mi culpa. Lo recibí otra vez, por “lástima”.

      Me sentía muy mal conmigo misma, ante mis ojos yo era “débil y tonta”. Seis meses más tarde, busqué un lugar para vivir y me fui con mis dos hijos. No se suicidó, ni me buscó. Me sentí aliviada en ese momento.

      Un año después, un cliente del restaurante me invitó a salir. Estaba separado y no podía divorciarse, su mujer lo amenazó con quitarle a su hijo. Ante mí se victimizaba y me contaba todo lo que sufría a lado de esa mujer, una auténtica “bruja de cuento”. Al poco tiempo se vino a vivir conmigo y con mis hijos. Pasaron cuatro años, tuvimos una hija, pero yo no me sentía feliz. A veces, se ausentaba por la noche con el pretexto de estar con su otro hijo. Yo deseaba que él fuera diferente e intenté cambiarlo. No pude.

      Una tarde, regresaba a casa después de trabajar. Lo vi con otra mujer. Esa misma noche lo corrí y me quedé otra vez sola y con tres hijos. Algo andaba muy mal dentro de mí, yo misma me preguntaba, ¿qué me pasa?

      Pasó el tiempo. Conocí a un muchacho más joven. Todo iba muy bien. Empecé a ver mi vida color de rosa. No duró gran cosa esa sensación tan agradable, lo descubrí drogándose. Quise terminar la relación, pero él se negó. Iba a cambiar. No fue así, me celaba, me gritaba, hasta que un buen día me fracturó la nariz. Lo dejé y me conseguí un departamento.

      Hoy te escribo, Ana, a mis 52 años. Estoy en una relación con un hombre más joven que yo. No tengo el valor de dejarlo. Se droga, es mentiroso y manipulador. Me siento atrapada. No quiero seguir viviendo así, igual que cuando era niña. Me siento como un perrito esperando cariño. Sueño con que él cambie. Eso no va a suceder. Necesito tomar una decisión.

      Hay un factor que es una constante en las relaciones de pareja como la de Marina: querer que el otro sea como yo deseo y necesito que sea. Nunca lo voy a lograr.

      Esta historia muestra con claridad una adicción a las relaciones, en ella hay un impulso, no consciente, de recrear su historia infantil para poderla enfrentar con éxito en el presente. Es como si fuera una compulsión de jugar a lo mismo hasta poder ganar. Para ella su pasado es un trauma y no ha podido dejarlo atrás. No siempre contamos con los recursos internos o externos. Hacemos lo posible con las habilidades que tenemos en un momento dado.

      Dije adicción, pues ella tiene las pruebas suficientes para ubicar su manera de relacionarse, las personas elegidas son dañinas para su persona. Ha experimentado en carne propia las consecuencias negativas de sus decisiones. A pesar de eso, no se ha podido detener.

      Las relaciones sostenidas con diferentes hombres son una “conducta evitativa”, ella las usa sin darse cuenta, le permiten no desarrollar una relación con ella misma. No es extraño que no abrace su vida y la tome entre sus manos, toda su energía está puesta en los problemas de los hombres con quienes se ha relacionado. A esto se suma lo dicho por su madre: “Eres de su propiedad, puede hacer contigo lo que quiera”. Marina se resiste a esta creencia tratando de cambiar al otro, en lugar de cambiar esa creencia limitante e irracional.

      Nos narra que se siente como un “perrito esperando cariño”. Esta frase me conmueve muchísimo, ¡es muy fuerte! Al mismo tiempo clarifica su necesidad de recibir afecto y tener un final feliz, aunque su situación sea desastrosa.

      Hay infinidad de hombres violentos, muchos son, al mismo tiempo, alcohólicos o adictos. He podido observar, a lo largo de mi experiencia profesional, cómo muchas mujeres maltratadas provienen de una familia donde vivieron violencia, alcoholismo, abuso sexual o psicológico y adicción a alguna sustancia. También he comprobado cómo el alcohol y las drogas incrementan la conducta violenta y pueden actuar como un disparador de ésta, en especial en personas predispuestas, debido

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