El plan del jeque. Lynne Graham

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El plan del jeque - Lynne Graham Bianca

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su esposa Fadith había muerto y en cuestión de semanas el consejo le había pedido a Rafiq que considerase casarse por segunda vez. Por desgracia, no habían tenido hijos y los médicos, que no habían encontrada nada en ninguno de ellos, habían concluido recurriendo a la expresión genérica de «infertilidad por causas desconocidas». Rafiq no estaba preparado para celebrar una segunda unión y volver a pasar de nuevo por un proceso tan doloroso. No se sentía con ánimo de disculparse por querer seguir disfrutando de la libertad que durante tanto tiempo le había sido negada.

      Claro que tampoco era la excusa que su tío quería oír. Jalil se había casado joven y seguía siendo muy feliz en su matrimonio y, al igual que el consejo, estaba convencido de que la libertad sexual había llevado a la perdición al fallecido Azhar y a sus múltiples escándalos. Se había divertido con el personal femenino y con las esposas de sus oficiales y amigos. Ninguna mujer atractiva había estado a salvo cerca de él. A diferencia de su padre, Rafiq no era adicto al sexo ni tampoco un drogadicto en busca de un subidón.

      –Zayn debe casarse –sentenció Jalil con gravedad–. Debe darte un heredero.

      –En ese caso, estoy dispuesto a volver a casarme –replicó Rafiq asumiendo que no le quedaba otra opción.

      Había soportado la presión a favor de volver a casarse durante todo el tiempo que había podido para evitar que su hermano se viera obligado a formalizar una unión y asumir una responsabilidad para las que era demasiado joven. Aunque daba por sentado que de un nuevo matrimonio no nacería el tan deseado heredero, al menos ganaría tiempo para que su hermano siguiera disfrutando de su libertad.

      –Me volveré a casar –repitió–. Pero solo con la condición de que mi hermano no tenga que tomar esposa hasta dentro de unos años.

      –Ni el consejo ni yo queremos que te sientas obligado a casarte contra tu propia voluntad –protestó el anciano consternado.

      –No me sentiré obligado –mintió Rafiq, decidido a hacer lo que fuera con tal de proteger a su hermano pequeño y que no se viera forzado a madurar tan pronto–. Al fin y al cabo, es mi obligación tomar esposa. Un rey tiene que tener su reina.

      –Si estás seguro… –musitó el regente–. El consejo recibirá de buen grado la noticia de tu cambio de opinión y ¿quién sabe? Tal vez en un segundo matrimonio se conciba un hijo.

      –No nos hagamos ilusiones. Lo más realista es suponer que no habrá hijos. Sea quien sea la candidata, tiene que saberlo desde el principio.

      –¿Hay alguna mujer por la que tengas preferencia? –preguntó su tío esperanzado.

      –Lamentablemente no, pero a la vuelta de mi viaje escucharé sugerencias –murmuró Rafiq y esbozó una sonrisa forzada–. No creo que sea un buen partido para ninguna mujer.

      –¿Un futuro rey multimillonario al que las redes sociales consideran el príncipe más apuesto del Oriente Medio? –dijo el anciano exaltado–. ¡Hay mucha insolencia en las redes sociales!

      –No podemos hacer nada para contener esos estúpidos comentarios –replicó Rafiq y se encogió de hombros.

      Durante mucho tiempo, ni él ni su hermano habían tenido acceso a esas plataformas de opinión pública, al haber sido apartados en muchos aspectos de los jóvenes de su generación. Además, aquel físico de estrella de cine que había heredado de su difunta madre, una atractiva dama de la alta sociedad italiana, no le hacía más que pasar vergüenza.

      Gracias a su fuerza de voluntad, Rafiq había obtenido el título en Administración de Empresas y Finanzas en contra del consejo ejecutivo que no veía ningún beneficio en que su monarca tuviera formación universitaria. A pesar de las duras restricciones que habían regido su vida, Rafiq había tenido una educación relativamente normal, si bien nada en su vida podía considerarse normal. Siempre estaba rodeado de guardaespaldas y estaba condenado a viajar con un cocinero y un catador de comida puesto que su padre había muerto envenenado.

      Rafiq se inclinaba a pensar que esa tragedia no tenía nada que ver con un delito de sedición, sino más bien parecía obra de un marido furioso o de una mujer vengativa. Incluso podía ser consecuencia de algún acuerdo injusto impuesto en alguna de las muchas disputas entre tribus en las que su padre hubiera intervenido a favor de sus compinches o en la que hubiera exigido un soborno. Era lógico imaginar que su difunto padre había tenido muchos enemigos. A pesar de las investigaciones, nadie había encontrado explicación al asesinato de su padre. Muchos habían sospechado que había motivos escandalosos para explicar la muerte de su padre, pero no se habían encontrado suficientes pruebas para culpar a nadie. Por desgracia, su muerte había sido para el consejo de gobierno un alivio más que un motivo de pesar.

      A diferencia de su padre, Rafiq además de honesto y honrado, también era muy competente como diplomático. Esa cualidad no le había servido para nada como marido, así que no le entusiasmaba la idea de volver a casarse. No tenía ningún interés en buscar otra esposa y menos aún en sentirse atrapado de nuevo. Había detestado estar casado y sabía que la suya era una reacción visceral a lo que había tenido que soportar. Tampoco le agradaba que lo veneraran como a un ídolo y no quería verse condenado por segunda vez a estar con una mujer que deseara un hijo más que a él. Aun así, había sido fiel durante su matrimonio.

      Solo después de que su esposa falleciera había conocido otro tipo de experiencias sexuales, encuentros esporádicos que podían llegar a ser divertidos e incluso excitantes, donde cada uno seguía su camino sin echar la vista atrás. Nada de ataduras ni de remordimientos ni siquiera un intercambio de números de teléfono. Eso era lo que más le gustaba aunque dada la adicción de su padre al sexo, se esforzaba por controlar su impulso sexual y rara vez se dejaba llevar por sus necesidades físicas. Cuando se casara otra vez, nunca volvería a disfrutar de aquel placer sexual despreocupado. La próxima vez que viajara al Reino Unido buscaría a una mujer con la que pasar horas en la cama. Sería su último pecado, se dijo mientras se despedía de su tío, antes de que su vida y su intimidad le fueran arrebatadas de nuevo.

      Izzy dejó escapar una exclamación al ver la hora. Llegaba tarde, tan tarde, que si la empresa de limpiezas para la que trabajaba se enteraba de que le había fallado a uno de sus clientes habituales, la despedirían sin más contemplaciones. No podía permitírselo teniendo en cuenta que todavía le quedaban por devolver varios miles de libras de su crédito estudiantil y que sus padres no podían ayudarla económicamente.

      Lo cierto era que su hermana gemela Maya era la única que le echaba una mano. Ella no había tenido que ponerse a limpiar para ganar dinero. Maya era todo un cerebrito en el campo de las matemáticas. Su inteligencia era fuera de serie y había empezado la universidad a la edad de dieciséis. Maya había disfrutado de becas y había obtenido varias distinciones durante sus estudios. Cada vez que había querido ganar un dinero extra, siempre había encontrado algún proyecto especial en el que participar para hacer malabares con los números y desarrollar su magia. Por desgracia, Izzy no poseía ninguna de aquellas ventajas y había tenido que recurrir a trabajos mal pagados para ayudar a su familia a mantenerse a flote.

      Aun así, a Izzy no le importaba porque adoraba a su familia, en especial a su hermano pequeño Matt que era discapacitado y estaba en silla de ruedas. Su padre, Rory Campbell, era un escocés pelirrojo jovial y optimista, obsesionado con hacerse millonario rápidamente y dado a pedir dinero prestado cada vez que las cosas no le iban bien, algo que ocurría con bastante frecuencia. Su madre, Lucia, era italiana y provenía de una familia muy rica que la había repudiado después de que se enamorase de Rory, se quedara embarazada y huyera con él, renunciando así a un matrimonio más ventajoso y socialmente más aceptable con otro italiano pudiente.

      En realidad,

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