El plan del jeque. Lynne Graham

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El plan del jeque - Lynne Graham Bianca

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Izzy desde siempre.

      Indecisa, Izzy vaciló antes de sentarse a su lado. Estaba tan cerca de él que podía percibir su olor, una mezcla de madera de sándalo, jabón y esencia masculina. Por un segundo sintió la tentación de hundir la nariz en él y no pudo evitar sonrojarse. Le afectaba de una manera extraña, reconoció con angustia.

      –Háblame de esos hombres que usan maquillaje –la animó.

      Rafiq se daba cuenta de que estaba tan desconcertada como hechizada por la fuerte atracción sexual que había entre ellos.

      Izzy reparó en que sus pestañas eran tan largas y tupidas como flecos de terciopelo mientras le hablaba de un conocido que, para impresionar a una chica, se aplicó maquillaje en el cuerpo para hacer resaltar sus músculos. Luego mencionó a un buen amigo que usaba delineador de ojos para resaltar sus ojos azules.

      Rafiq suspiró con desgana y miró la hora en su teléfono, antes de apartar su plato vacío.

      –Tengo que irme ya.

      –No me has dicho a dónde vas –se atrevió a decir Izzy.

      –Tengo una reunión de negocios –mintió Rafiq.

      Si le contaba que iba a inaugurar un centro de investigaciones en la universidad en la que había estudiado, su secreto quedaría al descubierto. En cuanto supiera que era miembro de la familia real de Zenara, su forma de comportarse podría cambiar y no quería que eso ocurriera. Se levantó de su asiento y su mirada se detuvo en sus labios generosos. La imaginación se le disparó. Se aferró con fuerza al respaldo de la silla en la que se había sentado para contener el impulso de atraerla entre sus brazos. Era demasiado pronto para eso, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera había empezado a flirtear con él. ¿Qué pasaría si no lo hacía? Estaba demasiado habituado a ir sobre seguro y era la primera vez que estaba probando algo diferente. Aquello le ponía un poco nervioso ya que su experiencia con mujeres fuera del matrimonio apenas era de año y medio y un puñado de revolcones.

      –Esta noche prepararás la cena y luego la tomaremos juntos.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Estás seguro?

      –Sí, quiero disfrutar de tu compañía –contestó Rafiq sin dudar.

      Rafiq se marchó con sus guardaespaldas e Izzy se apresuró a recoger la cocina para acabar con las tareas de limpieza que todavía tenía pendientes. Cambió la cama, limpió el cuarto de baño del dormitorio y pasó la aspiradora sin dejar de dar vueltas a la invitación de Rafiq. No se trataba de una cita sino de hacerle compañía. Aun así, tenía que estar interesado en ella de alguna manera. Se miró los vaqueros desgastados y la camiseta. ¿Quería comer con él con aquel aspecto? Tampoco era cuestión de ponerse de tiros largos y maquillarse, pero no había nada malo en arreglarse un poco.

      Izzy volvió caminando al apartamento que compartía con Maya y buscó en su armario antes de hacerlo en el de su hermana. Alguna de su ropa le valía, a pesar de que era más alta y delgada. Al final eligió un vestido de Maya. Después de darse una ducha rápida, se lo puso. Era verde, elástico y resaltaba sus curvas, aunque era un poco largo. Pero era la mejor elección que tenía. Al menos no era llamativo ni demasiado corto, lo que le daría el aspecto de estar tratando de impresionarlo.

      Aunque lo pretendiera, sabía muy bien cómo impresionar, le dijo una voz en su cabeza. Se maquilló un poco y se puso unos zapatos de su hermana. Para cenar con un hombre tan atractivo era lógico hacer un pequeño esfuerzo, se dijo a modo de excusa.

      De vuelta al apartamento, se detuvo a hacer la compra para la cena. Se arrepintió de no haber comprado antes los ingredientes porque su cuenta bancaria andaba un poco escasa, lo que le limitaba los platos que podía cocinar. Se decidió por comida tailandesa y, después de abrir la puerta del apartamento con la llave magnética, se dirigió a la cocina.

      Apenas llevaba cinco minutos cuando apareció Rafiq con una botella de vino en la mano como si la hubiera estado esperando.

      –¿Qué tal tu tarde?

      Por suerte, no sabía que había pasado la mayor parte del tiempo limpiando el apartamento. Izzy sonrió, consciente de que su nivel de vida era completamente diferente al suyo.

      –Nada especial –contestó tranquilamente, decidida a no ponerle en un apuro con una respuesta sincera.

      –Esperemos que la noche sea diferente –murmuró y dejó el vino cerca de donde Izzy estaba cortando la verdura–. ¿Dónde están las copas?

      Era evidente que Rafiq no estaba acostumbrado a que una mujer cocinara para él y mucho menos a moverse en una cocina mientras se preparaba la comida. Abrió el armario de los vasos y sacó unas copas de vino. Trató de no fijarse en él puesto que se había cambiado de ropa. Se había quitado el traje de chaqueta y llevaba unos vaqueros y una camisa negra con el botón del cuello desabrochado. Seguía estando muy guapo.

      Mientras servía aquel líquido dorado en las copas, Izzy se fijó en la etiqueta y no pudo evitar arquear las cejas. Champán. ¡Y del mejor!

      Se sentía fuera de lugar observándolo por el rabillo del ojo apoyado en la encimera mientras ella cocinaba. A punto estuvo de soltar un gruñido consciente de que estaba con un hombre que no parecía haber estado en su vida en una cocina en funcionamiento. Le resultaba tierno ver cómo se esforzaba en parecer tranquilo y relajado a pesar de que su postura denotaba tensión, y se compadeció de él.

      –¿Por qué no vas y te sientas en la otra habitación mientras termino aquí? –sugirió Izzy antes de tomar su copa y dar un trago.

      –Si eso es lo que quieres… Pero no me parece bien dejarte aquí sola.

      –No pasa nada. Será cuestión de unos minutos.

      –Estás muy guapa con ese vestido –dijo Rafiq y recorrió las curvas de su cuerpo con una ansiedad que Izzy percibió.

      Por un instante aquella mirada la contrarió, pero enseguida se evaporó aquella sensación. Hacía tan solo unas semanas que había estado comentando con su hermana lo exigentes que eran con los hombres. Les resultaba incómodo ser las únicas vírgenes que conocían. Se habían empeñado en aferrarse a algo que el resto de la gente de su edad ya había superado. De adolescentes estaban convencidas de que el hombre perfecto aparecería, pero ya no eran tan ingenuas. Los hombres que conocían no valoraban esa inocencia sexual y habían llegado a la conclusión de que reprimirse carecía de sentido.

      Después de todo, incluso su madre no había esperado a casarse. Lucia había sido muy franca al contar a sus hijas que había conservado hasta los veinticinco años lo que sus tradicionales padres le habían aconsejado que conservara. Pero se había cansado de seguir la creencia popular de que tenía que mantenerse pura. Los hombres con los que se había relacionado habían estado lejos de ser respetuosos y, locamente enamorada de su padre, nunca se había arrepentido de aquella decisión, a pesar del rechazo de su familia.

      Así que, cuando Rafiq la devoró con la mirada, Izzy se sonrojó, a la vez que se daba cuenta de que podía tenerlo. Se sintió traviesa, atrevida y desvergonzada, pero no pudo contener el calor que brotaba de su cuerpo. El deseo que a él no le importaba mostrar, estaba invadiéndola a ella también. ¿Por qué disimular? Había despertado algo en su cuerpo y la estaba haciendo desear lo que nunca había deseado. A saber cuándo volvería a conocer a un hombre que le produjera un efecto así.

      Izzy

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