El plan del jeque. Lynne Graham
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Izzy suspiró, dejó las sábanas limpias al pie de la cama y salió del dormitorio, con aquellos dos gorilas pegados a sus talones.
–¿Sabe cocinar? –le preguntó de repente el tipo cubierto con la toalla.
Izzy parpadeó sorprendida y volvió la cabeza.
–Sí, pero… ¿por qué?
–Eso luego.
La puerta del dormitorio se cerró a sus espaldas mientras la dirigían al amplio vestíbulo.
–Siéntese ahí –le indicó uno de los guardaespaldas.
–Seguiré con mis quehaceres –replicó Izzy sin dudarlo.
Tomó el cesto con los bártulos de limpieza y se dirigió al otro cuarto de baño para hacer su trabajo.
¿Por qué demonios le había preguntado si sabía cocinar? Por supuesto que sabía cocinar. Había tenido que aprender por necesidad puesto que su madre no era capaz ni de hacer una tostada sin quemarla. Tanto Maya como ella se habían preparado la comida desde niñas. Incluso su padre se apañaba mejor en la cocina que su madre, aunque no tenían nada que reprocharla. Lucia Campbell siempre se había esmerado en dar cariño y seguridad a sus hijas.
Cuando terminara de limpiar el baño, se iría a la cocina y seguramente ya estaría libre el dormitorio para poder cambiar las sábanas. No quería pensar en lo que había ocurrido. Aquel tipo increíblemente atractivo… Izzy parpadeó, incapaz de quitarse de la cabeza aquella imagen. Como cualquier otra mujer, se fijaba en hombres atractivos, pero no de la manera que lo había hecho con el hombre del baño, cuyos hombros anchos, fina cintura y largas piernas parecían haber dejado una imagen imborrable en su mente.
De hecho, hasta ese momento nunca había pensado que un hombre medio desnudo, en todo su esplendor, pudiera atraerla físicamente de aquella manera. Lo cierto era que pensaba que en esos asuntos era algo fría puesto que ningún hombre le había provocado nunca aquella cálida sensación que sacudía todo su cuerpo y que monopolizaba su atención como si no existiera en el mundo nada más que él. En mitad de aquel momento tan embarazoso, se había sentido cautivada por sus ojos y sus duras facciones, por no mencionar su torso bronceado y su cuerpo musculoso. Inspiró, apartó aquellos pensamientos de la cabeza y siguió limpiando mientras se reprendía por comportarse como una colegiala que estuviera viendo por primera vez en su vida a un hombre de verdad.
Ahí estaba, una feminista incondicional siendo sexista de la manera más mortificante, pensó apurada. Estaba cosificando al hombre del baño de la misma forma en que las mujeres se quejaban de que lo hacían los hombres, sin considerarlo persona. La lujuria había clavado sus garras en su cuerpo, endureciendo sus pezones. Era una atracción que nunca antes había sentido y que se extendía con una sensación cálida desde sus más profundas entrañas. Era alucinante a la vez que aterrador sentir aquella fuerza. Nunca antes había imaginado que la atracción sexual pudiera ser tan intensa e instantánea, tan difícil de controlar.
Siempre había sido muy racional con los asuntos de aquella naturaleza, no como Maya, que, a pesar de ser un cerebrito, seguía siendo una romántica empedernida. No, Izzy era una mujer realista y sabía que un hombre tan guapo nunca la miraría a ella con el mismo deseo. Además, probablemente estaría casado o tendría novia. Era demasiado espectacular para estar soltero. Si aquel hombre le perteneciera, Izzy apenas se apartaría de él unos metros y mucho menos lo dejaría salir casi desnudo de la ducha ante cualquier desconocida.
Rafiq salió del dormitorio en busca de su presa y le preguntó a uno de sus guardaespaldas dónde estaba.
–No atiende a órdenes.
Rafiq sonrió al verla doblada sobre la bañera, con el trasero en pompa mientras frotaba. Nunca le habían gustado las mujeres muy delgadas. Le gustaban las curvas, la delicadeza y la femineidad. Aquella visión enseguida le provocó una erección. Miró la hora y se apoyó en el marco de la puerta.
–Entonces, ¿puede hacerme una tortilla?
Izzy se sobresaltó y se volvió. Nerviosa, echó hacia atrás los hombros y deseó por enésima vez en su vida ser más alta y que así la tomaran en serio como la mujer de veintiún años que era en vez de considerarla una adolescente.
–Sí, pero ¿por qué me pide eso? –preguntó impaciente.
Se volvió y sus ojos se encontraron con aquella intensa mirada oscura y aterciopelada.
La boca se le quedó seca. Estaba apoyado en el marco de la puerta, desplegando toda su masculinidad.
–Quiero que cocine para mí. Tiene una hora antes de que tenga que salir para mi cita.
–¿Y por qué no pide que le traigan algo de comer?
–No me gusta la comida basura, prefiero la comida casera recién hecha. Además, me gusta comer en privado –le dijo Rafiq.
Estaba disfrutando de la novedosa experiencia de ser tratado como una persona más. Era evidente que desconocía su verdadera identidad.
–Solo he venido a limpiar y a cambiar las sábanas –aclaró Izzy, desconcertada por la petición.
–Podría echarla de aquí y quejarme de su intromisión si quisiera, y usted perdería su trabajo –le recordó Rafiq–. A cambio de pasar por alto esa ofensa, prepáreme la comida y todos tan contentos.
–¿Ah, sí? –preguntó Izzy, molesta con la facilidad con la que la estaba chantajeando.
–Y si la comida está buena, también me preparará la cena esta noche. Le pagaré generosamente por sus servicios –añadió Rafiq.
–¿Cuánto de generoso? –se interesó Izzy.
Rafiq a punto estuvo de soltar una carcajada ante aquel repentino interés.
–Soy muy generoso cuando estoy lejos de casa y quiero estar cómodo.
Izzy asintió lentamente.
–Muy bien, le prepararé la comida.
–Creía que iba a negarse.
Izzy puso en blanco sus brillantes ojos azules.
–De ninguna manera si está dispuesto a pagarme y no va a contarle a nadie que he llegado tarde. No me agrada tener que admitir que soy tan pobre como un ratón de iglesia. Cuando hay dinero de por medio, estoy dispuesta a escuchar.
Rafiq admiró su franqueza, aunque no pudo evitar sentirse un tanto decepcionado. Estaba acostumbrado a mujeres cazafortunas muy hábiles ocultando sus verdaderas intenciones, esas que iban tras los diamantes, la ropa de marca y otros caprichos caros con los que buscaban verse recompensadas después de pasar por su cama. En cuanto sus pensamientos tomaron esa dirección, se enfadó consigo mismo. Aquella mujer en cuestión era una persona normal que se ganaba la vida como podía muy diferente a todas esas modelos y celebridades con las que solía tratar. En otras palabras, para ella el dinero era una necesidad básica para pagarse algo tan necesario como la ropa, la comida o la casa.
–¿Ha