El plan del jeque. Lynne Graham

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El plan del jeque - Lynne Graham Bianca

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regañadientes, apartó la mirada de aquellos pechos generosos que se adivinaban bajo la camiseta. Sintió una tensión casi dolorosa en la entrepierna y en ese instante tomó una decisión. Si todo iba como debía, se la llevaría a la cama y pasaría la noche con ella. Salir de discotecas para buscar con quien pasar un rato no era lo que más le gustaba. Las mujeres bebidas no le excitaban. Sus guardaespaldas tenían que estar atentos e impedir que le hicieran fotos. Su máxima era mantener la discreción.

      Consciente de que aquellos intensos ojos azules estaban clavados en él, Rafiq dejó de dar vueltas a aquellas ideas y contestó a su pregunta.

      Izzy miró la hora.

      –Muy bien, iré a hacer la compra –le dijo.

      –Uno de mis guardaespaldas la acompañará.

      –No es necesario.

      Su mirada se tornó fría.

      –Yo soy el que decide qué es necesario.

      –Vaya.

      Izzy no pudo evitar esbozar una sonrisa, como si el innato poder de mando de aquel hombre le resultara divertido.

      –¿Quiere que lo llame «señor»?

      Rafiq lo consideró. Después de todo, era a eso a lo que estaba acostumbrado. Aun así, había algo en la irreverencia de aquella mujer que le resultaba atrayente. Le divertía y estimulaba su sentido del humor. No le cabía ninguna duda de que no dejaría de llamarlo «señor» si se enteraba de que era un príncipe heredero.

      –No, prefiero que me tutees. Llámame Rafiq.

      –¿Vives en el Reino Unido?

      –No, vivo en Zenara.

      –Nunca he oído hablar de ese sitio –replicó Izzy en tono de disculpa.

      Estaba de espaldas a él, recogiendo los bártulos de limpieza.

      –Está en Oriente Medio –explicó Rafiq–. Supongo que el examen no era de Geografía.

      –No, de inglés. Es mi último curso y estoy haciendo los exámenes finales –contestó y, al pasar a su lado, sus caderas chocaron–. Lo siento, pero será mejor que me dé prisa y vaya a comprar algunas cosas.

      Y así de aquella manera tan sencilla, una mujer había robado la atención de Rafiq. Una mezcla de fastidio, sorpresa y algo parecido al placer lo invadió solo porque ninguna mujer lo había dejado plantado. Siempre coqueteaban, charlaban, batían las pestañas y, en definitiva, hacían cualquier cosa para captar como fuera su interés. Estaba seguro de que no se lo pondría fácil, pensó satisfecho ante la idea de afrontar un reto.

      En cuanto cruzó la calle con un guardaespaldas a su lado, Izzy sacó el teléfono móvil y llamó a su hermana Maya.

      –Bueno, bueno –comenzó en un tono divertido y misterioso–. Tengo una historia que contarte.

      Capítulo 2

      RARA vez me dices que un hombre está bueno –dijo Maya, preocupada–. ¿Estás segura de que no corres peligro con él en ese apartamento? ¿No será un tipo sórdido?

      –Desde luego que no. Creo que ni siquiera se ha dado cuenta de que soy una mujer –replicó atropelladamente Izzy, con el teléfono sujeto contra el hombro mientras metía mantequilla y huevos en el carrito que empujaba el guardaespaldas–. Creo que estaba en el lugar y el momento adecuados cuando se ha dado cuenta de que necesitaba una cocinera, y ya sabes que me hace falta dinero.

      –El dinero hace falta siempre, ¿no? –dijo Maya y suspiró–. Escucha, voy a volver a casa un par de días. Mamá tiene una infección y necesita ayuda con Matt. No es nada serio, pero ya sabes que le cuesta respirar y enseguida se cansa.

      Izzy asintió mientras elegía una variedad de vegetales para hacer una ensalada.

      –Dales un beso de mi parte –se despidió.

      Luego se fue a buscar leche y café, además de azúcar y algunos otros condimentos al acordarse de que la cocina estaba completamente vacía. También se preguntó si debía comprar algo para la cena, pero decidió que no. Si era muy quisquilloso, y seguro que lo era, sería mejor que antes le dijera qué quería. ¿Quién no encargaba comida a domicilio? Nadie que ella conociera.

      Por otro lado, tampoco conocía a nadie que tuviera guardaespaldas. ¿A qué venía tanta seguridad? Tal vez fuera comerciante de diamantes, un peligroso delincuente con muchos enemigos o un asesino a sueldo en una misión para un gobierno. Izzy se entretuvo con aquella idea mientras terminaba las compras, pendiente continuamente de la hora. El tiempo límite que Rafiq le había dado se acercaba a toda velocidad.

      Sintió alivio al ver que el guardaespaldas que la acompañaba sacaba una tarjeta para pagar y al instante se dio cuenta de por qué la había mandado con ella. Izzy se sonrojó, avergonzada ante la idea de que no habría podido afrontar los gastos de esa semana porque había recortado sus turnos para hacer los exámenes finales. Una vez más, Maya se estaba haciendo cargo. Sus ingresos eran superiores y casi había acabado el doctorado. Aun así, a Izzy solo le quedaba un año más con su presupuesto de estudiante, aunque eso solo dependía de que consiguiera el título con una media aceptable.

      No había ni rastro de Rafiq cuando volvió al apartamento. Enseguida descubrió las deficiencias de un espacio de cocina al que nadie esperaba que se le diera uso. Una vez superadas las dificultades, cuando le puso el plato con la tortilla y un poco de ensalada frente a él, se sintió orgullosa de lo que había conseguido, aunque le pareció una cena escasa para un hombre de más de un metro ochenta de estatura.

      –Deberías haber pedido una cena más contundente. Podía haber comprado patatas o arroz. Claro que a lo mejor vigilas tu alimentación para no ganar peso o limitas la ingesta de carbohidratos.

      Mientras concluía sus especulaciones, sus ojos se encontraron e Izzy sintió como si un tridente la atravesara. De repente el pecho se le cerró. No podía respirar y la boca se le había quedado seca. El corazón le latía desbocado.

      –¿Hay muchos hombres que controlen la ingesta de carbohidratos? –preguntó Rafiq interesado.

      Hizo caso omiso del guardaespaldas que debía probar la comida antes que él y confió en que captara la indirecta de que pensaba saltarse aquella regla.

      –Sí, los culturistas. ¡Pero si conozco hombres que usan más maquillaje que yo!

      Rafiq estaba muy entretenido con aquella conversación. Estaba acostumbrado a que la gente que se relacionaba con él hablara de temas más conservadores y aburridos con el propósito de no ofenderlo.

      –Siéntate y charla conmigo mientras como –le dijo y sonrió.

      Sorprendida por la sugerencia y llevada por aquella sonrisa que había iluminado su rostro, Izzy se sentía flotar.

      –Bueno… Iba a prepararte café y no tienes mucho tiempo.

      –Olvídate del café. No me importa beber agua y la tortilla está muy buena –afirmó Rafiq, inclinándose hacia atrás para apartar la silla

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