El plan del jeque. Lynne Graham
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–Lo habitual. Preferiría hablar de otra cosa. Háblame de ti.
En pocas palabras describió a su familia. Rafiq le preguntó por su hermano Matt.
–¿Lo suyo es de nacimiento?
–No, se cayó de una escalera siendo muy pequeño y se rompió la columna. Se quedó paralítico de cintura para abajo. Ahora tiene once años y lleva tanto tiempo en silla de ruedas que ya está acostumbrado –respondió Izzy orgullosa–. Pero cuidar de él es duro así que Maya y yo ayudamos en todo lo que podemos. Cuando por fin tenga un trabajo a jornada completa, podré hacer más.
–¿Y eso será pronto?
–Bueno, no. Si todo va según lo previsto y consigo una buena nota, el año que viene haré un curso de formación –explicó Izzy–. Quiero ser maestra de primaria. Maya seguramente conseguirá un buen trabajo. Se le dan muy bien los números.
No estaba dispuesta a contarle la vergonzosa realidad de que sus padres se ahogaban con las deudas que habían acumulado durante años. Corrían el riesgo de perder su casa, especialmente adaptada a las necesidades de su hermano. Todas sus opciones se reducían al dinero, lo cual era angustioso, pero si por alguien sentía más pena era por su hermana. Maya no tenía ningún interés en trabajar en la bolsa, pero dado que era un trabajo muy bien pagado, no le quedaba otro remedio que hacerlo. Al menos Izzy, siendo a la que peor se le daban los estudios, iba a tener la oportunidad de dedicarse a lo que quisiera.
–¿Dónde están tus guardaespaldas? –preguntó con curiosidad deseando cambiar de tema.
Una casi imperceptible mancha de color se extendió por las mejillas de Rafiq. Los cuatro guardaespaldas contratados ante la insistencia de su tío habían desaparecido del apartamento mientras que los otros dos que llevaban tiempo al servicio de Rafiq disfrutaban de una noche de descanso. Le dolía en su orgullo que, a pesar de ser un hombre hecho y derecho, tuviera que recurrir a esas tretas para huir de la falta de intimidad que suponía tener aquella seguridad.
–Les de dado la noche libre porque no voy a salir.
–Háblame de Zenara –le pidió Izzy.
–¿Aunque no hayas oído hablar de mi país jamás?
Izzy se sonrojó y alzó la barbilla.
–Te has sentido ofendido, ¿verdad?
–Claro que no –replicó Rafiq, reparando en su mirada azul zafiro y en sus mejillas sonrosadas.
–Sí, creo que sí. Bueno, lo siento, pero todos somos ignorantes en algo –dijo justificándose–. Espero que se me ocurra algún tema que no domines para dejarte en evidencia.
–No será en geografía.
Izzy apretó los labios y se encogió de hombros.
–Apuesto a que te hubiera ido mucho mejor que a mí en el examen de ciencias que hice esta mañana. No se me dan bien las ciencias ni poseo grandes conocimientos en cultura general.
Rafiq frunció el ceño.
–Pensé que estabas estudiando Filología Inglesa.
–Para completar mis estudios, este año he tenido que tomar dos asignaturas diferentes y todo el mundo decía que la asignatura de ciencias básicas era muy fácil –dijo Izzy y sonrió al recordarlo–. Bueno, Maya seguramente la habría aprobado sin dificultad con cinco años, pero yo no he sabido contestar alguna de las preguntas.
–Con un poco de suerte, habrás contestado las suficientes como para aprobar –la animó Rafiq–. Por lo que cuentas, llevas toda la vida sintiéndote eclipsada por una hermana muy inteligente. Ha tenido que ser muy difícil.
–En absoluto –protestó Izzy levantándose para traer el plato principal–. Nunca he tenido envidia de Maya. Siempre me ha ayudado en todo lo que ha podido.
Rafiq se dio cuenta de que había tocado un tema espinoso.
–Será mejor que hablemos de Zenara –dijo desconcertándola por aquel brusco cambio de tema.
–No, tienes razón en lo que dices, aunque nunca he sentido envidia de ella –admitió Izzy volviendo de la cocina–. En ocasiones resultaba duro ser la hermana gemela de Maya porque la gente hacía comparaciones y ponía el listón muy alto. Pero la quiero y nunca se lo contaría. Al fin y al cabo, no era culpa suya.
–Claro que no era culpa suya. Tengo un hermano adolescente y también soy muy protector con él –le confió.
Izzy le sonrió, relajada, reconociendo su perspicacia y su inteligencia. Al ver el brillo de aquellos ojos oscuros sintió un aleteo de mariposas en el estómago. Era una sensación casi de embriaguez, a pesar de que apenas se había tomado una copa y media de champán.
–Nada hay más importante que la familia –subrayó.
Sin apartar la vista de su rostro animado y de la sonrisa que iluminaba su piel de porcelana, Rafiq apretó los dientes. Seguía sin coquetear con él y no acababa de entender cómo la conversación se había vuelto tan seria, como si estuvieran en una cita o algo así. ¿Cómo saber qué se sentía si nunca en su vida había tenido una cita? Pero cuando la miró y se fijó en sus grandes ojos azules y en aquellos generosos labios llenos de promesas, ardió en deseos como nunca lo había hecho por otra mujer. La tensión de su entrepierna casi le resultaba dolorosa. Estaba deseando hundir los dedos en aquellos rizos del color del atardecer en el desierto.
–Me ibas a hablar de tu país –le recordó Izzy.
Rafiq empujó el plato cuando acabó de comer.
–Cielo santo, tanto hablar y se me había olvidado el postre –exclamó Izzy, dirigiéndose presurosa a la cocina.
Rafiq no quería postre. Se preguntó qué pasaría si iba a la cocina, la tomaba entre sus brazos y la llevaba al dormitorio. Podía rechazarlo, darle una bofetada y decirle que no. En aquel instante prefería una reacción negativa que quedarse de brazos caídos. Lo habían educado para gobernar y cerrar negociaciones. ¿Y no era el sexo una forma de negociación, un intercambio en el que ambas partes sabían a lo que se exponían? No era posible que hubiera ido al apartamento con la única intención de cenar a solas con él, pero ¿cómo demonios saberlo?
Sintiéndose frustrado, Rafiq se quedó mirándola y advirtió un brillo especial en sus ojos. Echó hacia atrás su silla y se levantó. Izzy salió de la cocina con unos cuencos de fruta y, mientras los dejaba sobre la mesa, Rafiq la atrajo entre sus brazos.
Sin salir de su asombro, Izzy parpadeó y dejó escapar un jadeo. Había pasado de tener los pies en el suelo a sentirse flotar entre sus brazos mientras la besaba.
–Ahora mismo, solo tengo hambre de ti –susurró Rafiq.
Izzy se estremeció entre sus brazos, sus grandes ojos azules fijos en él con un brillo que ya no daba lugar a ninguna malinterpretación.
Después de aquel beso explosivo, el corazón de Izzy latía con tanta fuerza que no le llegaba el aire a los pulmones y aunque no esperaba que saltara sobre ella como una pantera y la levantara del suelo, tenía que reconocer