Maureen. Angy Skay

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Maureen - Angy Skay Saga Anam Celtic

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así que ya sabes lo que te toca —me advirtió.

      —Me tenéis como a un niño —saltó Aidan—. Creo que ya podré arreglármelas solo.

      —Tú te callas —le regañó John—. Maureen se quedará contigo esta tarde, y mañana ya veremos.

      —Mañana me iré a casa.

      —Eso está todavía por ver —recalcó mi hermano levantándose de la cama—. Bajaré a cenar y te subiré algo de comer.

      —Gracias, mamá —se burló Aidan.

      John abrió la puerta y se fue. Me quedé junto a la puerta mirando cómo se iba y luego contemplé al herido.

      —Yo vendré después de cenar.

      —Es verdad, tú y tu hermano tenéis que turnarnos en el tema de canguro —dijo a modo de guasa.

      Mentiría si dijera que no sentí un cosquilleo en el estómago solo con pensar que tenía que pasar toda la tarde con él, pero el hecho de que estuviera consciente me hacía sentir algo nerviosa. Aidan se veía un tipo duro. No era un niñato, bueno, de hecho, ningún amigo de John era niñato. Conocía a muchos amigos suyos, pero ninguno me había hecho sentir aquel nerviosismo solo con imaginármelo. Tampoco había salido con ninguno de sus amigos, todos los míos eran de mi edad.

      Ya estando abajo, John me dio a escondidas un plato con parte de su cena y me dijo:

      —Súbete esto. Ahora te daré algo de beber del pub.

      Subí las escaleras solo hasta la primera planta. Dejé el plato en el descansillo y bajé para coger un par de latas que John me había preparado. Al subir, llamé a la puerta del dormitorio, pero no oí respuesta. Volví a llamar y tampoco. Hasta que decidí abrirla. Al entrar encontré a Aidan mirando el techo y ¡sudoroso! ¡Mierda! La fiebre había vuelto a subir. Me acerqué y, en efecto, estaba ardiendo. Entré en el baño y volví a coger toallas mojadas.

      —Tranquilo… —le susurré—. Ya estoy aquí, no te preocupes.

      No respondía. Tenía la mirada fijada en el techo. Busqué alrededor, por si encontraba algún medicamento de los que utilizó John la noche anterior. Pero había dos botellitas y no sabía cuál era. Mi primera reacción fue llamarlo.

      —¿Le sangra la herida? —me preguntó después de contarle lo de la fiebre.

      —Un poco.

      —Cúrasela y dale el sobre que hay en la mesita, el de color amarillo. Luego subo.

      Primero le di el sobre con un poco de agua. Me costó que se lo bebiera, pero lo logré. Después pasé a la cura. John lo había cosido bien, pero por una parte supuraba. En cuanto mis manos tocaban la zona, se quejaba gimiendo y de vez en cuando se agarraba al borde de la cama.

      —Imagino que debe dolerte, lo siento —me lamenté—. Espero por tu bien que no me fallen las manos.

      —¿Cómo está? —preguntó John entrando en el dormitorio a los diez minutos.

      —Creo que lo he hecho bien —titubeé.

      —Sí, no está mal —me tranquilizó al revisar la zona—. Mantén los paños mojados como estabas haciendo hasta ahora.

      —John, ¿qué vamos a hacer? —pregunté sin saber yo misma a lo que me refería.

      —Esperaremos a ver cómo reacciona —contestó sin mirarme, pero con tono preocupado—. Estaré abajo, mantenme informado.

      La tarde transcurrió con normalidad. Trasladé mis deberes del dormitorio y allí pude estudiar. Apenas se movió en todo el rato, hasta que intentó girarse y se quejó.

      —Ten cuidado —me acerqué a él para ayudarlo—. Espera, yo te ayudo.

      —¡Dios! —se lamentó.

      —¿Quieres incorporarte?

      —Sí. —Intentó hacerse el duro, pero su cara lo delataba.

      Le agarré por los costados e intenté moverlo. Me acerqué demasiado. Noté sus labios en mi mejilla y el calor de su aliento. Todo estaba siendo algo… incómodo, y los dos nos quedamos paralizados.

      —Ya puedo —cortó el silencio—. Gracias.

      —Quieres… Te traigo... —No sabía cómo seguir. De repente me entró la timidez—. ¿Un poco de agua, tal vez?

      —Sí, gracias. —Se mostró algo distante.

      Le acerqué el vaso, pero esta vez pudo beber por sí solo. Observé cómo se esforzaba, pero no era en el gesto en lo que me fijé. Me quedé embobada con su físico. Era guapo, era terriblemente guapo.

      De repente, me entraron las prisas por salir. Su sola presencia me estaba cohibiendo. Abandoné el dormitorio, cerré la puerta y me apoyé en ella, pensando en aquel momento tan… incómodo. Ese roce de sus labios me había provocado una sensación en el estómago que no podía explicar. Mi pulso se aceleró. Respiré hondo y esperé unos segundos para entrar. Pero, antes de poner mi mano en el pomo de la puerta, una de mis ya familiares corrientes de aire me subió por los pies. Parece algo ilógico. Desde que llegué a Irlanda, era algo que me sucedía muy a menudo. Corrientes de aire que no sabía de dónde venían. Siempre me sucedía cuando estaba sola y, casualmente, cuando me encontraba en algún aprieto. Estando en mi habitación, esas corrientes de aire venían acompañadas de un susurro. Llegué a creer que era algún fantasma que había en el desván o un cliente del pub, que hace años murió allí abajo y ahora no quería o podía irse del edificio. Pero no se lo comenté a nadie, por miedo a que me dijeran que estaba loca. Solo me faltaba eso. Aparte de ser la extranjera, también me tacharían de paranoica.

      Me senté en la silla del escritorio y volví a mis tareas. Pero no podía, mi concentración no estaba donde debía estar. Lo miré de reojo y vi que estaba mirando la pared.

      —¿Quieres que te preste un libro o una revista?, ¿te pongo alguna película? —le ofrecí.

      —No estaría mal —medio lo refunfuñó—. Ya que tu hermano y tú tenéis intención de no dejarme marchar, al menos tendré que matar el tiempo de alguna manera.

      La amabilidad brillaba por su ausencia y aquello estaba… molestándome y desilusionándome. Me levanté de mala gana, le di el portátil de John y unos auriculares.

      —Toma. —Le dejé caer el aparato en la cama de las malas maneras—. Y ponte los cascos, necesito estudiar.

      Fui borde, sí, y bastante, pero no pensaba tolerar aquel desprecio por su parte. Tenía razón en que John y yo debíamos cuidarle —imposición por parte de mi hermano, claro— pero no estaba dispuesta a que me tratara de aquella manera cuando yo solo tenía buenos actos con él.

      Intenté concentrarme en mis estudios, pero me era imposible. El simple hecho de saber que estaba detrás de mí me incomodaba, y bastante. Estaba enfadada y molesta. No comprendía por qué sentía un cosquilleo en mi estómago y una extraña sensación en mi bajo vientre.

      Oí

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