Maureen. Angy Skay
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Читать онлайн книгу Maureen - Angy Skay страница 13
—Tranquilo. Aquí, por lo visto, aunque no diga nada, parece que te molesta mi presencia. Así que no pienso mover un músculo hasta que tú no me lo pidas. La verdad es que no deseo ser tu enfermera por mucho tiempo —le espeté.
—Me parece perfecto, pero ¿vas a ayudarme, sí o no?
Me levanté de mala gana, me acerqué a él, le sujeté por los brazos y lo ayudé a levantarse. Le costó, pero en cuanto se puso en pie, las piernas le flojearon y se sujetó a mí de tal manera que nos quedamos cara a cara. Nos miramos a los ojos. Una situación incómoda durante segundos. Intentó incorporarse y volvió a mirarme, pero a la boca. Se inclinó hacia adelante y me dio un largo beso en los labios. Esta vez fue a mí a quien le flojearon las piernas y tuve que apoyarme en la mesa para poder sujetarnos a los dos. Al separar nuestros labios, fijamos nuestras miradas y un largo silencio se hizo presente. Su gesto seguía serio, no lo entendía. Aquel beso había sido tierno y dulce, ¿por qué aquel cambio de expresión?
—Necesito ir al baño —dijo tajante.
—Sí, claro —balbuceé—. ¿Puedes caminar solo?
—No —se fastidió.
Como pude, lo acompañé hasta la puerta. Al abrirla, agudicé el oído por si había alguien en las escaleras. El camino estaba libre. Llegamos al baño, entró y yo lo esperé fuera. Pero alguien sí que me oyó, era Alison.
—¿Tienes un momento? —me preguntó mientras subía las escaleras.
—Espera un segundo, tengo que ir al baño con urgencia. —Me puse nerviosa y entré corriendo al baño.
—Será solo un… —Intentó seguirme hasta la puerta.
Esperé dentro del aseo. Aidan estaba apoyado en la pared y me puse el dedo en los labios para que guardara silencio.
—Dime —hablé en voz alta.
—¿Podrías quedarte esta noche con Jake y Molly? Nos han llamado Pat y Sally para ir a su casa —preguntó desde el otro lado de la puerta.
—Debo estudiar.
—Solo tienes que estar en guardia, ellos ya estarán en la cama.
Me quedé en silencio, miré a Aidan y lo primero que me vino a la mente, para que Alison no dijera de esperar más rato en el descansillo, era abrir el grifo de la ducha.
—¿Cuento contigo, entonces?
—Sí, claro.
—Está bien. ¿Puedo cogerte algo prestado para ponerme esta noche?
—Sí, por supuesto —contesté poniendo los ojos en blanco, deseando que se fuera.
Si me hubiera pedido una semana de canguro, también se lo habría concedido. Paré el grifo y no aparté la oreja de la puerta, esperando que se marchara mientras se oía ruido en mi dormitorio.
Mi vista se fijó a la vez en Aidan, que estaba en silencio. El baño no era muy grande que digamos y estábamos a escasos centímetros de distancia.
Volví a ponerme el dedo en los labios, para que no dijera nada y me hizo caso, pero cogió mi mano, la apartó y se acercó para volver a besarme. Me acorraló contra la puerta, se aproximó y pude sentir su entrepierna en mi cadera. Su lengua se introdujo dentro de mi boca e hizo un recorrido que me humedeció. Mis piernas volvieron a flojear y sentí el corazón palpitar en mi boca. No quería que parase, mis manos se posaron en sus costados para poder palparle mejor y se apartó de golpe, quejándose por el gesto.
—Lo siento —me disculpé en un susurro—. Lo he hecho sin querer…
En ese momento sentí un ardor procedente de mis mejillas por lo que acababa de suceder.
—Eso espero —se quejó, apoyando su mano en la herida.
Otro silencio se hizo presente y volví a pegar la oreja a la puerta. No se oía nada. Cogí el albornoz, me remangué los pantalones y abrí la puerta, para comprobar que Alison ya estaba fuera y así era.
—Ya podemos salir —le informé.
Dejé que se apoyara en mí y lo ayudé a caminar hasta el dormitorio. Volvió a tumbarse en la cama y lo esperé por si debía ayudarle, pero no hizo falta. Ninguno de los dos dijo nada. Era como si los dos besos que nos habíamos dado no hubieran existido. Me giré hacia mis libros y él hacia el ordenador, a seguir mirando la película que había dejado a medias.
Pasado un buen rato, se oyeron unos pasos que subían las escaleras. Salí a toda prisa y vi que era Alison.
—Nos vamos. Tus hermanos ya están en la cama. ¿Estás bien? —preguntó algo extrañada.
—Claro —intenté disimular lo máximo que pude desde el borde de la escalera—. Pasadlo bien.
John seguía en el pub y bajé a ver a mis hermanos pequeños. En efecto, los dos estaban acostados y durmiendo como angelitos.
—Todo está tranquilo —dije entrando en el dormitorio—. ¿Te duele? —pregunté al notar que se tocaba la herida.
—Sí —se quejó tocándose el costado.
—No te toques —me acerqué—. Espera, te lo miraré de nuevo.
Se levantó la camiseta y tenía la herida tapada, pero algunas manchas de sangre traspasaban las gasas. Bajé a buscar más desinfectante al botiquín del pub.
—¿Cómo está? —preguntó John mientras ponía una pinta.
—Mejor. Voy a curarlo otra vez. Parece ser que hay un punto que sangra más de lo debido.
—Esto está a tope, no sé cuándo podré subir. —Resopló mientras cogía otro vaso.
—No te preocupes, está controlado. Se levantó para ir al baño y por lo visto le duele menos.
—Parece que las inyecciones de Kathy le han hecho efecto. Luego le pondré otra.
—Si hay alguna novedad, yo te aviso —añadí abriendo la puerta que daba al recibidor.
—Maureen —me llamó y paré en seco—. Gracias, y perdona.
—¿Perdona por qué?
—Por obligarte a meterte en este lío.
—Ya te dije que ya hablaríamos en otro momento de esto.
Y cerré la puerta. No quería que John supiera lo que había pasado con Aidan en el desván minutos antes. Una cosa era que me obligara a cuidarlo y otra que se enterara de que me había besado con él. Lo conocía bien y conmigo a veces podía resultar demasiado protector.
Cuando entré, Aidan seguía mirando la película del ordenador. Me contempló y se subió la camiseta.
—John