Maureen. Angy Skay
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Maureen - Angy Skay страница 4
—Sé lo que estoy diciendo, y sé por qué lo hago. No hagas más preguntas.
Giró sobre sus talones y, antes de salir por la puerta, le tiró unas llaves; las de las esposas.
—Piénsalo, y cuando termines de hacerlo, coge el teléfono que hay en esa mesita —la señaló—. Mañana a las nueve de la mañana alguien te llamará, solo tienes que descolgar el teléfono y decir si aceptas o no. Una vez termines, rómpelo y tíralo lo más lejos posible de donde te encuentres. Y recuerda —lo miró sin pestañear y más seria de lo normal—, nadie puede saber esto. Sí sale de esta habitación, me encargaré de hacer tu vida un auténtico infierno.
—Mi vida ya es un infierno…
—Me da igual si la puta de tu mujer es una alcohólica y el cabrón de tu hijo no quiere ni verte cuando le dejes el marrón. Si para ti ahora mismo es un infierno, traicióname y verás de cerca el inframundo…
Mick sopesó la idea durante unos segundos. Esa mujer era capaz de eso y de mucho más. Dio un leve portazo al salir, pero la puerta no llegó a cerrarse del todo. Se bebió el resto del whiskey que tenía entre manos y, cuando llegó a la conclusión de que ya era hora de marcharse, algo llamo su atención: gemidos.
Se dirigió hacia la puerta por la que Taragh había salido y allí estaba con Frank. Se quedó paralizado. No pudo evitar ver la escena mientras sentía cómo su miembro crecía por segundos dentro de sus pantalones. Él también desearía meterse debajo de las faldas de una mujer como ella.
Taragh arqueó la espalda apoyada en la pared, mientras él la devoraba a besos desde su cuello hasta sus pechos cubiertos por un fino y carísimo sujetador de encaje blanco. En un abrir y cerrar de ojos, Frank desabrochó su cinturón dejando que sus pantalones cayeran a plomo al suelo junto con su ropa interior.
Introdujo dos dedos dentro de su sexo y ella volvió a jadear, esta vez más fuerte. Lo miró con los ojos de una auténtica loba y, cuando él retiró la fina tela de su tanga, se introdujo en ella de una forma bestial. Taragh, se mordió el labio deseosa de que Frank continuara con su ataque.
La garganta de Mick se secaba a cada ruda embestida que Frank arremetía contra ella. Gemidos, gritos y jadeos ahogados se escucharon en toda la estancia, algo que parecía no querer oír nadie. Cuando menos se lo esperaba, los ojos verdes de Taragh se posaron en los de Mick, pero algo le impidió irse de allí. Acababa de dejarle claro que la puerta la había dejado intencionadamente abierta.
Sin apartarle la mirada soltó un par de gritos, lo que le confirmó que había llegado al clímax. Segundos después, Mick, con un abultado pantalón, salió de la sala para dirigirse a su casa. Antes de poder hacerlo, alguien lo agarró del brazo. Vio una fina y delicada mano, era la suya.
—Te he visto…
—Lo sé… —No le servía de nada esconderse. Mick se giró y la miró—. Jamás me hubiese imaginado que estuvieras con Frank…
—Eso es lo que todo el mundo piensa… —Sonrió con malicia.
—Tú y tus planes, supongo…
—Ya vas conociéndome. Creo que haremos un gran equipo —afirmó.
—¿Qué quieres?
Ella sonrió, esta vez de manera lasciva.
—Quiero comprobar quién es mejor, si el padre o el hijo…
A las 08:40 de la mañana, Mick se encontraba sentado en la mesa de la cocina de su casa. Oyó un ruido y vio aparecer a Kiara, su mujer.
—Buenos días… —murmuró con desgana.
—Mmm… —gruñó ella, más bien.
—¿Dónde está Aidan?
—¡Y yo qué coño sé! ¡Que le den por culo a ese niñato!
Él negó con la cabeza. No sabía en qué momento pudo convertirse en su mujer, ni en qué maldito día la dejó tener un hijo, un descarriado de la vida del cual ninguno de los dos quiso hacerse cargo, ni darle la educación que merecía. Ni a él ni a su hermana.
—¿Ya vas a beber?
Ella se dirigió a la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en una copa. Todavía estaba borracha de la noche anterior, estaba seguro.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres un poco, Mick?
—No, gracias. Prefiero beberme el café.
El móvil que Taragh le dio la noche anterior comenzó a sonar. Se sobresaltó y Kiara también, quién no tardó en soltar un fuerte bufido.
—¡Apaga ese horrible sonido!
Descolgó el teléfono con la clara intención de contestar lo que ya sabía desde el día anterior:
—Acepto.
1
Maureen
Asturias, cuatro años antes
Era una fría y lluviosa mañana de enero, aunque no era de extrañar si nos situamos en un pequeño pueblo de la costa asturiana. Acabábamos de pasar la fiesta de la Epifanía de los Reyes Magos y el minúsculo tanatorio de la zona estaba atestado.
—Lo siento mucho, mi niña.
—Te acompaño en el sentimiento.
—Pobrecita. La única familia directa que tenía en el pueblo y se le va —se oía cuchichear.
—Tienes otro ángel más que cuida de ti.
—¿Y su padre? ¿No está aquí? —Se oía a otra vecina comentar—. Podría haber venido para estar junto a su hija.
Y, así, sucesivamente, las vecinas del pueblo me daban el pésame por la muerte de mi abuela. La mujer que me había criado después de que mi madre me abandonara, cuando apenas tenía unos meses de vida.
Si tenemos en cuenta que nací, me crie en un pequeño pueblo pesquero de Asturias, y que mi abuela junto a su hermana regentaba el horno del pueblo, era obvio que la noticia corriera como la pólvora. Todos los vecinos hicieron piña en el cementerio, y conocía todos los allí presentes. A todos menos a uno. Un hombre con traje oscuro, de estatura alta, pelo claro y, le calculaba, una edad que rondaba los cincuenta. No habló con nadie. Permaneció en un rincón sin dejar de mirarme. Podría haberme fijado en más gente, pero no, mis ojos se clavaron en él y fue un instinto extraño. Aquella misma tarde, salí de dudas en casa.
—Maureen, este es el señor Sheridan y ha venido a hablar contigo —me dijo mi tía Matilde, la hermana de mi abuela.
—Hola, Maureen —se presentó—. Sé que hablas inglés a la perfección y comprenderás lo que voy a decirte.
—Su abuela no quiso que perdiese sus raíces y le inculcó todo lo que pudo parte de su segunda patria —interrumpió mi tía—.