Maureen. Angy Skay
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Después del discurso de Sheridan, comprendí que mi destino cambiaría para siempre. Sería un cambio… demasiado radical.
—Estarás muy bien con tu padre —aseguró mi tía, después de escuchar el discurso del Sr. Sheridan.
—Pero apenas lo conozco… —le dije extrañada—. ¿Tú lo sabías?
—Sí. Tu abuela me lo refirió en su lecho de muerte. ¿Ella no te dijo nada?
—Nunca creí que lo dijera en serio —contesté con la mirada clavada en mis maletas a medio hacer.
—Tú continúas teniendo tu casa aquí en Asturias, pero tu padre está en Irlanda y allí está toda tu familia paterna. Vamos, Maureen —intentó animarme—, tu padre no es un extraño para ti. Sabes que te quiere y que siempre se preocupó por ti.
—Sí, claro. Una llamada cada x semanas y un Christmas por Navidad con cuatro fotografías de la familia. ¡Tengo un superpapá! —exclamé con ironía.
—Sabes que tu padre siempre se preocupó por ti. Míralo por el lado bueno, allí tienes más familia que aquí.
—Una familia que he visto tres veces en mi vida. Un padre, unos abuelos, una madrastra que conocí el día de su boda, y tres hermanastros. ¡Uf! —Resoplé fastidiada.
—Ya tienes más que yo. Yo solo tenía a tu abuela, a tu madre y algún primo de los alrededores.
—De quien guardo más recuerdo es de la madre de mi padre. Ella vino a visitarme al menos más veces y siempre fue muy cariñosa conmigo. Es la única con la que tuve contacto directo —recordé, tocándome el colgante de hadas que mi abuela me regaló la última vez que nos vimos. Hice un largo silencio y miré a mi tía—. ¿Puedo quedarme contigo? —le supliqué.
—Sabes que no puede ser —se apenó y pasó su mano por mi cabello—. Tu padre te espera, pero a mí me tendrás siempre que me necesites. No dejes de escribirme. —Me acarició la cara.
La despedida de mi tía-abuela y de mis amistades de Asturias fue el recuerdo más duro que tuve, aparte de la muerte de mi abuela. Me vi obligada a dejar de ser una niña que había vivido siempre entre algodones, para dar paso a la adolescencia más madura.
Tenía doce años cuando aterricé en el aeropuerto de Cork con el Sr. Sheridan, el abogado de la familia de mi padre. Apenas habían pasado tres días desde que nos encontramos por primera vez. Recuerdo que, al abrirse las puertas de la zona de llegadas, mi padre me esperaba con un ramo de flores en la mano, con su mujer Alison y sus dos hijos: Jake, de cinco años, y Molly, de tres.
—Bienvenida —susurró algo cortado.
No sabía cómo reaccionar. Los dos nos quedamos paralizados, mirándonos a los ojos. En aquel momento, parecíamos dos extraños, en lugar de padre e hija.
—¡Por Dios, Seán! Dale el ramo a tu hija —le regañó su mujer, poniendo los ojos en blanco y dándole un leve empujón.
—Sí, por supuesto, disculpa. Toma —reaccionó, entregándome las flores.
—Gracias —fue lo único que se me ocurrió decir, sin apartar la vista de los pétalos blancos. Mi primer reflejo fue oler el ramo.
—Bienvenida, querida —le costó decir. Aunque en su mirada noté un brillo que jamás olvidaré.
La situación era bastante incómoda y dos opciones se barajaban en mi mente: una era dar media vuelta y volver a España, y la otra que alguien cortara aquella tensión.
—No hagas caso a tu padre. Para unas cosas es muy atrevido, pero para otras, le cuesta arrancar —intervino Alison—. Bienvenida, hija. —Me abrazó.
Aquel «hija» me sonó algo raro, teniendo en cuenta que lo estaba diciendo la mujer que se estaba convertía, a partir de ese momento, oficialmente en mi madrastra. Nunca lo había pensado de aquel modo. Llevaban algo más de siete años casados, había hablado en más de una ocasión con ella por teléfono, y ya tendría que haberme hecho a la idea, pero no era así. Alison era por aquel entonces para mí tan o más extraña que mi propio padre.
—¿Recuerdas a Jake? —Me sonrió y apoyó su mano en el hombro del niño.
—Sí, claro.
Reaccioné y sonreí con timidez al ver los ojos azules de aquel niño que me miraba, sin llegar a entender quién era yo.
—Y ella es Molly —presentó a la pequeña pelirroja que guardaba un enorme parecido a mi padre, y a la vez a mí misma cuando tenía su edad—. Dadle un abrazo a vuestra hermana mayor.
Ninguno de los dos reaccionó, se quedaron embobados mirándome y abrazados a su madre.
—No pasa nada —les excusé.
Para mí también habría sido extraño el abrazar a una niñata, por mucho que mis padres me dijeran que era mi hermana.
—Vamos, chicos, es vuestra hermana mayor. No tendría que extrañaros. En casa hablamos mucho de ella —los animó Alison.
—Bueno, pues…, creo que mi papel aquí ya no es necesario —informó el Sr. Sheridan—. Maureen, te dejo con tu familia. —Alargó la mano hacia a mi padre—. Estaremos en contacto en cuanto tenga el papeleo listo.
—Muy bien. Gracias, Joe. —Los dos hombres estrecharon sus manos a modo de trato hecho—. Pásate cuando quieras por el pub.
El trayecto a casa fue algo extraño. Mi padre estaba muy callado, al contrario que Alison, quien reaccionó por la situación y hablaba por los codos al notar la incomodidad del silencio. Era cierto que deseaba con todas mis fuerzas que así fuera.
Nos desviamos en una de las calles de St. Patrick St. y el coche paró delante de un pub. El Hagarty’s era el pub de mi abuelo, donde trabajaba la familia. Entramos por una puerta lateral y dejamos las maletas a pie de escalera. Al otro lado se oían voces de festejo.
—Sube y te enseñaremos tu habitación —sonrió Alison.
Obedecí, no sin mirar las paredes de papel dibujado en color crema y granate, y los escalones de madera, forrados con moqueta rojiza, que sonaban al pisarlos. Subimos tres pisos, abrió una puerta y allí vi una habitación muy femenina. Constaba de una cama con dosel, un armario blanco, una cómoda a juego, una mesita de noche del mismo estilo y un escritorio con una silla.
Todo era algo, no sé… Infantil no es la palabra, pero, quizá, algo juvenil sí que era. Colores rosa pálido, mezclados con blanco roto y algo en rosa más oscuro. Menos mal que no había nada en fucsia ni colorines fuertes que hicieran recordar un cuento de princesas Disney.
—¿Te gusta? —preguntó Alison excitada y nerviosa a la vez.
—Sí, está bien —contesté resignándome al mirar alrededor el escenario que iba a ser parte de mi vida en los próximos años.
—Acondicionamos el desván en dos habitaciones y un baño. Espero