Las mentiras del sexo. Antonio Galindo Galindo
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¡Asiiií!
¡Ooh, ya!
¡Fuerte!
¡Ya llegoooo!
Mmmmmmm
¡La hooostia!
¿Qué tenemos en la cabeza cuando hablamos de sexualidad? ¿Son la excitación sexual y el orgasmo los ejemplos más estereotípicos de la imagen mental que tenemos de sexualidad? Cuando hablamos de relaciones sexuales, ¿nos imaginamos solos o acompañados? ¿Qué es el sexo para nosotros, para ti, para mí? ¿Lo que haces con los genitales? Si los genitales no intervienen, por ejemplo, cuando tocas a una persona, ¿llamas a eso sexualidad? ¿Dónde sitúas el límite entre lo que consideras sexual y lo que no lo es?
He querido empezar este capítulo con lo que considero un símbolo personal de mi imagen mental sobre la sexualidad, la excitación genital con orgasmo incluido.5 Y te animo a que encuentres tu propia imagen mental de lo que son tus impresiones y símbolos sexualmente hablando. Creo que son tremendamente personales y subjetivos, si bien hay aspectos culturales que son dignos de mención: en nuestra cultura el sexo es un tema que nos preocupa, al igual que el dinero, la pareja o la salud. Y por ello le dedicamos tiempo y espacio. Veamos.
Piensa en la respiración… O en el acto diario de abrir y cerrar los ojos. ¿Hablas con tus amigos de los problemas de respiración, de cómo respira ésta o aquella persona? ¿Dedicas tiempo a comentar con tus familiares cómo parpadeas o cuál es el modo de deglutir los alimentos dentro de tu estómago? Creo que no, que sería absurdo emplear tiempo en hablar de todo eso. Pero en lo que respecta al dinero, a la pareja o al sexo podemos pasarnos horas hablando de ello. Lo cual creo que tiene sus explicaciones.
Dicen las estadísticas que el sexo es uno de los negocios mundiales que más movimiento acarrea tras las armas, las medicinas y la muerte. Que en Internet es, junto a dinero, de las palabras más solicitadas en los buscadores. Que de los chistes al uso más del 60% hacen alusión a temas sexuales. Que gran parte del ocio se dedica a sexo. Y que el sexo es causa de emociones mil: envidias, celos, rabia, impotencia, frustración o decepción. E incluso parece que se ha sobrevalorado. ¿Hay algo más presente que el sexo en la vida? Sí, la falta de sexo. Porque cuando algo falta, precisamente se convierte en un tema. Y esto es lo que hace que, de algo que forma parte intrínseca de la vida, hagamos algo excepcional que no lo es.
Mi hipótesis es que el sexo es un tema que nos preocupa porque no lo hemos vivido como una parte más de la vida, sino que lo hemos separado, relegado a un lugar más bien prohibido. Lo hemos escondido o incluso apartado de la vida, tratándolo a veces con cierta vergüenza o incomodidad; es como si, cuando tenemos una herida en un dedo, nos lo cortásemos para que no se vea la sangre, creyendo que así se puede eliminar la herida. Pero el hecho de haberlo relegado a un lugar escondido nunca significó que dejara de existir, sino todo lo contrario. Existe una ley psicológica que funciona más o menos así: te atas a aquello que evitas u ocultas.
¿Te has preguntado alguna vez por qué –y hasta hace muy poco– en los colegios no había un asignatura que se llamara sexualidad? Hemos estudiado matemáticas, lengua, sociedad, ciencias, algo de educación física y nada de relaciones entre personas, maneras de ser feliz, desarrollo personal o sexual. Tampoco en las familias se han abordado estos temas con naturalidad y espontaneidad. ¿Le has preguntado alguna vez a tu madre o a tu hijo qué le gusta en la cama, si disfruta con la felación o si ha probado la penetración anal?
Entiendo que menos aún habrás preguntado a ningún padre de un amigo con cuántas mujeres ha tenido relaciones sexuales o si, siendo aparentemente una persona heterosexual, ha probado el sexo con hombres. ¿Te imaginas la cara que pondrían? En cambio, nos parece lo más normal del mundo preguntarle cuántos coches ha tenido o tiene, o si ha probado correr a doscientos kilómetros por hora.
En los libros de texto que estudian los niños en las escuelas, al tratar la vida de los animales se suele decir que los seres vivos nacen, se reproducen y mueren. Se habla de reproducción, sí, pero de manera no sexualizada: en las páginas de estos libros hemos podido ver fotos de animales naciendo, pero raramente de animales copulando; el sexo, al igual que la muerte, no se suele tratar con claridad. De ahí que quizás el sexo y la muerte en los animales represente cierto tabú, sencillamente porque primero lo es en los humanos. ¿Cómo es posible que partes fundamentales de la vida –el sexo y la muerte– no se enseñen a los niños en las escuelas?
No tenemos ningún inconveniente al hablar del tiempo, de la guerra de Irak o de lo que nos gusta comer. De unas cosas se habla con naturalidad, de otras no. Fíjate entonces: el sexo es un tema que no es público, que se relega a la intimidad (y a veces ni siquiera eso), es un tabú, un ámbito en el que las personas no se suelen sentir libres de decir, comentar o compartir lo que sienten y desean. Y en cambio es algo que nos pertenece, que llevamos puesto. Puedo ser el hombre más pobre de la tierra por la razón de que no tengo dinero, pero el sexo lo llevo encima, es mío, me pertenece. Nadie me lo puede arrebatar. Se pueden robar el dinero o las posesiones externas. Pero nadie me puede robar el sexo. El sexo es mío, va conmigo; pero en cambio su uso y disfrute –y menos aún el hablar con libertad de ello– son aún algo extraño e incluso obsceno.6 Tener dinero es algo externo, pero la sexualidad está con nosotros, no tenemos que comprar nada para tener pene o vagina,7 aunque seamos pobres tenemos genitales. ¿Por qué entonces, de algo que nos pertenece y que es nuestro, hacemos un tema aparte, un tema que no abordamos, pero del que no podemos desprendernos?
Podemos hablar impunemente de las guerras –que para mí serían cosas más obscenas que el sexo–, de los muertos de hambre en el mundo, de las catástrofes, pero entrar en temas sexuales con la misma naturalidad y frescura con la que tratamos estos temas puede considerarse incómodo. Hemos asociado lo sexual a lo obsceno, como si lo que tiene que ver con nuestros genitales, con el deseo sexual de otras personas, con el uso del placer físico, fuese algo indigno, malo o perverso; cuando no hay nada perverso en ninguna de nuestras manifestaciones como seres humanos.
Hagamos un experimento: lee las frases que aparecen a continuación de la siguiente manera: primero una frase de la columna izquierda y luego su correlativa de la derecha. ¿Cómo te hacen sentir? ¿Tienes reacciones diferentes ante ellas?
Me gusta tocarme un dedo | Me gusta tocarme los genitales |
Me gusta el helado de fresa | Me gustan las tetas grandes |
Disfruto paseando | Disfruto chupando el pene de mi chico |
En todas las frases estamos hablando de cosas que hacemos o de gustos, pero parece que abordar los gustos que no hacen referencia a lo sexual y hacer referencia a ciertas partes del cuerpo o al sexo conllevan dos percepciones diferentes. Y son diferentes en cuanto a nuestras reacciones y cómo nos hacen sentir el decir o escuchar este tipo de declaraciones ¿Por qué no hablamos con el mismo tono emocional de ambas cosas? Tanto en unos casos como en otros estamos sencillamente describiendo lo que hay, lo que sentimos o lo que nos gusta, ¿dónde está entonces la diferencia? En nuestros juicios o en nuestras dificultades o no para hablar con la misma claridad de un tema u otro. Parece que hablar de los gustos sexuales –y más aún en un espacio público– es incómodo, raro, extraño, malsonante o incluso provocador según quién tengamos delante.
¿Por qué hablar de tocarse un dedo no genera ninguna reacción, pero hablar de tocarse los genitales sí puede provocarla? ¿Qué me dices de la diferencia entre «Me gusta el helado de fresa» y «Disfruto chupando el pene de mi chico»? ¿Dices ambas cosas con la misma libertad, o más bien, en lo que respecta a la segunda, eliges dónde y cómo decir algo así, o incluso ni te permites reconocerlo? O puede que expresar