Las mentiras del sexo. Antonio Galindo Galindo

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Las mentiras del sexo - Antonio Galindo Galindo Psicología

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o un bicho raro (y para muchas personas ambas cosas pueden pertenecer al mismo saco de lo “anormal”).

      Sí, hemos evolucionado algo en cuanto a las formas de unirnos: ahora ya no es un problema –o al menos no lo es tanto como antes– vivir en pareja sin estar oficialmente casados. Pero las creencias y los propósitos siguen ahí. Las familias continúan siendo centro de vinculación y de referencia social. Y fuera de ellas, las personas que inventan otros modos de relación no familiares (que viven en grupos, o también los solteros) son percibidas en muchos casos como extravagantes.

      Muchos de nosotros seguimos manteniendo como modelo ideal (cultural y económico) el de la familia unida por lazos de sangre. Y eso es algo que va más allá de nuestra conciencia, por ejemplo:

       Algunos solteros quieren tener pareja, pero si no la consiguen pueden sentirse incompletos por ello e incluso perder el sentido de la vida.

       El fin último de la vida añorada por muchas personas parece que sea tener pareja para tener felices relaciones sexuales dentro de ese vínculo que es privado.

       Hay mujeres y hombres solteros que buscan formar familias a través de la adopción de niños.

       Otros buscan pareja para no estar solos.

       Las reivindicaciones de legitimidad social (homosexuales, madres solteras…) denotan la voluntad de formar familias como argumento para conseguir lo que quieren.

      Mi hipótesis es que en algunos casos se puede estar buscando la pertenencia a una pareja o a una familia a toda costa y luego, bien puede causarnos hastío –si no existe el amor– o bien angustia cuando no se acaba de conseguir el modelo ideal. Da la sensación de que en este tema manda un automatismo inconsciente –que se explica a través de las creencias monolíticas que hemos descrito– más que un acto libre de voluntad y de deseo.

      Conclusión: la familia, antes de ser una realidad (que también lo es), es un deseo que tenemos incorporado en nuestra mente para el que estamos programados. A veces se vive con ilusión, pero otras con desesperación al no conseguirla.

      La idea de la familia la llevamos en nuestras creencias más profundas, es el esquema mental de base de muchos de nosotros y que sigue vigente en nuestra estructura social y cultural. Pero, insisto, sólo es una alternativa de agrupación social. No la única. Y ello no invalida que haya familias que se sientan orgullosas de serlo y que sean felices.

      A este respecto es importante destacar el sufrimiento que suelen causar en muchas personas los procesos de idealización. Idealización es el choque entre una idea y la propia realidad. Es decir, como mi empeño es que mi felicidad consiste en conseguir tener una familia, una pareja, un coche, una casa, un trabajo estable… – en definitiva un cliché que me han contado que es lo que tengo que conseguir para sentirme realizado–, pero la realidad es que no tengo todas esas cosas o no las consigo a pesar de mis intentos, entonces me creo que estoy condenado (una nueva creencia) a no sentirme realizado, a ser infeliz y a pasarme las horas y los días en el anhelo permanente de lograr algo que, en apariencia, está fuera de mi alcance. Este estado se denomina emocionalmente frustración.

      La frustración es una de las emociones más generadoras de negocio: a más creación de frustración (ideales más elevados que no alcanzaré), más intentos de conseguir esos ideales, de emplear tiempo y dinero –si es necesario– para lograr satisfacerlos. Y eso me conecta con una rueda o círculo vicioso de deseos, frustración y nuevos anhelos que jamás llegan a colmarse.

      Ésta es precisamente la dinámica interna de los problemas de ansiedad y de angustia de muchos trastornos emocionales: la de creer que la realización personal está fuera de mi alcance porque, en el fondo, he condicionado –sin darme cuenta– mi bienestar emocional al logro de objetos externos, en cosas que está bien que pueda aspirar a conseguir, pero si no lo consigo, vienen a visitarme el sufrimiento, el autodesprecio y la depresión personal, la sensación de falta de valía personal y, en el peor de los casos, la autodestruccción.

      ¿Qué ocurre, entonces, con quienes no encajan en este modelo ideal y no se adaptan al patrón que socialmente parece mayoritario? ¿Están condenados a ser marginados o a estar desesperados cuando intentan formar parejas y familias y no lo consiguen? ¿No tienen validez sus vidas? Claro que la tienen, sólo que se enfrentan a un choque con la cultura, nada más (y nada menos). Mi propuesta, por lo tanto, es la de que encontremos el propio equilibrio más allá de ese modelo ideal que la sociedad, la cultura, la religión o la moral al uso proponen. La alternativa está en nosotros mismos. Y ello sin perder dos nortes:

       Uno: que la cultura tiene unas condiciones determinadas que facilitan la integración en ella. Y que podemos elegirlas o no: la no integración es una alternativa también.

       Dos: no tener pareja ni familia no tiene por qué significar estar al margen de las normas sociales, sino sencillamente no encajar en un estereotipo.

      ¿EXISTEN LAS RELACIONES SEXUALES ENTRE LOS MIEMBROS DE LAS FAMILIAS?

      Las relaciones amorosas y sexuales entre hermanos, padres e hijos u otros parientes son una realidad que tendemos a negar moralmente, pero existen incluso versiones de relaciones entre adultos con menores de edad en algunos países con propósitos bien diferentes a los que nosotros consideramos y que tienen carácter de enseñanza o iniciación.

      Los antropólogos sitúan el origen de las familias en lo que se conoce como la prohibición del incesto (relaciones sexuales entre miembros de una misma familia). Según Harris (1995), ya en los grupos humanos de cazadores-recolectores el impedimento de las uniones dentro del mismo grupo se hace para expandirse en épocas de sequía, inundaciones o cambios climáticos y para evitar el peligro de extinción de ese grupo. Las familias, por lo tanto, viven y se extienden a causa de que las madres y los padres no tienen relaciones sexuales con los hijos propios con el fin de procrear, sino con personas de otras familias y grupos consiguiendo así subsistir y expandirse.

      ¿Te imaginas a tu madre teniendo un hijo con tu hermano mayor? Serías el tío de la criatura por parte de hermano y el hermano por parte de madre. O sea, tendrías un sobrino-hermano y acabaríamos de inventar un nuevo sistema de parentesco. Y aunque parezca extraño el hecho de que el incesto se prohíba en nuestras sociedades, ello no quiere decir que no se produzca. Existe y más frecuentemente de lo que pensamos. Hay casos –en los que a veces son relaciones de dependencia y que no se viven con bienestar– en los que los padres o madres (quizás ellas menos estadísticamente hablando) tienen relaciones con los hijos o hijas. Y aquí el objetivo no es la procreación. También hay casos de hermanos que tienen a otros hermanos como parejas sexuales. Y no estoy hablando de incesto forzado o de violaciones a menores de edad –que también existen, pero no son el caso ahora–, sino de relaciones consentidas y deseadas por ambas partes entre adultos conscientes. Por lo tanto, que esté socialmente prohibido no implica que no exista. Y negarlo sería cerrar los ojos a la realidad. Existen casos de hermanos o primos que tienen su primera experiencia sexual juntos.

      Estas experiencias no tienen por qué significar siempre traumas posteriores o problemas en las vivencias sexuales de la adultez, salvo en los casos en que haya existido la violencia o se haya hecho daño a un menor.

Las relaciones sexuales entre hermanos pueden ser la primera experiencia sexual Una chica, en consulta, cuenta cómo mantuvo relaciones sexuales entre los 10 y los 12 años con su hermano gemelo: Nos encontrábamos en el cuarto de nuestros padres cuando ellos no estaban. Juanjo imitaba a papá. Primero me abrazaba fuertemente. Luego, poco a poco, me desnudaba hasta que yo, como instintivamente, le ofrecía

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