Las mentiras del sexo. Antonio Galindo Galindo
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Pero en terreno sexual mucho me temo que sin propia experiencia no hay una integración personal del propio aprendizaje. No todo tipo de conocimiento de otras personas da experiencia personal. La sexualidad no es un saber a secas, sino un saber ser, forma parte del ámbito actitudinal de la vida. Y ese ámbito tiene un requisito: el ensayo y el error, o sea, aprender a través de sentir.
Y aquí encuentro una de las más graves consecuencias que la educación y la cultura tienen en relación con el sexo: solemos tener –en temas sexuales– falta de experiencia debido a que educativamente se coarta, prohíbe y desaconseja experimentar con nuestro propio cuerpo y el cuerpo de los demás. Se confía aparentemente más en ese conocimiento externo (de otros) que en sacar las propias conclusiones a través de nosotros mismos. Para mí este proceso de falta de experiencia se llama represión.
Hay una corriente psicológica que se ha ido desarrollando mucho en los últimos tiempos que se denomina terapia de aceptación y compromiso (ACT) (Luciano y Hayes, 2001) y que define un tipo de trastorno que denominan así: trastorno de evitación experiencial (TEE). Es interesante este concepto en tanto que conecta con el discurso que estoy promoviendo: con el ánimo de no sufrir ni padecer, algunos seres humanos evitan la propia experiencia creyendo que la evitación de las experiencias negativas le salvarán del sufrimiento. Lo peor del caso es que, cuando evitamos el dolor, evitamos la fuente de información sobre nosotros mismos y probablemente se vaya generando una ilusión hedonista (tendencia a buscar el placer como motor único de acción) que en realidad lo que hace es alejarnos de la realidad. Como mantienen los autores de esta terapia, la creencia social básica es que sentir emociones negativas es algo malo y que estar bien se podría asemejar –en relación con las propias creencias de evitación– a “estar en coma”. Es decir, en la medida que no siento ni padezco, mi mente concluye que está bien. Pero el bienestar emocional no es un proceso de evitación ni de anestesia de las emociones sino de involucración con los hechos, las sensaciones y las experiencias, aunque sean duras o desagradables.
Otra característica muy interesante de este trastorno es la creencia de que hay que estar muy bien preparados antes de actuar (Wilson y Luciano, 2007) y, si ello lo generalizamos al sexo, tendríamos clara evidencia de que hay personas que eligen la parálisis o la evitación de la propia experiencia sexual por represión interna. En definitiva, lo que no se valora a largo plazo es que la evitación puede incrementar el deseo y, por lo tanto, el resultado es contrario al propósito. con lo cual, en el fondo, sufrimos por dejar de vivir y hacer lo que deseamos y no por hacerlo. Interesante contradicción…
El trastorno de evitación experiencial es, desde mi punto de vista, la antesala de lo que he denominado represión, palabra que todos conocemos. Y por lo tanto planteo que socialmente se reprime, más que el sexo en sí, la propia libertad de poder conseguirlo. Al impedirse la experiencia se bloquea el desarrollo y el llegar a las propias conclusiones. Entonces las personas se autolimitan. La represión sexual se alimenta de la falta de obtener experiencias propias, lo cual quiere decir que, si no nos animamos a experimentar con nosotros mismos, no tendremos respuestas a las preguntas y así buscaremos sin cesar a un sacerdote, psicólogo, amigo mayor, padre o dios que creamos que tiene la respuesta a nuestras dudas y preguntas.
Pero a mi entender no es así. La respuesta la tienes tú, sólo que no te atreves a encontrarla. Los demás son expertos de ellos mismos, pero no de ti.
Tipos de actitud ante experimentar o no sexualmente
Caso 1 Lorenzo piensa todos lo días que le gustaría tener sexo con personas que no conoce para saber si quiere o no estar con una pareja fija, pero no acaba de atreverse. Siente que puede perderse si lo hace y cree que puede encontrar las respuestas a sus dudas pensando y haciendo análisis mentales sin experimentar.
Caso 2 Lidia no piensa en experimentar o no. Sencillamente lo hace. Cuando se da la ocasión, está abierta a mantener relaciones sexuales con personas que se le presentan en su vida. No se cuestiona si debe o no hacerlo.
Caso 3 Mauricio es un hombre más bien solitario. Cuando ha experimentado sexualmente se ha dado cuenta de que no es sexo lo que busca, sino conocer al otro en profundidad. Por eso primero tiende a conocer a los seres humanos y luego decide.
Observa cuál de los casos expuestos tiene más ver con tu propio estilo. Lo importante es que te identifiques con lo que tú quieres para ti y, para ello, tienes unas herramientas que son experimentar y probar con cautela, protección y conocimiento de causa. Pero tu responsabilidad es saber lo que te gusta, lo que te satisface, lo que sientes a través de tu propia experiencia, y esto no significa que no escuches a otros, sólo que la conclusión nada más puede ser tuya.
Represión quiere decir frenar, bloquear, no dejar salir. Represión sexual es un término que parte de una corriente psicológica llamada psicoanálisis y que se asocia históricamente a Freud.23 En la época de Freud –y seguimos viviendo con ello– confluyen tradiciones sociales, religiosas y morales que han hecho del cuerpo y del sexo un lugar para no ser experimentado. Es curioso que la experimentación se use para los objetos (experimentación física, química, con animales, con alimentos, etc.), pero cuando se plantea la experimentación con el cuerpo y las relaciones sexuales, volvemos a encontrarnos ante la delgada línea roja que separa lo permitido de lo no permitido, y no tenemos en cuenta que el sexo y el cuerpo son fuente de experimentación permanente: experimentamos hambre, sed, placer, alegría, necesidades, enfermedades, risa, dolor, llanto, goce, amor… La experiencia es la esencia del aprendizaje. La ciencia, de hecho, se desarrolla así, experimentalmente. ¿Por qué experimentar con nosotros en temática sexual se convierte en algo próximo al maquiavelismo o la utilización? ¿Cómo podemos hacer ciencia de nosotros mismos si no es a través de la experiencia propia? Y ello no quiere decir que nos usemos vilmente unos a otros, sino que nos sintamos libres de acceder al conocimiento de nuestros gustos, aspiraciones, deseos y propósitos mediante la vía del ensayo y error con nosotros mismos y con el permiso de los demás.
Dice Leahey (1998) que el origen de este problema es simple y desde mi punto de vista tiene que ver con la historia de las familias: «Al no contar con los modernos anticonceptivos, las clases medias de la Europa victoriana sufrieron de forma muy aguda los problemas del control de la natalidad. Para crecer económicamente tenían que trabajar mucho y reducir el número de hijos» (pág. 277). Nuevamente hay una causa económica asociada al tema de la reproducción, pero esta vez tiene que ver con la necesidad de reducir el número de hijos por familia y no de aumentarlo. El uso de la sexualidad que se hace en la familia es dependiente otra vez de lo económico. Tenemos como ejemplo el caso de China, donde en los años 1980 se implantó la política de un solo hijo.
A ello hay que añadir el aspecto de lucha de clases y de división del trabajo. En una carta de Freud a su prometida, Martha Bernays (29 de agosto de 1883; Freud, 1960, carta 18, pág. 50), dice: «La muchedumbre vive sin restricciones mientras que nosotros nos privamos. Los burgueses hacemos esto para mantener nuestra integridad […], nos reservamos para algo, no sabemos qué, y a este hábito de suprimir continuamente nuestros impulsos naturales le otorgamos el grado de refinamiento» (cit. por Gay, 1986, pág. 400).
Parece que la cultura que heredamos –mediatizada por las religiones– no es muy amiga del placer, el tacto, la sensualidad y las necesidades básicas como el sexo. Y así nos creemos civilizados al renunciar a la parte sensitiva de la vida, a riesgo de dejar de ser humanos.
La idea de la represión sexual se fundamenta en que la cultura y la religión de la época victoriana (y creo que sigue en parte vigente) se manifestaban en contra de los instintos básicos o naturales, hasta el punto de que el propio Freud ve mayor felicidad sexual entre los más pobres (Leahey, 1998).