Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene

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Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene Biblioteca Robert Greene

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o una necesidad profunda de tratar con la gente. Estudias tus inclinaciones primordiales, los sujetos y actividades que te atraen espontáneamente. Examinas la calidad de los apegos que formaste con tus padres, considerando tus relaciones actuales como el mejor símbolo de esto. Estimas con franqueza absoluta tus errores y los patrones que te refrenan sin cesar. Conoces tus limitaciones, las situaciones en las que no haces lo mejor. Tomas conciencia de las fortalezas naturales de tu carácter que sobrevivieron a tu adolescencia.

      Con esta conciencia, ya no eres el cautivo de tu carácter, forzado a repetir sin fin las mismas estrategias y errores. Cuando te descubres en uno de tus patrones habituales, puedes sorprenderte a tiempo y dar marcha atrás. Quizá no puedas eliminar por completo esos patrones, pero con la práctica mitigarás sus efectos. Al conocer tus limitaciones, no probarás cosas para las que no tienes capacidad ni inclinación. En cambio, elegirás la senda profesional que más te acomode y que mejor combine con tu carácter. En general, aceptarás y abrazarás tu carácter. Tu deseo no es ser otro sino ser más tú mismo, realizar tu verdadero potencial. Verás tu carácter como la arcilla con la que trabajas y transformarás poco a poco tus debilidades en fortalezas. No huirás de tus defectos: los verás como una real fuente de poder.

      Considera la carrera de la actriz Joan Crawford (1908-1977). A juzgar por sus primeros años, era improbable que triunfara en la vida. No conoció a su padre, quien abandonó a la familia poco después de que ella nació. Creció en la pobreza. Su madre no la quería y continuamente la golpeaba. Siendo niña aún, se enteró de que el señor al que adoraba no era su padre sino su padrastro, y poco después también él dejó a la familia. Su infancia fue una serie inagotable de castigos, traiciones y abandonos, que la marcaron de por vida. Cuando, a una edad muy joven, inició su carrera como actriz de cine, se examinó a sí misma y sus defectos con despiadada objetividad: era frágil e hipersensible; llevaba consigo un profundo dolor y tristeza que no podía liberar ni disfrazar; quería con desesperación ser amada; tenía una necesidad insaciable de una figura paterna.

      Esas inseguridades habrían sido fácilmente la muerte para cualquiera en un sitio tan implacable como Hollywood. En cambio, gracias a su intensa introspección y trabajo, Crawford logró transformar esas debilidades en los pilares de su muy exitosa carrera. Decidió, por ejemplo, introducir sus propios sentimientos de traición y tristeza en los diversos personajes que interpretó, con lo que consiguió que mujeres del mundo entero se identificaran con ella; era distinta a muchas otras actrices, falsamente alegres y superficiales. Dirigió a la cámara su ansiedad de ser amada, y el público la sentía. Sus directores fueron figuras paternas a las que adoraba y trataba con sumo respeto. Y en cuanto a su cualidad más pronunciada, su hipersensibilidad, la volcó al exterior, no al interior. Desarrolló finas antenas dirigidas a los gustos y aversiones de los directores con los que trabajaba. Sin mirarlos ni oír nada de lo que decían, podía sentir si estaban a disgusto con su actuación, hacía las preguntas indicadas e incorporaba rápidamente sus críticas. Era el sueño de cualquier director. Combinó todo esto con su feroz fuerza de voluntad, y así forjó una carrera que se prolongó más de cuarenta años, algo inaudito para una actriz de Hollywood.

      Ésta es la alquimia que debes usar en ti. Si eres un hiperperfeccionista que gusta de controlarlo todo, redirige esa energía a un trabajo productivo en lugar de usarla en la gente. Tu atención a los detalles y altos estándares es un elemento positivo si lo canalizas en la forma correcta. Si eres un complacedor, has desarrollado habilidades de cortesano y una gran simpatía. Identifica la fuente de este rasgo para que puedas controlar su aspecto compulsivo y defensivo, y utilizarlo como una habilidad social que te confiera gran poder. Si eres muy sensible y propenso a tomarte las cosas personalmente, transforma esto en empatía activa (véase el capítulo 2) y haz de ese defecto una ventaja para usarla en propósitos sociales positivos. Si tienes un carácter rebelde, posees una aversión natural a las convenciones y los modos usuales de hacer las cosas. Canaliza esto en alguna suerte de trabajo innovador en vez de ofender y ahuyentar compulsivamente a la gente. Para cada debilidad hay una fortaleza.

      Por último, afina o cultiva los rasgos que intervienen en un carácter fuerte: resistencia bajo presión, atención a los detalles, capacidad para terminar las cosas, trabajar en equipo, ser tolerante con las diferencias de las personas. La única forma de hacerlo es que trabajes en tus hábitos, los cuales participan en la lenta formación de tu carácter. Por ejemplo, aprende a no reaccionar de modo impulsivo y colócate una y otra vez en situaciones estresantes o adversas, a fin de que te acostumbres a ellas. En las aburridas labores cotidianas, cultiva mayor paciencia y atención a los detalles. Asume deliberadamente tareas que estén un poco por encima de tu nivel; tendrás que esforzarte más para llevarlas a cabo y eso te ayudará a establecer más disciplina y mejores hábitos de trabajo. Aprende a pensar todo el tiempo en lo mejor para el equipo. Busca a otros de carácter fuerte y asóciate con ellos, para absorber su energía y sus hábitos. Y con objeto de desarrollar cierta flexibilidad en tu carácter, lo cual es siempre un signo de fortaleza, sacúdete en ocasiones, pon a prueba una nueva estrategia o manera de pensar y haz lo contrario de lo que haces en condiciones normales.

      Con toda esta labor, dejarás de ser esclavo del carácter que creaste en tus primeros años y del comportamiento compulsivo al que te lleva. Más todavía, determinarás activamente tu carácter y el destino que le corresponde.

      Siempre es un error pensar que uno puede ejecutar una acción o comportarse de cierta manera una vez y no más. (Éste es el error de los que dicen: “Esclavicémonos y ahorremos cada centavo hasta que tengamos treinta años, y entonces nos divertiremos”. A los treinta se habrán aficionado a la avaricia y el trabajo intenso, y nunca se divertirán…) Lo que uno hace lo hará otra vez, como es probable que lo haya hecho ya en el pasado remoto. Lo angustioso en la vida es que son nuestras propias decisiones las que nos lanzan por ese camino, bajo las ruedas que nos aplastan. (Lo cierto es que, antes aun de tomar esas decisiones, íbamos ya en esa dirección.) Una decisión, una acción, son augurios infalibles de lo que haremos en otro momento, no debido a una razón vaga, mística o astrológica, sino porque surgen de una reacción automática que se repetirá.

      —CESARE PAVESE

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