Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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La selección de cónyuge o pareja dice mucho acerca de una persona. Algunas buscan una pareja a la que puedan dominar y controlar, quizás alguien más joven, menos inteligente o exitoso. Otras eligen como pareja a alguien que puedan rescatar de una situación negativa, para desempeñar el papel de salvador y controlarlo de esa manera. Otras más buscan a alguien que llene el papel de papá o mamá; quieren más mimos. Es raro que estas decisiones sean bien pensadas dado que reflejan los primeros años y los esquemas de apego de la gente. A veces son asombrosas, como cuando se selecciona a alguien que parece incompatible, pero siempre hay una lógica detrás de esas decisiones. Por ejemplo, si una persona teme ser abandonada por su pareja, en reflejo de ansiedades de su infancia, seleccionará como tal a alguien notablemente inferior en apariencia o inteligencia, porque supone que se aferrará a ella a toda costa.
Otra área por examinar es cómo se comporta la gente fuera del trabajo. En un juego o deporte podría revelar una vena competitiva que no puede desactivar. Teme ser rebasada, aun al manejar; debe ir siempre al frente. Esto puede canalizarse funcionalmente en el trabajo, pero en el tiempo libre revela hondas capas de inseguridad. Analiza cómo pierden los demás cuando juegan. ¿Pueden hacerlo con afabilidad? Su lenguaje corporal dirá mucho en ese frente. ¿Hacen lo posible por eludir las reglas o torcerlas? ¿Buscan un escape y poder relajarse del trabajo en esos momentos, o reafirmarse incluso en ellos?
Los individuos tienden a dividirse en introvertidos y extrovertidos, y esto desempeñará un papel relevante en el carácter que desarrollen. Los extrovertidos suelen regirse con criterios externos. La pregunta que más les importa es: “¿Qué piensan de mí los demás?”. Les gusta lo que les agrada a los otros y los grupos a los que pertenecen definen con frecuencia sus opiniones. Se muestran abiertos a sugerencias y nuevas ideas, aunque sólo si éstas son populares o están avaladas por una autoridad que respetan. Valoran las cosas externas: la buena ropa, grandes comidas, una diversión concreta compartida con otros. Buscan sensaciones novedosas y tienen buen olfato para las tendencias. El ruido y el bullicio no sólo les agradan, los persiguen. Si son audaces, les encanta la aventura; si no, aman las comodidades. En cualquier caso, ansían la atención y estimulación de quienes los rodean.
Los introvertidos son más sensibles y se fatigan fácilmente con demasiada actividad externa. Les gusta conservar su energía y pasar tiempo solos o con uno o dos amigos íntimos. En contraste con los extrovertidos, a quienes les fascinan los datos y las estadísticas, los introvertidos se interesan en sus propias opiniones y sentimientos. Les agrada teorizar y generar ideas propias. Si producen algo, no les gusta promoverlo; consideran de mal gusto ese esfuerzo: lo que hacen debería venderse solo. Les agrada mantener parte de su vida separada de los demás, tener secretos. No toman sus opiniones de lo que otros piensan ni de ninguna autoridad, sino de sus criterios interiores, o al menos eso creen. Cuanta mayor sea una multitud, más perdidos y solitarios se sienten; pueden parecer torpes y desconfiados, incómodos con la atención. Tienden a ser más pesimistas y mostrarse más preocupados que el extrovertido promedio. Expresan audacia en su creatividad y novedosas ideas.
Pese a que hay individuos que presentan tendencias en esas dos direcciones, lo habitual es que la gente siga una u otra. Es importante evaluar esto en otros por una simple razón: introvertidos y extrovertidos no se entienden. Para el extrovertido, el introvertido es aburrido, necio e incluso antisocial; para el introvertido, el extrovertido es superficial, voluble y demasiado susceptible a lo que los demás piensan. Ser de un tipo u otro suele deberse a factores genéticos y hará que dos personas vean lo mismo bajo una luz completamente distinta. Una vez que deduzcas que tratas con alguien de una variedad diferente a la tuya, reevalúa su carácter y no impongas tus preferencias. Asimismo, a veces introvertidos y extrovertidos trabajan satisfactoriamente en común, en particular si combinan ambas cualidades y se complementan entre sí, pero lo más frecuente es que no se lleven bien y tengan constantes malentendidos. Ten en mente que en el mundo hay más extrovertidos que introvertidos.
Por último, es crucial que midas la fortaleza relativa del carácter de una persona. Velo de esta manera: tal fortaleza proviene de lo más profundo de ella. Podría derivarse de una mezcla de ciertos factores: genética, padres confiables, buenos mentores y constante mejora (véase la última sección de este capítulo). Sea cual fuere la causa, esa fortaleza no es algo que se exhiba en forma de fanfarronería o agresividad, sino que se manifiesta como resistencia y adaptabilidad. Un carácter fuerte posee la resistencia a la tracción de una buena pieza de metal: puede ceder y doblarse, pero conserva su forma y no se rompe nunca.
La fortaleza emana de una sensación de seguridad y autoestima. Esto le permite a la gente aceptar críticas y aprender de sus experiencias, lo cual quiere decir que no cederá con facilidad, ya que desea aprender y mejorar. Las personas de carácter fuerte son muy persistentes. Están abiertas a nuevas ideas y maneras de hacer las cosas, sin comprometer por ello sus principios básicos. En la adversidad preservan su presencia de ánimo. Manejan el caos y lo impredecible sin sucumbir a la ansiedad. Cumplen su palabra. Tienen paciencia, son capaces de organizar mucho material y terminan lo que empiezan. Como no están inseguras de su nivel, pueden subordinar sus intereses personales al bien del grupo, porque saben que lo que beneficia al equipo también les facilitará a ellas la existencia.
Las personas de carácter débil parten de la posición contraria. Las circunstancias las abruman pronto, lo que las vuelve poco confiables. Son tramposas y evasivas. Lo peor es que resulta imposible instruirlas, porque el aprendizaje implica crítica. Esto quiere decir que al tratarlas toparás con pared todo el tiempo. Aunque escuchen tus instrucciones, se atendrán a lo que juzgan que es mejor.
Todos poseemos una combinación de cualidades fuertes y débiles, pero algunos siguen claramente una dirección u otra. Trabaja y asóciate lo más posible con personas de carácter fuerte y evita a las de carácter débil. Ésta fue la base de casi todas las decisiones de inversión de Warren Buffett. Él veía más allá de los números, a los directores generales con los que trataba, y calibraba sobre todo su resistencia, confiabilidad y autonomía. ¡Si acaso nosotros empleáramos esas medidas con quienes contratamos, los socios que admitimos e incluso los políticos que elegimos!
A pesar de que en las relaciones íntimas sin duda otros factores guiarán nuestras decisiones, la fuerza de carácter debería considerarse también. Esto fue lo que llevó a Franklin Roosevelt a elegir como esposa a Eleanor. Rico, joven y apuesto, él podría haber elegido a muchas otras jóvenes más bellas, pero admiraba la apertura de Eleanor a nuevas experiencias y su notable determinación. Lanzó la mirada al futuro y vio que el valor de su carácter importaba más que cualquier otra cosa, lo que resultó al final una decisión muy sabia.
Cuando evalúes la fuerza o debilidad de carácter, analiza cómo maneja una persona los momentos estresantes y la responsabilidad. Examina a sus padres: ¿qué lograron o llevaron a cabo? Ponla a prueba; por ejemplo, una broma inofensiva a sus expensas podría ser muy reveladora. ¿Reacciona con afabilidad a ella en lugar de caer presa de sus inseguridades o de que sus ojos indiquen resentimiento o hasta cólera? Para medir su confiabilidad como integrante de un equipo, dale información estratégica o comparte con ella un rumor. ¿Transmite de inmediato a otros esos datos? ¿Se apresura a tomar una idea tuya y presentarla como propia? Critícala de forma directa. ¿Lo toma en serio y trata de mejorar o da francas señales de molestia? Confíale una tarea abierta con menos dirección de la usual y monitorea