Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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No pueden controlar su arraigado patrón y tienden a ver cada relación como potencialmente sexual. El sexo se convierte en un medio de validación personal; cuando son jóvenes, estos individuos llevan una vida excitante y promiscua, ya que buscan a personas que caigan bajo su hechizo. Cuando crecen, sin embargo, un periodo prolongado sin tal validación podría desembocar en depresión y suicidio, así que se desesperan. Si ocupan posiciones de liderazgo, usarán su poder para obtener lo que desean, bajo el pretexto de que es algo natural y no reprimido. Entre más envejecen, más alarmante y patético es esto. No puedes ayudarlos ni salvarlos de su compulsión, sólo impedir enredarte con ellos en cualquier nivel.
El príncipe/princesa mimados: te atraerán con su aire majestuoso. Son apacibles y están levemente infundidos de una sensación de superioridad. Resulta grato conocer a personas que se muestran seguras de sí mismas y destinadas a portar una corona. Con el tiempo, te verás haciéndoles favores, esmerándote en su beneficio sin recibir nada a cambio, sin saber cómo o por qué. Expresan de algún modo la necesidad de que las cuiden y son expertas en lograr que se les consienta. En la niñez, sus padres cumplieron hasta su menor capricho y las protegieron de toda intrusión del mundo exterior; hay niños que incitan esta conducta en sus padres a través de mostrarse especialmente indefensos. Sea cual fuere la causa, de adultos su mayor deseo es reproducir esos mimos. Aquél es en todo momento su paraíso perdido. Notarás que cuando no consiguen lo que desean, exhiben un comportamiento infantil y hacen mohines o hasta berrinches.
Éste es sin duda el patrón en todas sus relaciones íntimas, y a menos que tengas una marcada necesidad de mimar a otros, juzgarás exasperante la relación, siempre sujeta a sus términos. No están preparados para manejar los aspectos ásperos de la edad adulta y manipulan a una persona para que los consienta o recurren a la bebida o las drogas para apaciguarse. Si te sientes culpable por no ayudarlos, significa que estás atrapado y que, en cambio, debes cuidar de ti mismo.
El complacedor: jamás habías conocido a alguien tan bueno y considerado. Casi no puedes creer que sea tan simpático y halagador. Aunque más tarde empiezas a tener dudas, no puedes apuntar a nada concreto. Quizá no aparezca a la hora convenida o no haga bien su trabajo. Esto es sutil. Entre más avanza esta situación, sin embargo, más parece que te sabotea o habla a tus espaldas. Los individuos de este tipo son cortesanos consumados y han desarrollado su bondad no por afecto genuino a sus semejantes, sino como un mecanismo de defensa. Tal vez sus padres eran bruscos y castigadores y escudriñaban cada uno de sus actos. Sonreír y adoptar una fachada deferente fue su manera de desviar toda hostilidad, y esto pasa a ser su patrón de por vida. También es probable que les mientan a sus padres; son en general maestros embusteros.
Igual que cuando eran niños, detrás de sus sonrisas y halagos resienten el rol que deben desempeñar. Querrían perjudicar o robar a quien sirven o reverencian. Debes estar en guardia con quienes ejercen mucho encanto y cortesía más allá de lo normal. Podrían resultar agresivo-pasivos y atacarte si te descuidas.
El salvador: no puedes creer tu buena suerte: acabas de conocer a alguien que te sacará de todas tus dificultades y problemas. Distinguió por algún motivo tu necesidad de ayuda y he aquí que te ofrece libros, estrategias, los alimentos adecuados. Todo esto es muy seductor en un principio, pero tus dudas comienzan tan pronto como deseas afirmar tu independencia y hacer las cosas por ti mismo.
En su niñez, este tipo de personas tuvieron que cuidar a menudo a su madre, padre o hermanos. La madre, por ejemplo, convirtió sus propias necesidades en la principal preocupación de la familia. Tales hijos compensan la falta de atención con la sensación de poder que se derivan de esa relación inversa. Esto establece un patrón: nada les satisface más que rescatar a otros, ser los cuidadores y salvadores. Tienen buen olfato para identificar a personas necesitadas de salvación. No obstante, detectarás el aspecto compulsivo de esta conducta en la necesidad de controlarte. Si estos individuos permiten que te valgas por ti mismo después de que te prestaron ayuda, en verdad son nobles; de lo contrario, todo se reduce al poder que pueden ejercer. En cualquier caso, siempre es mejor cultivar la autonomía y recomendar a los salvadores que se salven a sí mismos.
El moralizador: transmite una sensación de indignación por tal o cual injusticia y es muy elocuente. Con esa convicción, encuentra seguidores, tú entre ellos. Pero en ocasiones percibes grietas en su vena justiciera. No trata bien a sus empleados; es condescendiente con su cónyuge; quizá tenga una vida o vicio secretos que tú alcanzas a notar. De niño se le hacía sentir culpable por sus fuertes impulsos y deseos de placer; se le castigaba y juzgaba para que reprimiera esos impulsos. Debido a esto, desarrolló desprecio por él mismo y tiende a proyectar sus defectos en los demás o a envidiar a quienes están libres de represiones. No le agrada que otros se diviertan. En lugar de manifestar su envidia, opta por juzgar y condenar. En la versión adulta, advertirás una absoluta ausencia de matices. La gente es buena o mala, no hay punto medio. De hecho, está en guerra con la naturaleza humana, incapaz de aceptar nuestros rasgos menos que perfectos. Su moralidad es tan fácil y compulsiva como el alcohol o el juego y no le impone sacrificios, sólo muchas palabras nobles. Prospera en una cultura de corrección política.
La verdad es que le atrae lo que condena, y por eso tiene un lado secreto. En algún momento serás sin duda el blanco de su inquisición si te acercas demasiado a él. Advierte pronto su falta de empatía y guarda tu distancia.
(Para más información sobre los tipos tóxicos, véanse los capítulos sobre la envidia, 10; presunción, 11, y agresividad, 16.)
El carácter superior
Esta ley es simple e inexorable: tu carácter es inamovible. Se formó con elementos anteriores a tu conciencia. Desde lo más profundo de ti, te empuja a repetir ciertas acciones, estrategias y decisiones. El cerebro está estructurado para facilitar esto: una vez que piensas y emprendes una acción particular, se forma una vía neural que te lleva a hacer eso una y otra vez. Y en relación con esta ley, puedes seguir una de dos direcciones, cada una de las cuales define en mayor o menor medida el curso de tu vida.
La primera dirección es la ignorancia y la negación. No tomas nota de los patrones en tu vida; no aceptas la idea de que tus primeros años dejaron una huella honda y duradera que te impulsa a comportarte de cierto modo. Imaginas que tu carácter es plástico y que puedes volver a crearte a voluntad. Que puedes seguir el mismo camino al poder y la fama que otro, pese a que procedan de circunstancias distintas. El concepto del carácter inamovible podría parecer una cárcel, y en secreto muchas personas querrían librarse de ella, por medio de las drogas, el alcohol o los videojuegos. El resultado de tal negación es sencillo: la conducta compulsiva y los patrones se afianzan más todavía. No puedes actuar contra la esencia de tu carácter ni hacer que desaparezca a voluntad. Es demasiado potente.
Ése era justo el problema de Howard Hughes. Se imaginaba como un gran hombre de negocios, que fundaría un imperio mayor que el de su padre. Pero por su propia naturaleza, no era un buen gestor de personas. Su fortaleza verdadera era más técnica: tenía un gran don para los aspectos del diseño y la ingeniería de la producción de aviones. Si hubiera sabido y aceptado esto, se habría forjado una brillante carrera como el visionario de su compañía de aviación y cedido las operaciones diarias a alguien capaz. Sin embargo, su concepto de sí no guardaba relación con su carácter. Esto condujo a un patrón de fracasos y una vida desdichada.
Aunque