Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene

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Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene Biblioteca Robert Greene

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de producción organizada. La planta era demasiado pequeña para manejar un pedido de esa magnitud. Todos los detalles presentaban inconvenientes: los planos eran poco profesionales, las herramientas inadecuadas y había muy pocos obreros calificados. Era como si la compañía careciera de experiencia en el diseño de aviones y pretendiera deducirlo sobre la marcha. Ése era justo el mismo predicamento que había surgido con los aviones de reconocimiento fotográfico, que sólo unos cuantos en el ejército recordaban. Obviamente, Hughes no había aprendido la lección de su fracaso previo.

      En esas condiciones, era de suponer que los helicópteros llegarían con cuentagotas. Alarmado, el alto mando del ejército decidió licitar un nuevo contrato, por los dos mil doscientos helicópteros que ahora necesitaba, con la esperanza de que una compañía más experimentada presentara un precio menor y desplazara a Hughes. Éste cayó presa de pánico: perder esta licitación complementaria significaría su ruina. La compañía contaba con aumentar el precio en este nuevo pedido para recuperar las grandes pérdidas en que había incurrido en la producción inicial; a eso le había apostado Hughes. Si ahora ofrecía un precio bajo por los helicópteros adicionales, se arriesgaba a no obtener ganancias, pero si su oferta no era lo bastante baja, alguien lo rebasaría, que fue lo que al final sucedió. Hughes perdió en los helicópteros que produjo una suma astronómica: noventa millones de dólares. Esto tuvo un efecto devastador en la compañía.

      Howard Hughes murió en 1976 en un avión que hacía la ruta de Acapulco a Houston. Cuando se le practicó la autopsia, la opinión pública se enteró por fin de lo que había sido de él en su última década de vida. Fue adicto a analgésicos y narcóticos durante años. Vivía en cuartos de hotel herméticamente sellados, temeroso hasta de la menor contaminación posible de gérmenes. Al momento de su muerte, pesaba apenas cuarenta y dos kilos. Vivía en un aislamiento casi total, atendido por unos cuantos asistentes, algo que se obstinaba en mantener alejado del escrutinio público. Como última ironía, un hombre que temía más que nada la más leve pérdida de control acabó en sus últimos años a merced de un puñado de asistentes y ejecutivos, quienes vigilaron su agónica muerte a causa de las drogas y le arrebataron el control esencial de su compañía.

      Interpretación

      El patrón de la vida de Howard Hughes quedó marcado desde el principio. Su madre tenía una naturaleza ansiosa y tras enterarse de que no podría tener más hijos, dirigió al único gran parte de esa ansiedad. Lo ahogaba con su constante atención, lo acompañaba sin cesar, no lo perdía de vista casi nunca. El padre depositó grandes esperanzas en el chico como portador del apellido de la familia. Sus padres determinaban todo lo que hacía: cómo vestía, qué comía y quiénes eran sus amigos (muy escasos de todas formas). Lo arrastraron de una escuela a otra en busca del medio perfecto para él, que era hipersensible y poco fácil de tratar. Dependía de ellos para todo, y a causa de su inmenso temor a defraudarlos se volvió educado y obediente.

      No obstante, la verdad es que resentía esa dependencia absoluta. Una vez que sus padres murieron, su auténtico carácter emergió debajo de las sonrisas y la obediencia. No sentía amor alguno por sus parientes. Prefería enfrentar solo el futuro a tener por encima de él la más mínima autoridad. Debía ejercer un completo control de su destino, aun a sus diecinueve años; cualquier cosa menos que eso removería sus ansiedades de la infancia. Y con el dinero que había heredado, estaba en condiciones de realizar su sueño de total independencia. Su afición a volar reflejaba ese rasgo de su carácter. Únicamente en el aire, solo y al timón, experimentaba la euforia del control y se liberaba de todas sus ansiedades. Se elevaba sobre las masas, que detestaba en secreto. Encaraba a la muerte, lo cual hizo en numerosas ocasiones, porque ésa sería una muerte bajo su poder.

      Su carácter se manifestó aún más claramente en el estilo de liderazgo que desarrolló en Hollywood y sus demás empresas. Si guionistas, directores o ejecutivos proponían ideas, él sólo las podía ver como un desafío personal a su autoridad. Esto despertaba sus antiguas ansiedades de impotencia y dependencia. Para combatir esta ansiedad, debía mantener el control de todos los aspectos de la compañía, y supervisar la ortografía y gramática hasta del menor texto publicitario. Tenía que crear una estructura muy laxa en sus empresas, a fin de que todos los ejecutivos se disputaran su atención. Era mejor que hubiera un poco de caos, siempre que todo pasara por él.

      La paradoja de esto es que justo cuando trataba de alcanzar ese control total, lo perdía; era imposible que un solo hombre estuviese al tanto de todo, y esto hacía surgir toda clase de imprevistos. Y cuando los proyectos se venían abajo y la presión se intensificaba, él desaparecía de la escena o se enfermaba. Su necesidad de controlar todo lo que lo rodeaba se extendía a las mujeres con que salía: escudriñaba cada uno de sus actos, las hacía seguir por investigadores privados.

      El problema que Howard Hughes les planteaba a todos los que decidían trabajar con él era que erigía con cuidado una imagen pública que escondía las flagrantes debilidades de su carácter. En lugar de mostrarse como un micromanager irracional, podía presentarse como el rudo individualista y consumado rebelde estadunidense. Lo más nocivo era su capacidad para hacerse pasar por exitoso hombre de negocios al mando de un imperio multimillonario. Cierto, había heredado de su padre una muy rentable empresa de herramientas. Pero al paso de los años, las únicas partes de su imperio que producían ganancias sustanciales eran esa compañía de herramientas y la primera versión de Hughes Aircrafts que desprendió de ella. Por diversas razones, esas dos empresas se administraban con total independencia de Hughes; él no tenía ninguna participación en sus operaciones. Todas las demás empresas que dirigió personalmente —su posterior división de aviones, sus compañías fílmicas, sus hoteles y propiedades en Las Vegas— perdieron cuantiosas cantidades, que las otras dos cubrieron.

      De hecho, Hughes era un terrible hombre de negocios, y el patrón de fracasos que reveló esto era visible para cualquiera. Pero éste es el punto débil de la naturaleza humana: no estamos preparados para calibrar el carácter de los individuos que tratamos. Su imagen pública, la reputación que los precede, nos hipnotizan con facilidad. Las apariencias nos cautivan. Si, como Hughes, ellos se rodean de un mito seductor, queremos creer en él. En vez de determinar el carácter de la gente —su capacidad para trabajar con los demás, cumplir sus promesas, mantenerse firmes en circunstancias adversas—, optamos por trabajar con o contratar a personas sobre la base de su deslumbrante currículum, su inteligencia y su simpatía. Pero incluso un rasgo positivo como la inteligencia es inútil si la persona posee también un carácter endeble o dudoso. Así, debido a nuestro punto débil, sufrimos bajo el líder irresuelto, el jefe micromanager, el socio confabulador. Ésta es la fuente de incontables tragedias en la historia, nuestro patrón como especie.

      Debes cambiar a toda costa tu perspectiva. Aprende a ignorar la fachada de la gente, el mito que la rodea, y sumérgete en sus profundidades para buscar signos de su carácter. Éstos pueden encontrarse en los patrones que revela de su pasado, la calidad de sus decisiones, cómo ha resuelto problemas, cómo delega autoridad y trabaja en equipo, y muchos otros factores. Una persona de carácter fuerte es como el oro: rara pero invaluable. Consigue adaptarse, aprender y mejorar. Dado que tu éxito depende de las personas con que trabajas, haz de su carácter el principal objeto de tu atención. Te ahorrarás así la desgracia de descubrir su carácter cuando sea demasiado tarde.

      Carácter es destino.

      —HERÁCLITO

      CLAVES DE LA NATURALEZA HUMANA

      Durante miles de años, los seres humanos creímos en el destino: una fuerza de alguna índole —espíritus, dioses o Dios— nos obligaba a actuar de cierta forma. Al nacer, nuestra vida entera quedaba trazada de antemano; estábamos destinados a triunfar o a fracasar. Ahora vemos el mundo de un modo muy diferente. Creemos tener en gran medida el control de lo que nos sucede, que generamos nuestro destino. En ocasiones, sin embargo, tenemos una efímera sensación similar a la que es probable que nuestros ancestros hayan tenido. Quizás

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