Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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Admite esto: el término personalidad viene del latín persona, que significa “máscara”. Todos usamos máscaras en público, y esto tiene una función positiva. Si nos mostráramos tal como somos y dijéramos lo que pensamos, ofenderíamos a casi todos y revelaríamos cualidades que es preferible ocultar. Ajustarse a un personaje, desempeñar bien un papel, nos protege de quienes nos vigilan muy de cerca, con todas las inseguridades que esto puede desatar. De hecho, entre mejor actúes tu papel, más poder acumularás, y gracias a eso estarás en libertad de expresar en mayor grado tus singularidades. Si llevas esto lo bastante lejos, el personaje que exhibas coincidirá con muchas de tus características, aunque acentuadas siempre para obtener mejores efectos.
“Usted detectó mucho de ella que fue invisible para mí.” “No invisible sino inadvertido, Watson. Usted no sabía dónde mirar y, así, pasó por alto todo lo importante. Jamás lograré convencerlo de la importancia de las mangas, lo sugerente de las uñas o las grandes consideraciones que es posible desprender de la agujeta de una bota.”
—SIR ARTHUR CONAN DOYLE, “Un caso de identidad”
4
DETERMINA LA FUERZA DE CARÁCTER
DE LAS PERSONAS
LA LEY DEL COMPORTAMIENTO COMPULSIVO
Cuando selecciones a personas con las cuales trabajar o asociarte, no te dejes hechizar por su buena reputación ni engatusar por la imagen superficial que proyectan. Aprende en cambio a adentrarte en ellas y ver su carácter. La gente forma su carácter en sus primeros años, sobre la base de sus hábitos diarios. Es lo que la impulsa a repetir en su vida ciertas acciones y caer en patrones negativos. Analiza esos patrones y recuerda que la gente nunca hace algo una sola vez; repetirá su conducta de forma inevitable. Evalúa la relativa fuerza de su carácter por lo bien que maneja la adversidad, su capacidad para adaptarse y trabajar con los demás, su paciencia y aptitud para aprender. Gravita siempre hacia las personas que den señas de fuerza y evita a los muchos tipos tóxicos que existen. Conoce bien tu carácter para que puedas romper tus patrones compulsivos y asumir el control de tu destino.
EL PATRÓN
Para sus tíos y abuelos que lo vieron crecer en Houston, Texas, Howard Hughes Jr. (1905-1976) era un chico tímido y torpe. Su madre estuvo a punto de morir cuando lo dio a luz y no pudo tener más hijos, así que lo adoraba. Preocupada siempre de que contrajera una enfermedad, vigilaba cada uno de sus actos y hacía cuanto podía por protegerlo. El chico parecía temer a su padre, Howard Sr., quien en 1909 había iniciado la Sharp-Hughes Tool Company, empresa que pronto rindió una gran fortuna a la familia. El padre no solía estar en casa, debido a los constantes viajes de negocios, así que Howard pasaba mucho tiempo con su madre. Aunque sus parientes lo creían nervioso e hipersensible, cuando creció se convirtió en un joven sumamente cortés, de suave voz, consagrado a sus padres.
Su madre murió repentinamente en 1922, a los treinta y nueve años de edad. El padre nunca se recuperó del todo de esa muerte prematura y falleció dos años más tarde. A los diecinueve, el joven Howard estaba solo en el mundo; había perdido a sus dos seres queridos más cercanos, quienes habían dirigido cada fase de su vida. Sus parientes decidieron llenar ese vacío y darle al muchacho la orientación que precisaba. Pero en los meses posteriores a la muerte de su padre, enfrentaron de súbito a un Howard Hughes Jr. que hasta entonces no habían visto ni sospechado. El joven de dulces palabras se volvió de pronto muy grosero. El chico obediente era ahora un rebelde declarado. No ingresó a la universidad, como ellos le aconsejaron ni siguió ninguna de sus recomendaciones. Entre más insistían, más belicoso se mostraba.
Tras heredar la riqueza de su familia, el joven Howard podría independizarse por completo, y tenía la intención de llevar eso lo más lejos posible. Se empeñó de inmediato en adquirir todas las acciones de la Sharp-Hughes Tool Company en poder de sus parientes, para así obtener el total control de la empresa, tan altamente lucrativa. Conforme a la ley de Texas, podía solicitar a un tribunal que lo declarara adulto si era capaz de demostrar que poseía la aptitud suficiente para asumir ese papel. Se hizo amigo de un juez local y obtuvo pronto el certificado que necesitaba. En adelante podría dirigir su vida y la compañía de herramientas sin interferencia alguna.
Todo esto escandalizó a sus parientes y poco después ambas partes interrumpieron casi todo contacto por el resto de sus vidas. ¿Qué había convertido al dulce chico que ellos conocían en un joven rebelde e hiperagresivo? Éste fue un misterio que nunca resolverían.
Tiempo después de declarar su independencia, Howard se estableció en Los Ángeles, donde decidió que seguiría sus dos pasiones más recientes: la realización de películas y la conducción de aviones. Tenía dinero para entregarse a esos dos intereses y en 1927 resolvió combinarlos en la producción de una película épica de alto presupuesto sobre aviadores en la Primera Guerra Mundial, Los ángeles del infierno. Contrató a un director y un equipo de guionistas para que hicieran el libreto, pero se peleó con el director y lo despidió. Contrató a otro, Luther Reed, también aficionado a la aviación y quien se identificaba más con el proyecto, pero él lo dejó pronto, harto de la constante interferencia de Hughes. Lo último que le dijo fue: “Si sabes tanto, ¿por qué no la diriges tú mismo?”. Hughes siguió su consejo y se nombró director.
El presupuesto comenzó a aumentar y dispararse mientras él perseguía el realismo más extremo. Transcurrieron varios meses, y luego años, durante los cuales Hughes atropellaba uno tras otro a cientos de miembros del equipo técnico y dobles de pilotos, tres de los cuales murieron en terribles accidentes. Después de incalculables batallas, acabó por despedir a casi todos los jefes de departamento y por dirigir todo él mismo. Cuidaba cada toma, cada ángulo, cada cuadro. Los ángeles del infierno se estrenó por fin en 1930 y fue un gran éxito. Aunque la trama era un caos, las secuencias de vuelo y acción emocionaron al público. Había nacido la leyenda de Howard Hughes. Él era el joven brioso y rebelde que había sacudido al sistema y producido un éxito, el tosco individualista que lo hacía todo por sí mismo.
La cinta había costado nada menos que 3. 8 millones de dólares y perdido cerca de dos millones, pero nadie prestó atención a eso. El propio Hughes se mostró humilde y afirmó que había aprendido su lección de producción: “Haber hecho solo Los ángeles del infierno fue mi más grave error. […] Pretender realizar el trabajo de doce hombres fue mera estupidez de mi parte. Aprendí por experiencia que nadie puede saberlo todo”.
Durante la década de 1930, la leyenda de Hughes no hizo más que crecer mientras rompía varios récords mundiales de velocidad en la conducción de aviones, en varios de los cuales cortejó a la muerte. De la compañía de su padre había desprendido Hughes Aircraft, que esperaba transformar en el principal fabricante de aeroplanos del mundo. En ese entonces, esto requería conseguir grandes contratos militares, de manera que cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, Hughes persiguió afanosamente uno de ellos.
En 1942, varios oficiales del Departamento de Defensa, impresionados por sus hazañas de aviación, la meticulosa atención a los detalles que revelaba en sus entrevistas y sus incansables esfuerzos de cabildeo, decidieron conceder a Hughes Aircraft una subvención de dieciocho millones de dólares para que produjera tres enormes aviones de transporte, llamados