Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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Igual de elocuentes son los signos sutiles que duran varios segundos y revelan tensión y frialdad. Por ejemplo, si sorprendes a alguien que no piensa bien de ti, al acercarte de lado notarás en él símbolos de desagrado antes de que pueda ponerse su máscara de afabilidad. No le da mucho gusto verte y eso se dejará ver por un par de segundos. O bien, entornará los ojos cuando expreses con firmeza tu opinión, lo que intentará encubrir rápidamente con una sonrisa.
Un silencio repentino dice mucho. Alguien guarda irremediable silencio en cuanto tú dices algo que le provoca una punzada de envidia o disgusto; tal vez intente esconderlo detrás de una sonrisa mientras la sangre le hierve por dentro. En contraste con la simple timidez o con no tener nada que decir, en este caso distinguirás signos inequívocos de irritación. Pero no te apresures a concluir nada sin antes haber notado esto en varias ocasiones.
Las personas suelen emitir señales contradictorias: un comentario positivo para distraer combinado con un lenguaje corporal visiblemente negativo. Esto alivia la tensión de tener que complacer en todo momento. Apuestan a que te concentrarás en sus palabras y pasarás por alto su mueca o sonrisa torcida. Presta también atención a la configuración contraria: la de alguien que dice algo sarcástico dirigido a ti en compañía de una sonrisa y un tono de voz travieso, como para indicar que todo eso se hace sin mala intención; sería descortés de tu parte no aceptar esa vena. Sin embargo, si esto ocurre varias veces, fíjate en este caso en las palabras, no en el lenguaje corporal; es la forma reprimida en que tal persona expresa su hostilidad. Repara en quienes te elogian o halagan sin brillo en la mirada, esto podría ser un indicio de envidia encubierta.
En La cartuja de Parma, de Stendhal, el conde Mosca recibe una carta anónima concebida para causarle celos de su amante, de la que está locamente enamorado. Al reflexionar en quién podría haberla enviado, recuerda que ese mismo día sostuvo una conversación con el príncipe de Parma, quien le dijo que los placeres del poder palidecen frente a los que el amor concede. Mientras decía esto, el conde detectó en él una mirada particularmente maliciosa, acompañada por una sonrisa ambigua. Pese a que sus palabras aludían al amor en general, esa mirada estaba dirigida a él. Con base en ello, acierta al deducir que fue el príncipe quien le envió esa carta; incapaz de contener la viciosa satisfacción de lo que había hecho, la dejó ver. Ésta es una variante de la señal contradictoria: alguien dice algo relativamente categórico sobre un tema general, pero sus miradas sutiles apuntan a ti.
Un recurso excelente para descifrar el antagonismo es comparar el lenguaje corporal que las personas emplean contigo y el que usan con los demás. Quizá descubras que son más cordiales y amables con otros y que después se ponen frente a ti una máscara de cortesía. En una conversación será ineludible que muestren breves destellos de impaciencia e irritación en la mirada cuando tú hablas. Ten en mente que los demás tienden a ser más sinceros respecto a sus sentimientos auténticos, entre ellos los hostiles, cuando están ebrios, somnolientos, desesperados, molestos o bajo estrés. Más tarde se disculparán por esto, como si no hubieran sido ellos mismos en ese momento, cuando en realidad lo fueron más que nunca.
En la búsqueda de estos signos, uno de los mejores métodos es ponerle pruebas y hasta trampas a la gente. El rey Luis XIV era un maestro en esto. Ocupaba el lugar más alto en la corte de Versalles, repleta de nobles que bullían de hostilidad y rencor en contra de él y de la autoridad absoluta que pretendía imponer. Pero en el civilizado ámbito de Versalles, todos debían ser actores consumados y ocultar sus sentimientos, en particular hacia el rey. Luis XIV tenía sus maneras, sin embargo, de ponerlos a prueba. Aparecía sin previo aviso junto a ellos y observaba de inmediato la expresión de su rostro. Le pedía a un noble que se mudara con su familia al palacio, a sabiendas de que esto resultaba costoso e incómodo, y acechaba con cuidado para descubrir cualquier signo de fastidio en su cara o su voz. Decía algo negativo sobre un cortesano aliado de su interlocutor y notaba su reacción instantánea. Signos suficientes de disgusto indicaban una hostilidad secreta.
Si sospechas que alguien te envidia, comunícale una buena noticia tuya sin que parezca que te ufanas y busca microexpresiones de desconcierto en su rostro. Utiliza pruebas similares para sondear un enojo o resentimiento oculto y suscitar reacciones que la gente no puede impedir. En general, querrá saber más de ti, querrá saber menos o se mostrará indiferente. Aunque podría fluctuar entre esos tres estados, tenderá en mayor grado a uno de ellos. Esto se revelará en lo rápido que la persona responde a tus mensajes electrónicos o de texto, en su lenguaje corporal cuando te ve y en el tono general que asume en tu presencia.
Lo valioso de detectar pronto una posible hostilidad o sentimientos negativos es que amplía tus opciones estratégicas y margen de maniobra. Puedes tenderles una trampa a los demás y provocar intencionalmente su hostilidad o inducirlos a una acción agresiva de la que se avergonzarán después. O puedes redoblar tus esfuerzos para neutralizar su rechazo hacia ti y ganártelos incluso a través de una ofensiva de simpatía. O bien, puedes simplemente marcar distancia: no herirlos, despedirlos, rehusarte a interactuar con ellos. Al final, harás tu camino mucho más placentero, porque evitarás batallas sorpresivas y actos de sabotaje.
Del otro lado de la moneda, es común que tengamos menos necesidad de ocultar nuestras emociones positivas, pese a lo cual nos resistimos a emitir muestras obvias de regocijo y atracción, en especial en situaciones de trabajo o incluso en el cortejo. La gente prefiere mostrar una fachada social fría. Así, resulta muy valioso que seas capaz de detectar signos de que ha caído bajo tu hechizo.
De acuerdo con estudios sobre las señales faciales realizados por psicólogos como Paul Ekman, E. H. Hess y otros, quienes sienten emociones positivas hacia los demás muestran notables signos de relajación en los músculos faciales, en particular en las líneas de la frente y alrededor de la boca; sus labios dan la apariencia de estar más expuestos y el área entera en torno a sus ojos se ensancha. Todas éstas son expresiones involuntarias de confort y apertura. Si los sentimientos son más intensos, como en el caso del enamoramiento, el rostro se enrojece y todas las facciones se animan. Como parte de este estado alterado, las pupilas se dilatan, una reacción automática en la que los ojos dejan entrar más luz. Éste es un signo infalible de que una persona se siente a gusto y le agrada lo que ve. Aparte de la dilatación de las pupilas, las cejas se elevan, lo que hace que los ojos se vean más grandes. Por lo general no reparamos en las pupilas de otros, porque mirarlos fijamente a los ojos tiene una franca connotación sexual, así que debemos aprender a mirar rápido las pupilas cuando notamos que los ojos se ensanchan.
En el desarrollo de tus habilidades en este terreno, aprende a distinguir entre la sonrisa falsa y la genuina. Cuando queremos ocultar nuestros sentimientos negativos, recurrimos a la sonrisa falsa, porque es fácil de adoptar y los demás no suelen prestar atención a las sutilezas de la sonrisa. Como la genuina es menos común, debes saber cómo reconocerla. La sonrisa genuina afecta los músculos alrededor de los ojos y los ensancha, con lo que a menudo deja ver patas de gallo en las comisuras, y también tiende a elevar las mejillas. Toda sonrisa genuina ejerce un cambio muy definido en los ojos y las mejillas. Hay quienes intentan sustituir la variedad genuina por una sonrisa muy amplia, que también altera parcialmente los ojos. Así, además de los signos físicos, analiza el contexto. La sonrisa genuina suele derivarse de una acción o palabras que suscitan esa respuesta, es espontánea. ¿La sonrisa en este caso no tiene mucho que ver con las circunstancias, no se justifica por lo que se dijo? ¿La persona se empeña