Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene
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Para llevar más lejos tu práctica, prueba otro ejercicio. Toma asiento en una cafetería o lugar público y, sin la carga de participar en una conversación, observa a quienes te rodean. Busca señales auditivas en sus conversaciones. Repara en su forma de andar y su lenguaje corporal general. Si es posible, toma apuntes. Cuando mejores en esto, intenta adivinar la profesión de la gente a partir de los signos que recopiles, o algo acerca de su personalidad a partir de su lenguaje corporal. Éste será sin duda un juego agradable.
A medida que progreses, serás capaz de dividir más fácilmente tu atención: escucharás a la gente y tomarás detallada nota de sus señales no verbales, en algunas de las cuales quizá no habías reparado antes, lo que enriquecerá tu vocabulario. Recuerda que todo lo que hacemos es un signo: no existe un gesto que no comunique un significado. Prestarás atención a los silencios, la ropa que visten los demás, la disposición de los objetos en su escritorio, sus patrones de respiración, la tensión de ciertos músculos (en particular, los del cuello), el subtexto de su conversación: lo que no dicen o dan a entender. Todos estos hallazgos te emocionarán y te impulsarán a llegar más lejos.
En la práctica de esta habilidad, no pierdas de vista los errores más comunes que podrías cometer. Las palabras expresan información directa; podemos debatir qué quiso decir una persona cuando manifestó algo, pero estas posibles interpretaciones serán muy limitadas. Las señales no verbales son ambiguas e indirectas. No existe un diccionario que te indique el significado de esto o aquello; depende del individuo y el contexto. Si no tienes cuidado, interpretarás los signos que recojas de acuerdo con tus sesgos emocionales hacia la gente, lo que volverá tus observaciones no sólo inútiles, sino también peligrosas. Si te fijas en alguien que te desagrada o que te recuerda a alguien molesto en tu pasado, verás casi todas sus señales como poco amistosas u hostiles. Harás lo contrario con quienes te agradan. Deja fuera de estos ejercicios tus preferencias personales y tus prejuicios acerca de los demás.
En relación con lo anterior está lo que se conoce como el error de Otelo. En Otelo, de Shakespeare, el protagonista del mismo nombre supone que su esposa, Desdémona, es culpable de adulterio, con base en su nerviosa respuesta cuando la cuestiona sobre cierta evidencia. Desdémona es inocente, pero la agresividad y paranoia de Otelo, así como sus intimidatorias interrogantes, la ponen nerviosa, lo cual él interpreta como culpa. Lo que sucede en estos casos es que, luego de captar ciertas señales emocionales de otra persona —nerviosismo, por ejemplo—, damos por supuesto que proceden de cierta fuente. Nos arrojamos a la primera explicación que se ajusta a lo que queremos ver, cuando ese nerviosismo podría tener varias causas y ser una reacción temporal a un interrogatorio o a las circunstancias. El error no está en la observación, sino en la decodificación.
En 1894, el oficial francés Alfred Dreyfus fue arrestado por el presunto cargo de haber transmitido secretos a los alemanes. Dreyfus era judío, y muchos franceses de la época tenían sentimientos antisemitas. Cuando apareció por primera vez en público para ser interrogado, contestó con el tono eficiente y tranquilo propio de un burócrata como él, y también resultado de su intento por contener su nerviosismo. La mayor parte de la audiencia asumió que un inocente protestaría con vehemencia, de modo que la actitud de Dreyfus fue vista como una declaración de culpa.
Ten en mente que personas de culturas diferentes considerarán aceptables distintas formas de conducta. Esto se conoce como reglas de trato. En algunas culturas se condiciona a la gente a sonreír menos, a tocar más o a que su lenguaje implique mayor énfasis en su tono de voz. Toma siempre en cuenta el contexto cultural de la gente, e interpreta sus señales en consecuencia.
Como parte de tu práctica, obsérvate a ti mismo también. Nota con qué frecuencia y en qué condiciones tiendes a mostrar una sonrisa falsa, o la manera en que tu cuerpo registra el nerviosismo: en tu voz, agitando los dedos, mesándote el cabello, con un temblor de labios, etcétera. Tomar conciencia de tu comportamiento no verbal te volverá más sensible y alerta a las señales ajenas. Serás más capaz de imaginar con precisión las emociones que se asocian con cierto signo. Y conseguirás un mayor control de tu conducta no verbal, algo que te será muy valioso para que ejecutes el rol social correcto (véase la última sección de este capítulo).
Por último, al desarrollar estas habilidades de observación, notarás un cambio físico en ti y en tu relación con los demás. Serás más sensible a sus cambios de ánimo e incluso los preverás a medida que sientas lo que ellos sienten. Si las llevas lejos, estas facultades te harán parecer casi un psíquico, como le ocurría a Milton Erickson.
Claves para la decodificación
Recuerda que la gente trata de presentar siempre la mejor fachada posible. Esto significa que esconde sus sentimientos antagónicos, deseos de poder o superioridad, intentos de congraciarse contigo e inseguridades. Se servirá de las palabras para ocultar sus sentimientos y no dejarte ver la realidad, aprovechando tu fijación verbal. Usará asimismo ciertas expresiones faciales fáciles de adoptar y que suele creerse que significan amabilidad. Tu tarea es ver más allá de esas distracciones y detectar los signos que se escapan automáticamente y que revelan la emoción genuina detrás de la máscara. Las tres categorías más importantes de las señales por observar e identificar son agrado/desagrado, dominación/sumisión y engaño.
Claves de agrado/desagrado: imagina el escenario siguiente: alguien en un grupo no te soporta, sea por envidia o desconfianza, pero no puede expresarlo abiertamente en el entorno grupal, porque no es propio de un buen miembro del equipo. Así, te sonríe, conversa contigo y hasta parece apoyar tus ideas. Quizás a veces sientas que algo no marcha bien, pero esos signos son sutiles y los olvidas mientras prestas atención a la fachada de esa persona. De pronto, de forma imprevista, ella te obstruye o muestra una actitud negativa ante ti. La máscara ha caído. El precio que pagas no sólo implica enfrentar las dificultades en tu trabajo o vida personal, sino también un costo emocional, que podría tener un efecto duradero.
Entiende: los actos de hostilidad o resistencia de los demás no salen nunca de la nada, siempre son signos de que emprenderán alguna acción. Reprimir esas fuertes emociones implicaría un gran esfuerzo. El problema no es sólo que no prestamos atención, sino también que tenemos un rechazo inherente a pensar en un conflicto o desacuerdo. Preferimos no hacerlo y suponer que la gente está de nuestro lado o al menos es neutral. Muy a menudo, sentimos que algo no marcha bien con alguien pero ignoramos esa idea. Tenemos que aprender a confiar en nuestras reacciones intuitivas y buscar signos que nos induzcan a examinar más a fondo las evidencias.
La gente da claros indicios de hostilidad o desagrado en su lenguaje corporal. Entre ellos están un parpadeo súbito cuando dices algo, una mirada fulminante, labios tan torcidos que apenas se ven, un cuello rígido, torso o pies que se alejan de ti en el curso de la conversación, brazos cruzados en tanto tratas de explicar algo y tensión general en el cuerpo. El problema es que no verás usualmente tales signos a menos que el desagrado del otro sea demasiado fuerte para ocultarlo. Así, debes aprender a buscar microexpresiones y otros signos sutiles en las personas.
La microexpresión es un hallazgo psicológico reciente, documentado con filmaciones, que dura menos de un segundo.