Las leyes de la naturaleza humana. Robert Greene

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Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene Biblioteca Robert Greene

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subsecuentes, ella llevó a su amante, que también estaba casado. Erickson le pidió ver a su esposa, quien se sentó en la misma forma tensa que la paciente original, con el pie detrás del tobillo.

      —Así que usted sostiene una aventura amorosa —le dijo.

      —¿Mi esposo se lo reveló?

      —No, lo supe por su lenguaje corporal. Ahora sé por qué su esposo sufre dolores de cabeza crónicos.

      Pronto trataba a todos, y les ayudó a abandonar sus posturas tensas y dolorosas.

      Al paso de los años, las facultades de observación de Erickson se extendieron a elementos de la comunicación no verbal casi imperceptibles. Podía determinar el estado de ánimo de las personas mediante sus patrones de respiración, y al reflejar esos patrones llevaba al paciente a un trance hipnótico y creaba una sensación de gran afinidad. Captaba el habla subliminal y subvocal cuando la gente balbuceaba una palabra de un modo apenas detectable; así era como los adivinos, psíquicos y magos se ganaban la vida. Sabía que su secretaria estaba menstruando por la fuerza con que tecleaba. Adivinaba la profesión de una persona por la condición de sus manos, la pesadez de su andar, la manera en que inclinaba la cabeza y sus inflexiones de voz. A pacientes y amigos les daba la impresión de que Erickson poseía poderes psíquicos, porque no sabían cuánto tiempo y esfuerzo había invertido en estudiar todo aquello hasta dominar ese segundo lenguaje.

      Interpretación

      Su súbita parálisis le abrió a Milton Erickson los ojos no sólo a una forma diferente de comunicación, sino también a un modo totalmente distinto de relacionarse con los demás. Cuando escuchaba a sus hermanas y recogía información adicional de sus rostros y voces, registraba esto no sólo con sus sentidos, también sentía algo de lo que estaba sucediendo en la mente de ellas. Tenía que imaginar por qué decían sí cuando en realidad querían decir no, y esto lo llevaba a sentir por un momento algunos de sus deseos encontrados. Debía ver la tensión en su cuello y registrarla físicamente como una tensión en él para comprender por qué se sentían incómodas en su presencia. Descubrió de esta manera que la comunicación no verbal no puede experimentarse a través del pensamiento y la traducción de los pensamientos a palabras, sino que debe sentirse físicamente cuando uno se involucra con las expresiones faciales o las posiciones cerradas de los demás. Es una forma de conocimiento distinta, enlazada con la parte animal de nuestra naturaleza y que implica a las neuronas espejo.

      Para dominar este lenguaje, Erickson tenía que relajarse y refrenar su necesidad de clasificar lo que veía o interpretarlo con palabras. Debía acallar su ego: pensar menos en lo que él quería decir y dirigir su atención afuera, al otro, para ponerse en sintonía con sus variables estados de ánimo, indicados por su lenguaje corporal. Como él mismo lo descubriría después, esa atención lo cambió. Lo volvió más alerta a las señales que la gente emite sin cesar y lo transformó en un actor social superior, capaz de vincularse con la vida interior ajena y de desarrollar más afinidad con los demás.

      A medida que progresaba en su transformación, notó que la mayoría sigue la dirección opuesta: cada vez está más ensimismada y es poco observadora. Le agradaba acumular anécdotas laborales que lo demostraban. Por ejemplo, una vez pidió a un grupo de pasantes en el hospital donde trabajaba que observaran a una anciana hasta que descubrieran cuál era la enfermedad que la tenía postrada en cama. La miraron en vano durante tres horas; ninguno reparó en el hecho de que le habían amputado las dos piernas. Igualmente, muchas de las personas que asistían a sus conferencias se preguntaban por qué jamás usaba el extraño apuntador que llevaba en la mano como parte de su presentación; no observaban su notable cojera y su necesidad de un bastón. En opinión de Erickson, la hostilidad de la vida hace que la mayoría de la gente se vuelque en su interior; así, no le queda espacio mental para observar y el segundo lenguaje pasa inadvertido.

      Comprende: somos el animal social más eminente del planeta y nuestro éxito y supervivencia dependen de nuestra capacidad para comunicarnos con los demás. Se calcula que más de sesenta y cinco por ciento de la comunicación humana es no verbal, pero la gente capta e interioriza apenas cinco por ciento de esa información. En cambio, casi toda nuestra atención social está concentrada en lo que la gente dice, lo cual suele servir para esconder lo que en realidad se piensa y siente. Las señales no verbales nos dicen lo que la gente trata de enfatizar con sus palabras y el subtexto de su mensaje, los matices de la comunicación. Revelan lo que oculta, sus deseos verdaderos. Reflejan de inmediato su estado de ánimo y emociones. Pasar por alto esta información es operar a ciegas, invitar el malentendido y perder incontables oportunidades de influir en los demás por no notar los signos de lo que en verdad desean o necesitan.

      Tu tarea es sencilla: primero debes reconocer tu ensimismamiento y lo poco observador que eres; esta admisión te motivará a desarrollar las habilidades de la observación. Segundo, debes comprender, como Erickson, la naturaleza distinta de esta forma de comunicación; esto requiere que abras tus sentidos y te relaciones más con los demás en el nivel físico, que absorbas su energía física y no sólo sus palabras. No te limites a observar su expresión facial, regístrala por dentro, para que la impresión permanezca en ti y se comunique. Conforme enriquezcas tu vocabulario de este lenguaje, serás más capaz de correlacionar un gesto con una emoción. Conforme tu sensibilidad aumente, notarás cada vez más lo que antes pasabas por alto. Descubrirás además una nueva y más profunda manera de relacionarte con la gente, gracias a tus reforzadas facultades sociales.

      Serás siempre presa o juguete de los demonios y los necios de este mundo si esperas verlos aproximarse con cuernos o tintineando sus campanas. Ten en mente que, en su trato con los demás, las personas son como la luna: sólo muestran una de sus caras. Cada hombre posee un talento innato para […] elaborar una máscara con su fisonomía, a fin de lucir siempre como si fuera lo que pretende ser, […] y el efecto es sumamente engañoso. Se pone la máscara cada vez que su propósito es vanagloriarse de la buena opinión de otro; tú debes prestar a ella tanta atención como si estuviera hecha de cartón o de cera.

      —ARTHUR SCHOPENHAUER

      CLAVES DE LA NATURALEZA HUMANA

      Los seres humanos somos actores consumados. Aprendemos desde temprana edad cómo obtener de nuestros padres lo que deseamos adoptando ciertas miradas que susciten afecto o compasión. Aprendemos a ocultar de nuestros padres o hermanos lo que pensamos o sentimos, para protegernos en momentos vulnerables. Nos volvemos buenos para halagar a aquellos a quienes es importante que conquistemos, sean amigos populares o maestros. Aprendemos a encajar en un grupo a través de vestir como sus miembros y hablar su mismo idioma. Cuando crecemos y pugnamos por forjar una carrera, aprendemos a crear la fachada apropiada para que nos contraten y a encajar en la cultura del grupo. Si nos volvemos ejecutivos, profesores o cantineros, debemos desempeñar nuestro papel.

      Imagina a alguien que no desarrolla esas habilidades actorales, que hace muecas instantáneas cuando le desagrada lo que dices o no puede reprimir un bostezo cuando no lo entretienes, que siempre dice lo que piensa, que va por su lado en su estilo e ideas, que actúa igual con su jefe que con un niño: has imaginado a una persona que sería rechazada, ridiculizada y despreciada.

      Somos tan buenos actores que ni siquiera estamos conscientes de que es así. Creemos ser sinceros casi siempre en nuestros encuentros sociales, lo cual para muchos actores es el secreto detrás de una actuación creíble. Damos por hecho tales habilidades, pero para verlas en acción intenta examinarte cuando interactúas con diferentes miembros de tu familia y con tu jefe y colegas en el trabajo. Descubrirás que alteras sutilmente lo que dices, tu tono de voz, tus gestos y todo tu lenguaje corporal para adecuarte a cada individuo y situación. Con las personas a las que deseas impresionar empleas un rostro muy distinto que con aquellas a las que ya conoces y puedes bajar la guardia. Haces esto casi sin pensar.

      A lo largo de los siglos,

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