Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
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”Fuera del Romanticismo, y por ello entiendo la cultura occidental fecundada por el cristianismo [...]”.
Jerónimo Suñol[39], (Fig. 13) en 1882, resume sus conclusiones sobre el estado actual de la escultura con la sentencia:
Fig. 13. Diferentes posturas se revelaron a lo largo del ochocientos sobre la tradición escultórica española. Una de los críticos más destacados fue Jerónimo Suñol, quien en 1882 afirma que en España escultóricamente solo se habían realizado “santos para los altares”.
“Santos para los altares’, he aquí en frase sobre todo lo que ha producido en España la escultura”[40].
Y reclama al gobierno protección y apoyo para el desarrollo y prosperidad de la escultura en España.
Casi terminando el siglo, Juan Samsó[41], (Fig. 14) en su discurso de ingreso en la academia dictamina que el arte es capaz de traducir el dogma religioso en forma plástica, pugnando por poner lo suprasensible al alcance de los sentidos[42] y que la escultura, sobre todo, necesitaba de Cristo[43]. Se queja de que:
Fig. 14. Juan Sansó. Nuestra Señora de Covadonga. Basílica. Fotografía: José Luis Montamarta.
“La escultura cristiana no tiene que personificar los fenómenos de la naturaleza plástica. Su ideal es la belleza moral y divina […] Viste sus imágenes y sus estatuas, y al velar el cuerpo de ellas, obedece, no solo a un precepto de castidad, sino además a una razón estética, porque concentra la atención sobre el semblante, e impide que se distraiga en la contemplación de la belleza desnuda del resto de la figura”.
Y se lamenta de que en su época apenas se realice escultura religiosa:
“La escultura cristiana no puede ser labrada mas que por el cincel de un creyente”.
Entiende que el artista busque en la naturaleza la similitud de las formas, y en los maestros de otras épocas, modelos para expresarse, pero el ideal verdadero debe beber de la fuente eterna:
“Creyendo en Cristo, viviendo en Él, amando en Él”.
Más adelante, se queja de las malas obras muy devocionales pero artísticamente deleznables que se acumulan en iglesias y ermitas.
“No es como mercadería como ha de tratarse la escultura religiosa, no es oficio o industria, es misión elevadísima, casi un sacerdocio”.
En su respuesta, Salvador Amós hace referencia al auge que estaba experimentando la escultura en esos años y anota que en las nacionales se premian con primera y segundas medallas las esculturas religiosas que se trabajaban en mármol y policromía indistintamente.
Por último, recogemos las palabras de Mariano Benlliure[44] (Fig. 15) de 1901, que promueve el renacer de la talla:
Fig. 15. Escultores como Mariano Benlliure promovieron un necesario renacer de la escultura religiosa, amén de una sustitución de obras de baja calidad.
“No seria escasa ni poco estimada gloria la que conquistarían los escultores que con su discreción volviéranse a llevar a los altares imágenes dignas de culto y verberación, sustituyendo algunas, y no en corto numero, que, lejos de representar lo mas sagrado, lejos de inspirar recogimiento y respeto, nos distraen y nos provocan risas. No es posible inspirar ideas grandes por medios pequeños y raquíticos”.
Y es que durante todo el siglo se insiste en que la eficacia de la escultura religiosa pasa por la fe, por traducir la oración en imágenes. Después de todo, es lo que siempre se había exigido.
Si nos volvemos a los orígenes, es oportuno recordar las opiniones de Francisco Pacheco al respecto. Como teórico del momento, recogió en su tratado la doctrina que la Iglesia había desarrollado desde Trento para el modelo representativo de los valores espirituales y cristianos. Plegándose a estas directrices, defendía que, por encima de los valores puramente estéticos de la obra, estaban los religiosos, expresados debidamente mediante la ajustada interpretación iconográfica del tema a tratar:
“Pero considerando el fin del pintor como de artífice cristiano (que es con quien hablamos), puede tener dos objetos o fines: el uno principalmente y el otro secundario o consecuente. Este, menos importante, será exercitar su arte por la ganancia y opinión y por otros respetos (que ya dixe arriba) pero regulados con las debidas circunstancias de la persona, lugar, tiempo y modo; de tal manera, que por ninguna parte se le pueda argüir que exercita reprehensiblemente esta facultad, ni obra contra el supremo fin. El más principal será, por medio del estudio y fatiga desta profesión, y estando en gracia, alcanzar la bienaventuranza; porque el cristiano, criado para cosas santas, no se contenta en sus operaciones con mirar tan baxamente, atendiendo sólo al premio de los hombres y comodidad temporal, antes, levantando los ojos al cielo, se propone otro fin mucho mayor y más excelente, librado en cosas eternas”[45].
Estamos, con el cripticísmo propio del Barroco, en un entendimiento de lo que debe ser la representación del asunto religioso similar al que siglos después determinara Romano Guardini, como ya hemos hecho referencia.
Como decíamos al principio, es un tópico insistir en la des-religiosidad del XIX. España, aún en la Ilustración fue un pueblo con fe, una de las marcas de diferencia con el resto de países europeos que adoptaron la nueva filosofía. Nunca el pueblo mandó tanto para mantener sus tradiciones y creencias y la escultura religiosa siguió necesitándose como en siglos anteriores. Pero fíjense que digo que se necesitaba; otra cosa fue que mantuviera el ritmo de encargos y producciones.
De hecho, la escultura sufrió un importante descenso en cuanto a encargos, tanto particulares como oficiales y ello se aprecia en el número de artistas dedicados a este arte y su participación en los eventos oficiales, tanto nacionales como internacionales. Un buen barómetro para pulsar estas circunstancias será la participación de los escultores en las exposiciones nacionales e internacionales. En cuanto a las primeras, nos encontramos que de 1856 a 1900 obtuvieron recompensas 109 escultores, frente a 621 pintores, donde ya se nos está marcando la diferencia de ejercicio ente una y otra arte. Después, que no hay primeras medallas hasta la de 1864, pero con temática no religiosa. La primera obra premiada con un tema religioso fue en 1856, otorgada a E. Martín Riesco, que consiguió una 3º medalla. La 1ª medalla llegó en 1871 a Aleu, con un san Jorge (Fig. 16). En 1876, consiguió una 2ª medalla con Vallmitjana con Cristo Muerto (Fig. 17), del que la crítica dijo:
Fig. 16. Andreu Aleu. San Jorge. 1860. Palacio de la Generalidad de Cataluña. Barcelona.
Fig. 17. Agapito Vallmitjana. Cristo Muerto. 1872. Museo Nacional del Prado.
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