Hielo y ardor - Una novia por otra. Kate Walker
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–¿Es mío? –le había preguntado, arqueando una ceja.
–Sí, es suyo –había contestado ella entre dientes.
Así que se había puesto a trabajar en el salón. Y ella se había subido a su habitación porque no quería que la viese disgustada.
No obstante, no le importaba que Frank se enterase de cómo se sentía.
–Muy bajo –añadió en ese momento.
A juzgar por la expresión de Frank, le hubiese dado con la puerta en las narices si hubiese podido, pero no podía.
–Esto… Hola, Neely. Buenos días –dijo desde detrás de la puerta.
–¿Buenos, Frank? No para mí –y entró con paso decidido en el salón de Cath.
–Espera un minuto… Neely, ya sabes que no lo habría hecho si te hubiesen concedido el préstamo.
Neely lo sabía, pero eso no la tranquilizaba. Apretó los dientes.
Frank se encogió de hombros.
–Sé que estás enfadada. Lo siento. No pude hacer nada, ocurrió…
–¡Al menos podías habérmelo dicho!
–¿Que la había comprado Savas?
–No, que no me iban a dar el préstamo. No debería haberme enterado por Sebastian Savas. Tu querido amigo Greg debería habérmelo dicho.
Frank juró entre dientes. Luego, se pasó los dedos por el pelo.
–Lo intentó. De verdad. A mí me llamó tarde. Me dijo que no había podido localizarte en tu teléfono móvil y que no había querido dejarte un mensaje. Por eso me llamó a mí. Pensó que tal vez estuvieses todavía en tu despacho, pero no estabas.
No, no estaba. Porque se había ido a navegar con Max.
Max la había llamado la noche anterior y le había dicho que estaba pensando en comprarse un yate, y que quería salir a navegar con él el viernes. Le había preguntado si quería acompañarlo.
Así que habían quedado a las nueve y se habían dedicado a navegar mientras a ella le denegaban el préstamo.
–Está bien –le dijo a Frank–. Ha sido culpa mía.
Frank le dio una palmadita en el hombro.
–Lo siento –repitió–. De verdad. Y… no sabía cómo decirte lo de Savas. Siéntate.
Pero Neely se quedó de pie.
–Como quieras –dijo él, encogiéndose de hombros. Tomó aire, se pasó los dedos por el pelo y se volvió hacia ella–. Savas fue… como un regalo del cielo.
–¿Sebastian Savas? Imposible.
–Ya sabes a lo que me refiero. Estaba desesperado, contándole a Danny lo que había ocurrido, cuando llegó Savas, que, para variar, se había quedado a trabajar hasta tarde, y Danny, bromeando, le preguntó si quería comprar una casa flotante. Y… –Frank se encogió de hombros, todavía parecía no creérselo–. Me la compró.
Neely tampoco podía creerlo.
–¿Qué ha pasado? –quiso saber Frank.
–¿Antes o después de que Harm lo tirase al lago?
–¿Bromeas?
–Jamás podría inventarme algo así –el recuerdo de lo ocurrido todavía la hacía sonreír–. Se lo tomó con mucho aplomo. Nadó hasta la casa, subió, y se quedó en la terraza, empapado, actuando como si fuese algo que le ocurría a diario.
Frank sacudió la cabeza.
–¿Y…?
–Luego subió, se dio una ducha, se cambió de ropa, pidió una pizza, enchufó el ordenador y se puso a trabajar. Yo me fui a la cama y lo dejé allí.
–Así que se ha mudado –comentó Frank con incredulidad–. ¿Sin avisarte antes? ¿Y qué vas a hacer tú?
–¿Yo?
–Bueno… no puedes…
–Tengo un contrato de alquiler –le recordó Neely.
–¡Pero no vas a vivir con Sebastian Savas! –exclamó Frank, como si estuviese loca.
–Bueno, ¿y qué pensabas que iba a ocurrir? –le preguntó ella, exasperada.
–Pensé… No sé lo que pensé. ¿Que era una inversión?
–Si hubiese sido una inversión, lo habría reflexionado. Tomó la decisión demasiado pronto.
–Supongo que sí, pero ¿por qué?
–Tal vez quiera poner celoso a Max.
Frank se quedó boquiabierto.
–Es broma –se apresuró a decirle Neely–, pero lo que sí es cierto es que Savas piensa que me estoy acostando con el jefe. Y es evidente que no le parece bien.
–Oh, Dios –rió Frank–. ¿No le has contado lo de Max?
–Por supuesto que no. Que piense lo que quiera. De todos modos, me odia. Así que ya tiene un motivo más.
–¿Te odia? –preguntó él, sorprendido–. ¿El Hombre de Hielo?
–Piensa que sólo diseño tonterías –le explicó Neely, aunque tal vez aquello no fuese odiarla.
–Es sólo que él tiene una visión distinta.
–Sí, una visión puntiaguda y vertical –comentó con sarcasmo.
–Sé amable con él. Vas a tener que serlo, ahora que estáis viviendo juntos.
Neely dejó de sonreír.
–Gracias a ti.
–Ya te he dicho que lo siento. Además, pensé que iba a buscarte otro lugar adonde ir.
–¿Lo hablaste con él? ¿Sabía que yo vivía allí?
–Le dije que tenía un inquilino.
–Pero no le dijiste quién era.
–Si se lo hubiese dicho, no me habría comprado la casa. Entonces, ¿no te ha ofrecido otro lugar?
–Sí, un estudio.
–Bueno…
–¿Me