Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández
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Al asumir esta ruta, adoptamos también la idea foucaultiana de gobierno. Esta idea es definida por Foucault (1982, 1999, 2009) como el conjunto de acciones que se realiza para influir sobre las acciones de los otros (gobierno de los otros) y sobre la relación que el sujeto establece consigo mismo (gobierno de sí). Si consideramos que en el gobierno lo que se pone en juego es la pretensión de influir sobre las acciones presentes o futuras de los otros, se puede sostener que su condición de posibilidad es que los sujetos sean libres, es decir, que “ese ‘otro’ (sobre quien se ejerce una acción de poder) debe ser enteramente reconocido y mantenido hasta el fin como una persona que actúa” (Foucault, 1982, p. 253).
Por esta condición de libertad, en toda relación de gobierno los participantes han de poder “abrirse un campo entero de respuestas, reacciones, resultados e invenciones posibles” (p. 253). Justamente, en este punto se entiende que la resistencia se halla en la base, y como condición, de las relaciones de poder (Foucault, 1999). Entonces, la movilidad y reversibilidad de las relaciones de poder es lo que permite que la resistencia cobre vida en todas las relaciones humanas, pues siempre existe la posibilidad de que el sujeto se oponga activamente a ser dirigido de una cierta forma por otro y delinee su posición respecto de aquel otro que quiere conducirlo. Lo que se pone en juego aquí, como lo dice Ángel Gabilondo en la introducción a Estética, ética y hermenéutica (Foucault, 1999), es la posibilidad, que ofrece la resistencia, de crear formas de vida que, por haberse gestado en esa misma resistencia, se constituyen en formas-de-vida-otras respecto de una cierta forma de gobierno.
He aquí la ruta del presente texto. La primera labor es llevar a cabo un diagnóstico de nuestro presente. Esto lo hacemos en la primera parte, en cuyo capítulo uno nos preguntamos cuáles son las estrategias usadas por el neoliberalismo para configurar la subjetividad dominante en nuestra época, a saber, el empresario de sí. En el capítulo dos abordamos otro aspecto clave en este diagnóstico: la manera como esta racionalidad de gobierno precariza la vida de los ciudadanos de manera estratégica para producir unas formas de ser. Después de aproximarnos a una idea de lo político y de preguntarnos por el destino de la política dentro del neoliberalismo (capítulo tres), concluimos la primera parte con la afirmación de que este despolitiza la vida individual y social.
En la segunda parte proponemos una manera de entender lo político. Aquí problematizamos algunos planteamientos de Hannah Arendt, Judith Butler, Guillaume Le Blanc e Isabell Lorey y, al mismo tiempo, nos apoyamos en ellos para exponer nuestra manera de entender cómo podría fundamentarse una práctica repolitizadora en la actualidad. Para terminar, en la tercera parte de nuestra investigación nos adentramos en el espinoso tema de la resistencia al neoliberalismo. Aquí es donde elaboramos los conceptos que proponemos como condiciones de posibilidad para la repolitización de la vida en el momento presente: resistencias itinerantes y ética del destino compartido. Ante las voces que se levantan indicando que frente al neoliberalismo no hay posibilidad de resistirse, o ante aquellas que abordan el problema de la resistencia de manera bizarra y poco situada, sostenemos que el neoliberalismo está hecho de una heterogeneidad que se convierte en la base de sus posibilidades de mantenerse y fortalecerse, pero que justo esa heterogeneidad es el asiento de las fisuras que permiten el acontecimiento de la resistencia.
Primera parte
El diagnóstico de nuestro presente
1. La fabricación del empresario de sí
Neoliberalismo como racionalidad
Las referencias al neoliberalismo como problema para una analítica de nuestro presente dejan ver una serie de malentendidos, muchas veces asumidos por quienes pretenden realizar un diagnóstico de lo que somos. El primero se refiere a la idea según la cual el neoliberalismo es una ideología. El segundo es aquel que considera el neoliberalismo un modelo económico, manteniendo el problema del trabajo, la producción y el intercambio como centro de las explicaciones de la forma de funcionamiento del mundo y los individuos. Este malentendido trae varios efectos en lo que respecta al análisis crítico del presente: reduce el neoliberalismo al engranaje del sistema financiero y, en consecuencia, al problema del endeudamiento del ciudadano, de las tasas de interés, de las nuevas formas de inversión, de la cotización en la bolsa, etc. Pero también reduce el neoliberalismo al problema de las nuevas formas de trabajo y empleabilidad, con lo cual terminan confundiéndose neoliberalismo y posfordismo. Además, reduce el neoliberalismo al problema del consumo, la demanda y la oferta de productos; en otras palabras, asimila neoliberalismo y mercado.
En el tercer malentendido se cae cuando se interpreta el neoliberalismo como una suerte de nuevo liberalismo, un liberalismo evolucionado y, por lo tanto, productor de unas formas de sociabilidad y subjetividad mejoradas. En este caso, se establece una continuidad espuria entre una racionalidad y otra, y se olvida que el neoliberalismo aparece justo como una forma de cristalización de las críticas denodadas al liberalismo decimonónico que fueron realizadas desde principios del siglo xx (Laval y Dardot, 2013). Por ejemplo, el emprendedor es considerado la mejor versión evolutiva del individuo humano, lo cual deja a este tipo de sujeto en la posición de ideal para cualquier individuo. O sea, ser emprendedor sería lo natural y deseable en términos evolutivos. O, de otra manera, según lo problematiza Byung-Chul Han (2014), el encumbramiento del capital en cuanto ideal regulatorio de la vida aparece como normal y apreciable. La vida misma termina siendo economizada sin resistencia alguna, como lo señala Wendy Brown (2017). Así, es natural ser emprendedor y economizar la vida, pues en el propio liberalismo, según este malentendido, ya se hallarían los orígenes del emprendimiento que el neoliberalismo realiza por completo.
Más que una ideología, un modelo económico o un liberalismo mejorado, el neoliberalismo es, en realidad, un conjunto de prácticas, acciones, dispositivos, engranajes que derivan en la creación de una serie de instituciones, formas de organización de los Estados y modos de ser y actuar de los individuos. Este conjunto de prácticas construye una variedad de discursos y se apoya en ellos. En gran medida, estos discursos adquieren el rostro de verdades científicas y saberes legitimados por esas instituciones. Pero, además, esas prácticas llevan a que los individuos asuman unas conductas dirigidas hacia sí mismos, hacia los demás y, en general, hacia el mundo, fabricando formas de ser para ciudadanos posibles. En otras palabras, el neoliberalismo se ha afianzado como una racionalidad que busca gobernar la vida económica, social e individual y, en ese proceso, elabora formas de subjetividad específicas (Laval y Dardot, 2013).
El hecho de que sea una racionalidad quiere decir que se refiere a un conjunto de prácticas y a la manera como ellas funcionan para lograr unos fines determinados (Castro-Gómez, 2010). En términos de la gubernamentalidad, esos fines aluden a la realización de una cierta forma de ser en los individuos. O sea, todo régimen de prácticas se encamina a realizar una cierta forma de subjetividad. Para este fin, hace uso de unos medios estratégicamente ideados (tecnologías, en palabras de Foucault) dentro de los cuales los discursos, en cuanto sistemas veridiccionales, se erigen como fundamentales. Según Foucault (1996), esto no quiere decir que los fines coinciden siempre con los efectos. Que un conjunto de prácticas tenga una racionalidad quiere decir que el cúmulo de medios utilizados para el logro de un fin puede conducir a unos efectos no buscados, pero tales efectos pueden ser usados para otros fines también útiles en el marco de las pretensiones de gobierno. Por esto, las prácticas son configuraciones estratégicas en la medida en que permiten que los usos no previstos sean útiles para el logro de objetivos de gobierno (Foucault, 1982).
Wendy Brown (2017) se ha referido al neoliberalismo