Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández
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De manera acertada, Brown traza unas líneas no continuas de este homo œconomicus, sosteniendo que esta figura no es atemporal, sino que, por el contrario, ha mantenido a través de los siglos una forma y un comportamiento inconstantes. Además, hace una lectura del neosujeto que va más allá del ser-empresario —asimilador encomiable de la forma-empresa en todos los aspectos de su vida, como lo diagnosticó Foucault—, para definirlo como autoinversor que busca mejorar su capital humano financiarizado. Es entendible que la financiarización contemporánea de la subjetividad económica no haya sido prevista claramente por Michel Foucault en el curso del año de 1979. Esto sí lo hace Brown (2017) en el diagnóstico que se atreve a realizar de nuestro presente.
Hace doscientos años, la figura que Adam Smith trazó, como bien se sabe, era la de un comerciante que busca de modo incansable sus propios intereses a través del intercambio. Hace cien años, Jeremy Bentham volvió a concebir el principio del homo œconomicus como la evasión del dolor y la búsqueda del placer o como cálculos infinitos de costo y beneficio. Hace treinta años, en el alba de la era neoliberal, el homo œconomicus aún se orientaba por el interés y la búsqueda de utilidades, pero ahora se había empresarializado en cada intersticio y se formulaba como capital humano. Según escribe Foucault, el sujeto ahora estaba sometido a la difusión y la multiplicación de la forma empresarial desde el interior del cuerpo social. Actualmente, el homo œconomicus mantiene algunos aspectos empresariales, pero ha cambiado significativamente su forma hacia la del capital humano financiarizado: su proyecto es autoinvertir de modos que mejoren su valor o atraigan inversionistas mediante una atención constante a su calificación de crédito real o figurativa y hacerlo en todas las esferas de su existencia (p. 40).
Para esta autora, la economización de la vida de los sujetos tiene al menos tres peculiaridades. Primero, “somos homo œconomicus —y solo homo œconomicus— en todas partes” (p. 22). Como ya lo dijimos, esta operación supuso eliminar la separación de las esferas económica, política y social. En palabras de Brown, “Adam Smith, Nassau Senior, Jean Baptiste Say, David Ricardo y James Steuart pusieron mucha atención en el vínculo entre la vida económica y la política sin reducir la segunda a la primera” (p. 40). Estos economistas no pensaron que fuera posible que la economía definiera los demás campos de la existencia de acuerdo con sus propios parámetros. Más aún, algunos de ellos advirtieron del peligro que significaría el exceso de influencia de la economía en la vida política y social.
La segunda peculiaridad se refiere a que el homo œconomicus neoliberal adopta el capital humano como su figura más propia, con el propósito de afianzar su posicionamiento competitivo. A esto ya se había referido Foucault (2007) y, desde hace poco, Laval y Dardot (2013, 2017), cuando plantearon que la norma que impone el neoliberalismo es la competencia, la cual se articula plenamente en el imperativo de trabajar sin fin, con el propósito de incrementar a cada momento el capital humano. Para Brown, y esto tiene que ver con la tercera peculiaridad del homo œconomicus neoliberal, el capital humano en el presente adopta menos el modelo productivo o empresarial y más el financiero o de inversión.
El esfuerzo que hace Brown por actualizar la perspectiva del capital humano en medio de lo que algunos llaman la era del capitalismo financiero, a nuestra manera de ver, se queda corto, pues la economización de la vida que nos enfrenta a una nueva forma de subjetividad económica ya no solo adopta el modelo productivo, empresarial, financiero o de inversión, sino que, más bien, estamos ante una ebullición del capital humano en todas las esferas de la vida. La vida emocional (el capital emocional), la relación con los otros (capital relacional), la acumulación de conocimiento por parte de los individuos (capital cognoscitivo), la capacidad de aprender (capital cognitivo), las habilidades desarrolladas para interactuar con los otros (capital comunicacional, capital afectivo), entre muchas otras competencias que se le exigen al individuo del presente, constituyen los nuevos rostros del capital humano. Estamos de acuerdo con Brown en el sentido de que es la idea de inversión la que se encuentra en el corazón mismo del capital humano en la actualidad. Así, esa efervescencia de formas de capital humano que se actualizan y amplían sin parar tiene el fuerte matiz de autoinversión. Es decir, cada una de las acciones de los sujetos, cada forma de relacionarse, pensar, capacitarse, sentir, fantasear y comunicarse es interpretada como una forma de acumulación de capacidades, competencias y habilidades, que ponen al individuo en una mejor posición en la grilla de partida para el logro del éxito y del bienestar total.
Ya sea a través de los “seguidores”, likes y retweets de los medios sociales, ya sea a través de clasificaciones y calificaciones de cada actividad y esfera, ya sea de modo más directo a través de prácticas monetizadas, la búsqueda de educación, entrenamiento, ocio, reproducción, consumo y demás elementos se configura cada vez más como decisiones y prácticas estratégicas relacionadas con mejorar el valor futuro de uno mismo (Brown, 2017, p. 41).
El triunfo de la economía sobre la política, lo social y la ética ha conducido a la eliminación de la figura del ciudadano de derechos y ha fundado la imagen del ciudadano-inversor con derechos protegidos por el Estado. Del sujeto de derechos queda poco, pues los dividendos de los oligopolios, los grupos accionarios, las multinacionales y las entidades financieras son lo que delimita hoy el marco legal de las naciones (Laval y Dardot, 2017).
El uso del discurso del riesgo para la fabricación del empresario de sí
Un segundo deslizamiento que se dio a lo largo de la segunda mitad del siglo xx es el referido al desmonte de las seguridades ontológicas y la instauración del discurso del riesgo, con el propósito de configurar subjetividades emprendedoras. La sofisticada manera como el neoliberalismo desmonta las seguridades ontológicas, que le ofrecían herramientas a la población para afrontar los riesgos propios del vivir y del vivir-juntos, no se centra en negar el papel del Estado en la protección de los ciudadanos. Asegurar la vivienda, el cobijo, la salud, la educación, la subsistencia en la vejez y demás sigue siendo un imperativo tanto en el discurso como en las instituciones de los Estados. No obstante, algo ha cambiado. Los Estados ofrecen subsidios (de vivienda, de salud, de educación, etc.), pero sus motivaciones ya no son las mismas. Mientras que en el Estado de bienestar el sistema de subsidios tenía como objetivo la generación de un cierto equilibrio social —lo que suponía un reconocimiento de las desigualdades y las iniquidades existentes en la población y, de la misma forma, el compromiso de los Estados por intervenir positivamente en ellas—, el sistema de subsidios actual tiene como propósito la reactivación de las economías nacionales. Así, por ejemplo, los subsidios para la construcción lo que pretenden, en realidad, es la generación de mayor empleo y, con ello, la reactivación de ese sector de la economía.
Como cuenta Wendy Brown (2017), el discurso inaugural del segundo período presidencial de Barack Obama transmitió una primera impresión de “renovada preocupación por aquellos a quienes su estatus de clase, raza, sexualidad, género, discapacidad o migratorio ha dejado fuera del sueño americano” (p. 24). En ese discurso se pudo apreciar en Obama una cierta transformación positiva hacia temas como el matrimonio homosexual, la pobreza y la presencia militar en Medio Oriente. Sin embargo, en el discurso del estado de la Unión, tres semanas después, se dio un cambio.
Mientras Obama llamaba a proteger Medicare (seguro médico para personas mayores), a una reforma hacendaria progresiva, a incrementar la inversión gubernamental en las investigaciones de ciencia y tecnología, energía limpia, propiedad de viviendas y educación, una reforma migratoria, a luchar contra la discriminación por sexo y la violencia doméstica y a elevar el salario mínimo, cada uno de estos temas se enmarcaba en términos de su contribución al crecimiento económico o de la competitividad de Estados Unidos (p. 25).
Ahora bien, no podríamos afirmar que los Estados o los gobiernos de turno estén despreocupados de las condiciones de vida de la población. Los gobiernos estatales tienen una auténtica preocupación por el aseguramiento ontológico de la población, pero desarrollan una nueva idea de protección, la cual contempla una doble operación. La primera, la protección