Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández

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Repolitizar la vida en el neoliberalismo - Mauricio Bedoya Hernández

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del riesgo es la incertidumbre y la desconfianza en los recursos con los que cuenta la persona para enfrentar las condiciones asociadas al vivir. El discurso del riesgo lleva al individuo a focalizarse en el miedo a la pérdida y la sensación de constante vulnerabilidad. Al sentir que los recursos de los que dispone no le son suficientes para enfrentar situaciones potencialmente dañinas, el sujeto se percibe como vulnerable.

      El discurso del riesgo es explotado por el gobierno neoliberal, involucrando a los individuos en una práctica cotidiana de control de riesgos. Estos asumen una posición de productividad constante, pues la racionalidad de mercado valoriza la capacidad que van adquiriendo para hacerle frente a las demandas propias del vivir en riesgo, y desarrollan habilidades como la flexibilidad y la adaptación rápidas, el emprendimiento de proyectos siempre novedosos, la creación de soluciones y productos innovadores para cada necesidad. De este modo, el discurso del vivir en riesgo resulta ser un punto pivote de la generación de negocios, propia del sujeto emprendedor. El efecto producido en este punto tiene que ver con que el sujeto neoliberal, empresario de sí mismo, se empeña con toda su vida en gestionar sus riesgos en aras de constituirse como sujeto posible en el dispositivo de gobierno contemporáneo y, para ello, se convierte en consumidor de servicios y productos para la gestión del riesgo (Rose, 2007).

      Pero no puede suponerse que el rasgo distintivo del neosujeto es constituirse como consumidor. Es cierto que al individuo del presente el temor al riesgo y la inseguridad lo tornan sujeto consumidor de bienes y servicios tendientes a gestionar, disminuir o eliminar los riesgos. Sin embargo, más que consumidores, el neoliberalismo fabrica sujetos que se definen y se comportan como empresa en competencia con otras empresas de sí, esto es, otros individuos que se definen de la misma forma; también invierten con frecuencia en sí mismos, con el fin de mejorar su portafolio y, de esa manera, incrementar su capital humano, a tal punto que asumen el riesgo y la precariedad como la justificación más idónea, no solo para consumir, sino, sobre todo, para exigir de sí mismos una actitud de continua adaptación y flexibilidad que asocian con el logro del bienestar.

      Por esta vía, el empresario de sí desarrolla dos de las prácticas que mejor lo subjetivan: el mercaderismo y el emprenderismo. Desde luego, el neosujeto deviene sujeto mercader, porque se ve llevado a asumir un cálculo estricto de inversiones y ganancias, pues siente que él mismo es su propia empresa y, al reconocer los riesgos como inevitables, los administra en función de salir fortalecido, incrementando las ganancias para sí mismo. Además, este individuo contemporáneo no solo es consumidor de servicios de aseguramiento, sino que él mismo es creador de estos servicios. En resumen, su inmersión en el mercado es total, lo cual lo lleva a constituir un mercado de sí mismo.

      Esta normalización contemporánea del discurso del riesgo ha desencadenado un culto al riesgo, en el sentido de la adopción del discurso del riesgo como organizador de la vida subjetiva de los individuos. Se puede hallar una resonancia de esto en la noción de riesgófilos (Ewald y Kessler, 2000), sujetos dominantes y valientes que son capaces de desasirse del pasado para enfrentar todos los retos que el mundo del presente les impone. Más allá de estas características del riesgófilo, lo que muestra este culto al riesgo es más bien un culto al yo. Efectivamente, el gobierno neoliberal ha usufructuado el riesgo y ha llevado a los individuos a creer que tienen la potencia para enfrentarlo, eliminarlo o gestionarlo positivamente. Esta manera de enarbolar ilusoriamente las potencias del yo es la expresión del culto al yo en la práctica de la individualización contemporánea.

      Individualizar para gobernar las vidas

      La individualización, como afirma Vázquez (2005b), no es ni una práctica ni un problema solo neoliberal. El discurso de la individualidad y la práctica de la individualización pueden apreciarse en el liberalismo clásico y, concomitantemente, en el origen mismo de las ciencias humanas, como bien lo muestra Foucault (2010). Lo que sucede es que, en el presente, la individualización se ha constituido en estrategia de gobierno de unas formas específicas. Destacaremos tres escenarios en los que resulta justificada la individualización en los tiempos neoliberales. En primera instancia, hallamos el escenario del riesgo, el cual configura lo que aquí llamamos la individualización por el riesgo. Como ya lo mencionamos, aunque el vivir implica riesgos y vulnerabilidad, los Estados neoliberales han individualizado la gestión de esos riesgos, haciendo que cada ciudadano los afronte convirtiéndose en consumidor de servicios de aseguramiento. También es posible apreciar un segundo escenario, a saber, aquel configurado por el modelo empresarial de la subjetividad. Nos encontramos, de este modo, con la práctica de la individualización emprendedora. El empresario de sí tiene que mostrarse competente, autosuficiente, autogestor probado y competidor fuerte en un mundo de la vida convertido en mercado.

      Sobre el tercer escenario nos informa Francisco Vázquez (2005b) cuando menciona que si hay algo que caracteriza al sujeto contemporáneo es la pérdida de marcos ontológicos de referencia. Este proceso no es nuevo, pues estamos a más de dos siglos de haberse iniciado, pero se ve cristalizado de manera particular en las últimas décadas. Esta pérdida de marcos ontológicos de referencia es afrontada mediante la creación de un tipo de subjetividad caracterizada por

      la tendencia a la estetización de la vida cotidiana, el derrumbe de las fronteras que separan el arte de la vida diaria. Este fenómeno se manifiesta, entre otras cosas, en la promoción de un grupo de profesiones ligadas a la estetización y estilización de lo cotidiano: del cuerpo, la casa, la vida emocional, las relaciones con los otros [...]. [El individuo] busca el sentido en el cultivo de la propia interioridad, en la persecución de la autenticidad de sentimientos, la recolección de sensaciones fuertes y la espontaneidad emotiva. Pero como estos elementos dependen de las resonancias significativas con el mundo externo desprovisto de sentido (declive de los rituales colectivos, de las tradiciones compartidas, convertidas en vestigios de interés turístico, conciencia de “máscara” respecto a las convenciones sociales) el sujeto se ve abocado a una dinámica de “doble enlace”, cuya única salida consiste en proyectar el yo en el mundo, experimentar el mundo como espejo del yo, donde se puede encontrar la propia imagen liberada y enriquecida. Se trata de que, en cada bien consumido, en cada acción efectuada se exprese el significado personal y único de la propia vida. Solo de este modo se considera posible alcanzar la felicidad, configurada en términos psicológicos como bienestar personal, crecimiento interior, calidad de vida, autoestima (p. 14).

      Pero, como lo podemos ver en Han (2012, 2014), Laval y Dardot (2013) y Sennett (2000), la manera en que el neoliberalismo localiza al yo produce sufrimiento en los sujetos y, más comúnmente de lo esperado, los enferma. Aunque estamos de acuerdo con este planteamiento, sin embargo, lo que nos interesa enfatizar es que esta triple individualización contemporánea termina produciendo un sujeto agonístico. Así, proponemos que el neosujeto es un sujeto agonístico, en aparente, y solo aparente, combate continuo consigo mismo; pero no en el mismo sentido de la enkrateia griega, actitud práctica que dejaba ver el combate que el ciudadano libre tenía consigo mismo para lograr el dominio de los placeres y los deseos (Foucault, 1998b). Como dice Foucault, “la enkrateia, con su opuesto la akrasia, se sitúa en el eje de la lucha, de la resistencia y del combate” (p. 62).

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