Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández
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En resumen, cuando hablamos del gobierno por la inseguridad, o sea, de la conducción de la vida de las personas a partir de la exaltación del discurso sobre la inseguridad y de las prácticas que la producen, vemos aparecer una estrategia individualizadora en la que el discurso sobre el riesgo lleva emparentada la certeza de que cada persona ha de emprender las acciones para enfrentar tales riesgos. El efecto estratégico de ello es la individualización de la vida y la subjetividad. Por una parte, los Estados, las clases dirigentes, el sistema de contratación, de seguridad social y demás se desresponsabilizan y hacen de cada sujeto el único garante de la gestión de la inseguridad, la vulnerabilidad y el riesgo. Por ejemplo, perder el empleo, lejos de ser visto como un problema, es la oportunidad para que el individuo devenga empleable. En otras palabras, el desempleo es una complicación para el sujeto, y para el gobierno, pero solo en la medida en que es el mercado y, en general, la economía los que terminan frenados. Es el propio desempleado el que tiene que ver en esta situación una oportunidad para diversificarse y devenir empleable. Y será él, y solo él, quien pueda gestionar su propia empleabilidad. De la misma forma, el asalariado que veía en el régimen pensional la posibilidad para planear su presente y su futuro ve cómo se desmonta este sistema de manera gradual y consistente. Pero, por otra parte, la normalización del discurso del riesgo hace del sujeto agonístico un candidato sin igual para devenir empresario de sí, pues, ante este panorama, la promesa que recibe es que solo comportándose como empresa podrá enfrentar de manera exitosa los efectos que trae la desresponsabilización del Estado. Individualizado y empresario, el sujeto contemporáneo puede ser gobernado de manera más exitosa.
Como sabemos, la razón individualizadora no es un invento del presente. Lo que sí es novedoso es su uso, en la medida en que la sofisticada estrategia del neoliberalismo consiste en aislar las existencias individuales para obtener mejores réditos en su esfuerzo por dirigir la vida de cada persona y, de paso, del conjunto social. Así hace posible el singulatim cristiano bajo la maniobra asimiladora de individualismo, libertad y autonomía. Gobernar a cada oveja (singulatim) y, al mismo tiempo, a todo el rebaño (omnes) era la aspiración del poder pastoral (Foucault, 1990, 2001a, 2006). El pastor debía invertirle tiempo a ambas tareas. La racionalidad neoliberal comprendió que gobernar a cada persona es suficiente para el control de toda la población. Esto exige un arduo trabajo de aislamiento de los sujetos en el que se privilegia, por supuesto, la centralización en el propio mundo interior y la despreocupación por las relaciones con los otros (Lorey, 2016).
Gobernar la intimidad
Una consecuencia adicional de la reconversión del anhelo de libertad y autonomía en individualización se desprende de lo dicho hasta ahora. Entendemos, con Foucault, la biopolítica tal y como se racionalizó la forma de gobierno en el siglo xviii, tomando como base el conjunto de los fenómenos característicos de la vida de la población: salud, edad, raza, higiene, natalidad, longevidad, etc. Por lo tanto, la biopolítica liberal se ocupó de la gestión de la demografía (tasa de nacimientos, índice de muertes, reproducción, etc.); del control de las enfermedades endémicas, que la dejó del lado de la higiene pública; de los efectos que tiene para la productividad el proceso de envejecimiento —y, por lo tanto, la muerte—, y de las relaciones con el ambiente. A diferencia de la normalización disciplinaria, que tiene como punto de aplicación los cuerpos individuales (anatomopolítica), el poder biopolítico actúa sobre el cuerpo de la población.
No obstante, ni la anatomopolítica ni la biopolítica lograron una práctica gubernamental totalmente satisfactoria, como sí parece ser el caso del neoliberalismo. A diferencia de las sociedades disciplinarias, cuya acción política se realiza sobre el cuerpo de cada individuo, o de la biopolítica liberal, cuyo foco es el cuerpo total de la población como especie, la biopolítica contemporánea gira en torno del gobierno de la intimidad. Este cambio no se dio, por supuesto, ex nihilo, sino que estuvo asociado a la manera como en el siglo xx las disciplinas psi fueron, poco a poco, configurando una subjetividad psicologizada (Bedoya, 2018; Rose, 1996). Esta psicologización de la subjetividad supone considerar a la persona como un ser poseedor de un mundo interno, el cual ya no puede nombrarse y conocerse a través del lenguaje filosófico o religioso, sino mediante el lenguaje elaborado por las psicociencias. Este homo psicologicus, como denomina Castel (1986) al individuo cuya vida se lee en clave psicológica, es un sujeto que conduce su vida a partir de los regímenes normativos y veridiccionales propios de las psicociencias (Álvarez-Uría, 2006; Ávila, 2010; Castro-Orellana, 2014; Rose, 1996; Vásquez, 2005a). Los últimos cien años han sido, como lo dice Rose (2008), el siglo de la psicología y, podemos decir, esto ha tenido un efecto importante, pues el sujeto, para saber de sí mismo y conocerse, ha aceptado que debe entrar en lo más recóndito de su interioridad. A partir de esto, como lo ha demostrado Vázquez (2005a; 2005b), en el siglo xx la individualización derivó en una psicologización de la intimidad.
Vemos entonces que el sujeto contemporáneo, cuya subjetividad es, en parte, heredera de esta psicologización de la intimidad, no solo se ha visto configurado a partir de los sistemas de verdades psi, sino que ha asumido unas formas de ser y vivir a partir de los imperativos normativos que la focalización en su mundo interior le exigen. Este es el contexto en el que podemos estar de acuerdo tanto con Foucault (2007) como con Castro-Gómez (2010), para quienes el gobierno biopolítico del presente tiene su punto de aplicación en la intimidad de los sujetos. Conducir la vida de la población es, según esto, conducir a cada individuo a partir del discurso que encumbra la intimidad y lleva al sujeto a relacionarse consigo mismo y con los otros en concordancia con su individualidad devenida intimidad como condición. Por lo tanto, triunfo del singulatim.
Entre los efectos que este gobierno biopolítico de la intimidad trae, hallamos una serie de prácticas subjetivas, como el cuidado obsesivo de una interioridad, característico de la individualidad expresiva; la conversión de la intimidad en objeto de preocupación y de trabajo del individuo; la exhibición de la intimidad a través de las tecnologías de la información y la comunicación contemporáneas, con el propósito de proyectar una cierta imagen, “más adecuada”, por cierto, que permita una mejor capitalización humana y empresarial de sí mismo, el enganche en un mercado de la intimidad cada vez más amplio. La intimidad, por muchos siglos, se constituyó en prerrogativa del sujeto, considerada incluso como objeto de protección legal. Dado que el neoliberalismo irrumpió en la separación de esferas, que incluía la distinción entre esfera pública y esfera privada, hoy la intimidad no es protegida, sino exhibida ampliamente y de manera voluntaria por cada individuo. Ahora, la pregunta obligada a esta altura alude a cuál es la especificidad de la biopolítica de la intimidad en el neoliberalismo.
La intimidad devenida mercado
Una consecuencia adicional de la individualización de la vida en el presente radica en que el individuo asume su vida íntima como mercado. A lo largo del siglo xx, el liberalismo encontró en los discursos psi la posibilidad de fundamentar un gobierno basado en la intimidad. La novedad que trae el neoliberalismo es que la intimidad de los sujetos se ha mercantilizado, y se ha convertido en nicho de mercado. En el momento en que el Estado se desmarca de la provisión del aseguramiento ontológico de la población, cada individuo asume el encargo de la gestión de sí mismo en