Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández

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Repolitizar la vida en el neoliberalismo - Mauricio Bedoya Hernández

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sí mismo.

      Con la intención de ver cómo funciona el neoliberalismo, Foucault (2007) se aproxima al tema del capital humano y a la manera como Gary Becker (1994) y Theodore Schultz (1971) realizan un cambio aparentemente elemental en su concepción de la economía, al emprender un análisis ya no desde la noción de consumo, sino a partir de la noción de inversión. De esta manera, gastos que en el pasado eran considerados de consumo, gracias al análisis de Becker y Schultz, comenzaron a ser vistos como inversión, de tal suerte que cuando una persona paga para adquirir una serie de servicios, relacionados con la educación o la información, por ejemplo, cuando gasta tiempo en buscar empleo, va al cine, lee un libro, pasea con su familia, hace un curso de asertividad y buena comunicación, gestiona sus redes sociales o hace el amor, todo eso es considerado una inversión que el sujeto realiza con el propósito de incrementar su propio capital subjetivo, o “capital humano”, como lo denominan estos autores. En palabras de Castro-Gómez (2010),

      El neoliberalismo aborda el problema del trabajo desde un dominio de análisis puramente económico. La producción capitalista es problematizada por la teoría económica clásica, la cual reduce el trabajo a las variables cuantitativas de tiempo y fuerza. Mientras que el análisis económico de los siglos xix y xx se desarrolló alrededor de los mecanismos de producción, intercambio y consumo, el neoliberalismo, a partir de la noción de decisiones sustituibles, se pregunta más bien en qué gasta el trabajador los recursos de que dispone. Vemos aquí un cambio de foco; ya no se analiza el trabajo, sino al trabajador como sujeto económico activo, dejando el análisis económico del lado del comportamiento de los individuos y preguntándose por la racionalidad de esos comportamientos. De este modo, se pretende saber cuáles son los fines perseguidos cuando el sujeto invierte y las motivaciones que guían esta inversión.

      El capital, en criterio de Schultz (1971) y Becker (1994), es aquello que puede generar ingresos futuros y el trabajo es la actividad individual que permite la generación de los ingresos en cuanto “producto o rendimiento de un capital” (Foucault, 2007, p. 262). Para Castro-Gómez (2010), desde la perspectiva del neoliberalismo, el trabajo se refiere a todos los aspectos individuales que le permiten a un sujeto producir un flujo de ingresos, el salario, por ejemplo. Así, el trabajo es una máquina, en el sentido deleuziano. Esta es la base de una nueva forma de subjetividad en la cual el individuo se torna activo, calculador y “capaz de sacar provecho máximo de sus competencias, es decir, de su capital humano [...]. Nos encontramos, más bien, frente a una nueva teoría del sujeto como empresario de sí mismo” (p. 205). O como lo sostiene Christian Laval (2004), cuando un empleador contrata a un trabajador está comprando “un ‘capital humano’, una ‘personalidad global’ que combina una cualificación profesional stricto sensu, un comportamiento adaptado a la empresa flexible, una inclinación hacia el riesgo y la innovación, un compromiso máximo con la empresa” (p. 97).

      Al subjetivarse como máquina empresarial, el individuo contemporáneo hace que cada una de sus acciones sea una inversión que busca aumentar su capital humano. Esto concuerda con el hecho de que la mercantilización termina por absorber la totalidad de la vida de las personas, su historia personal y la de su familia, sus relaciones sociales, etc. En otras palabras, la vida misma de los sujetos, y en particular su intimidad, termina siendo considerada como su propio capital humano.

      Coincidimos con Wendy Brown (2017), quien hace una lectura del problema del capital humano, lo lleva más allá de las prácticas que el sujeto realiza para sí mismo y reconoce que el ciudadano del presente no solo es capital humano para sí mismo, sino también para su empresa, ya sea propia o aquella para la cual trabaja, y para el Estado. La autora afirma que, incluso, aunque puesto a funcionar como capital humano en competencia y al servicio de la empresa y el Estado, nada le asegura al individuo el logro de sus metas y, menos aún, la permanencia y el reconocimiento como capital humano importante para estos dos entes.

      No solo somos capital humano para nosotros mismos sino también para la empresa, el Estado o la constelación posnacional de la que formamos parte. Por consiguiente, incluso si se nos asigna la tarea de ser responsables de nosotros mismos en un mundo competitivo conformado por otros capitales humanos, no tenemos garantía alguna de seguridad, protección o siquiera supervivencia en la medida en que somos capital humano para las empresas o los Estados, que se preocupan por su posicionamiento competitivo. Un sujeto que se interpreta y construye como capital humano tanto para sí mismo como para la empresa o el Estado está en riesgo constante de fallar, de volverse redundante y de ser abandonado sin que él haya hecho nada para merecerlo, sin importar cuán diestro y responsable sea (p. 45).

      Lo cierto es que tanto el capital semilla que cada sujeto recibe desde el momento del nacimiento —y que está constituido por todos los aspectos positivos producto de la crianza (el afecto, el cuidado, el reconocimiento, etc.)— como todos los demás aspectos de la vida de las personas son convertidos por el neoliberalismo en variables económicas, para que sean características que puedan ser sometidas al cálculo requerido para su buena gestión (Castro-Gómez, 2010; Foucault, 2007). Para esta racionalidad de gobierno, con su doctrina del capital humano, la estabilidad laboral no representa una preocupación como sí lo es la capacidad del individuo para lograr que todo lo que hace se convierta en ingresos (Laval, 2004; Sennett, 2000). Es que, según Castel (1984), hasta los desempleados pueden sacar provecho de su desempleo, en términos de capital humano, pues, para incluirse en el mercado de trabajo, deben invertir en sí mismos para devenir empleables (capacitaciones, talleres, mejoramiento de su hoja de vida, etc.).

      Como podemos ver, todo el mercado de sí, para efectos de volverse un sujeto empleable, ha tomado lugar en el presente. Pero podemos sostener que ese mercado de sí y de la vida en general ha sido promovido por el deseo de los sujetos de incrementar su propio capital humano. Para ser un buen empresario no basta con tener una idea de negocio o incluso con tener el capital económico inicial. Se requiere un trabajo sobre sí mismo que debe realizar cada individuo para convertirse en su propia empresa, en empresario de sí. Terapias de todo tipo, literatura de autoayuda, consultorías, consejerías, capacitaciones, productos de toda clase para mejorar la imagen personal y un sinnúmero de ofertas hacen parte de este mercado del capital humano. En concordancia con la idea de que el sujeto es el responsable único por su propia empresa de sí y por el incremento de su capital humano, aquel termina por asumir, y pagar, no solo todos los costos que acarrea su supervivencia, sino también los riesgos, las incertidumbres y las contingencias propias asociadas a ella, y desresponsabiliza, de paso, al Estado.

      Dentro de la racionalidad neoliberal, el gobierno de la población va más allá de la acción sobre las variables biológicas de los individuos, ampliándose hacia la intervención molecular de la vida de cada individuo, lo que quiere decir que la acción de gobierno se focaliza en la intimidad de los sujetos (Castro-Gómez, 2010; Han, 2014). Esto conduce a que los individuos, en la medida en que se sienten poseedores de un capital humano, hagan que sus elecciones cotidianas sean vividas como estrategias económicas que permitan la optimización de sí mismos como máquinas capaces de producir capital. Laval y Dardot (2013) resumen, de manera plausible, este problema del capital en el presente neoliberal.

      El capital ya no conoce ni fronteras geográficas ni separaciones entre esferas de la sociedad. Es una lógica de la ilimitación que, de este modo, tiende a imponerse en todos los ámbitos. Todo individuo es llamado a convertirse en “capital humano”; todo elemento de la naturaleza es visto como un recurso productivo; toda institución es considerada como un instrumento de la producción. La realidad natural y humana se inscribe íntegramente en el lenguaje matemático de la economía y de la gestión. Ahí reside el resorte imaginario del neoliberalismo, convertido en una evidencia, en una necesidad, en la realidad misma. Esta metamorfosis del mundo en capital no proviene tanto de una ley “endógena” de la economía

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