Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández
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Brown olvida que Foucault (1999) aborda el problema de la verdad y los regímenes veridiccionales no tanto desde la perspectiva del “descubrimiento de las cosas verdaderas, cuanto desde las reglas según las cuales, y respecto de ciertos asuntos, lo que un sujeto puede decir depende de la cuestión de lo verdadero y de lo falso” (p. 364). En otras palabras, a Foucault no le interesa si algo es verdadero o no, sino por qué, y bajo qué reglas, algo es considerado tal, y los efectos que ello tiene para la relación que el sujeto tiene consigo mismo. Así, no es correcto decir que, como lo afirma Brown, para Foucault el neoliberalismo se localiza en el orden de la razón. Entonces, más que una lógica razonable, el neoliberalismo es un conjunto de prácticas que tienen una racionalidad con fines de gobierno de los individuos. Esta racionalidad, por una parte, se va realizando a partir de unos dispositivos y prácticas que la hacen acontecer y, por otra, usa una serie de discursos con pretensión de verdad para darle espesor veridiccional a su fundamentación normativa (Bedoya, 2018; Rose, 1996; Vázquez, 2005a).
No obstante, Brown aporta un elemento clave: la racionalidad del neoliberalismo contiene una serie de impulsos que le dan vida. Lo que ella dice conduce a pensar en algo no explorado en profundidad por Foucault: ¿cómo explicar la aparición de los efectos no buscados, aunque sí capitalizados para propósitos de gobierno, en la aplicación de las tecnologías creadas estratégicamente para producir realidades en la conducción de la vida de los individuos y las sociedades? Emparentado con esta pregunta, esta autora pone sobre la mesa el problema de la inexistente unidad del neoliberalismo producido por esos impulsos sistémicos del capitalismo.
Mi argumento no es que solo exista un capitalismo, que el capitalismo exista u opere de modo independiente del discurso o que el capitalismo tenga una lógica unificada y unificadora; simplemente es que el capitalismo tiene impulsos que ningún discurso puede negar... Crecer, reducir los costos de insumos, lanzarse en busca de nuevos lugares en los que generar utilidades y generar nuevos mercados, incluso si la forma, las prácticas y los lugares de estos impulsos son infinitamente diversos y operan discursivamente (Brown, 2017, p. 98).
De nuevo, lo que dice Brown requiere revisión; es cierto que existen unos impulsos que trastocan de continuo el engranaje de las prácticas neoliberales, lo cual hace que se rompa la ilusión de discursos y prácticas unificados alrededor de la idea de neoliberalismo. Sin embargo, lo que no parece correcto es suponer que, por tener un componente pasional o emocional, esos impulsos no hacen parte del mecanismo propio del régimen de prácticas. En vez de funcionar como elementos dispersos y que actúan en contrapeso de la racionalidad de gobierno del neoliberalismo, ellos se integran por completo en la fabricación del sujeto neoliberal.
Las estrategias para producir al neosujeto
Ahora, ¿cuál es el tipo de subjetividad que busca esta racionalidad de gobierno contemporánea? El neosujeto, como denominan Laval y Dardot a esta forma de subjetivación del presente, es un emprendedor que adopta la competencia como norma para existir y la empresa como modelo de vida (Foucault, 2007). En otras palabras, el sujeto neoliberal deviene empresa y compite con todos los otros. La pregunta que se impone tiene que ver con las estrategias que son usadas para el logro de tal tipo de subjetividad, en consonancia con la idea misma de neoliberalismo como una racionalidad de gobierno que busca fabricar al neosujeto. El individuo es llevado a ser sujeto emprendedor a través de un conjunto de estrategias.
La primera, como señala Wendy Brown, es la economización de todas las esferas de la vida. La segunda radica en el progresivo y consistente desmonte de las seguridades ontológicas. Aquello que generaba seguridad a los seres humanos (el empleo, la salud, la vivienda, la educación, etc.), y que estaba en manos del Estado, hoy ha sido puesto bajo la responsabilidad de cada sujeto. La tercera tiene que ver con la privatización de lo público. Las seguridades ontológicas individuales, que ahora han de ser provistas por cada persona, encuentran un amplio mercado del aseguramiento que le ofrece a cada ciudadano una gran variedad de productos, con su respectiva posibilidad de endeudamiento, para satisfacer las necesidades asociadas al vivir. Y, por último, el neoliberalismo se ha catapultado en el anhelo de autonomía y libertad, pero haciendo su reconversión hacia la hiperindividualización de la existencia subjetiva. Por esta vía, produce un deslizamiento que va desde la individualización de la vida hasta el gobierno de la intimidad, tornándola mercadeable.
La economización de la vida
Si hay algo que caracterizó a la gubernamentalidad llevada a cabo por el liberalismo clásico fue que una serie de ámbitos propios de la vida social se mantuvieron, no sin tensiones ni conflictos, relativamente separados, aunque no del todo independientes. Es esto lo que hallamos en el Nacimiento de la biopolítica de Foucault (2007), en La nueva razón del mundo de Laval y Dardot (2013) y en Estado de inseguridad de Lorey (2016). Sin duda, las esferas política, religiosa, jurídica, social y económica funcionaban con el respeto y la promoción de un cierto nivel de heterogeneidad en los individuos. Como lo afirman Laval y Dardot (2013), “esta heterogeneidad se traducía en la independencia relativa de las instituciones, de las reglas, las normas morales, religiosas, políticas, económicas, estéticas, intelectuales” (p. 327). Al mismo tiempo, correspondía a la política realizar un cierto control de la vida productiva asociada al trabajo y a la economía. Con el neoliberalismo se cristaliza una vieja aspiración liberal y se da una ruptura: esta clásica separación de esferas que le daban valor al sujeto es disuelta. La pregunta que no se hizo esperar alude a lo que podría darle valor al sujeto contemporáneo y unidad a ese conglomerado de aspectos de la vida individual y social. Hoy la economía se ha transformado en la esfera que no solo engloba a las demás, sino que termina dándoles el valor que ellas en sí mismas perdieron. De este modo, la política terminó siendo definida por la economía. En esto también escuchamos resonar las palabras de Brown.
De manera bastante temprana, la Escuela de Friburgo desarrolló una imaginación consistente en que la economía se constituyera en el fundamento tanto del gobierno como del autogobierno, de tal modo que cada individuo dirigiera su vida alrededor de la economía como valor único y absoluto. Lo propio harían los Estados respecto de los ciudadanos. Ante la heterogeneidad moderna, producida por la separación de esferas, y la agonística propia de esta situación, en el liberalismo clásico los economistas de Friburgo imaginaron un estado de cosas en el que la racionalidad económica fuera la fuente absoluta de valor, a cuyo rededor orbitaran las demás esferas de valor. Idearon entonces una acción gubernamental en la que la sociedad entera se sometiera a la dinámica competitiva (Foucault, 2007; Castro-Gómez, 2010).
Una sociedad focalizada en la competencia fue también la idea de los economistas de la Escuela de Chicago. Ambas escuelas centran su esfuerzo en gobernar lo social imponiendo la universalización de la forma-empresa a todos los ámbitos de la vida. Sin embargo, estas dos escuelas se diferencian en cuanto a la forma de entender la relación entre la economía y la sociedad o, para ser más precisos, entre lo económico y lo social. Mientras que el ordoliberalismo alemán, representado por la Escuela de Friburgo, mantiene escindido lo social y lo económico, pretendiendo con ello dinamizar lo social económicamente, la Escuela de Chicago va más allá: rompe esta distinción para plantear que lo social es, en sí mismo, económico; lo social, en otras palabras, es el mercado (Foucault, 2007). Así, “El programa del neoliberalismo norteamericano radica, pues, en la molecularización de la forma-empresa” (Castro-Gómez, 2010, p. 202).
De manera general, se afirma entonces que el rasgo básico de la estrategia de economización de la vida total de los individuos es la disolución de la separación de esferas. Esto, como lo señalan Brown (2017) y Laval y Dardot (2013), significa que una serie de esferas de la vida individual y social que hasta entonces no eran económicas comienzan a serlo en el