Madre feminista. Agnieszka Graff

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Madre feminista - Agnieszka Graff

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      MADRE FEMINISTA

      Agnieszka Graff

      Traducción y notas:

      Katarzyna Górska e Irene Tetteh

      Madre feminista

      Primera edición, 2021.

      Del original Matka Feministka, Varsovia 2014,

      © Wydawnictwo Krytyki Politycznej, 2014.

      © Agnieszka Graff

      De la traducción y notas:

      © Katarzyna Górska, © Irene Tetteh

      Diseño de portada:

      © Sandra Delgado

      © Editorial Ménades, 2021

      www.menadeseditorial.com

      ISBN: 978-84-122600-7-6

      Prólogo

      Madre feminista tiene ya cinco años. Mi hijo, aunque cueste creerlo, ya es adolescente. Entre tanto se ha acabado una época. Un año después de la publicación de este libro, y tras numerosas discusiones en torno a él, en otoño de 2015 en Polonia ganó las elecciones generales el PiS, el partido Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość): populistas de derechas, nacionalistas, defensores de los «valores de la familia» y, como resultó posteriormente, enemigos empedernidos de la democracia liberal. En 2016 los británicos votaron el Brexit y los estadounidenses eligieron como presidente a Donald Trump. Todo el mundo abría los ojos con asombro mientras que en Polonia muchas personas asentían con la cabeza diciendo «os ha llegado el turno». Hoy ya se sabe que el populismo de derechas es una tendencia mundial. Después de haber ganado las elecciones, Jarosław Kaczyński, líder del PiS, prometió que Varsovia se iba a convertir en un segundo Budapest, y siguió los pasos de Viktor Orban. En los años subsiguientes los populistas se han dedicado ha desmontar la democracia polaca: se han quedado con los medios de comunicación públicos y los han convertido en el altavoz propagandista del gobierno y de la Iglesia, han sometido los tribunales y los juzgados a sus órdenes, han subyugado numerosas instituciones culturales, como museos o teatros. Poco a poco, con los gestos, las palabras y las decisiones tomadas han ido empujando a Polonia hacia los márgenes de la Unión Europea. Sentí vergüenza cuando nuestro gobierno se negó a acoger a los refugiados, cuando empezó a devastar los bosques vírgenes de Białowieża, cuando vetó la decisión de acelerar la lucha contra el cambio climático. De camino, entre 2016 y 2017, sucedió algo que dio esperanza, algo con lo que antes solo había podido soñar. Nació un movimiento feminista de masas. Como respuesta al intento de introducir la prohibición del aborto, mujeres furiosas salieron a las calles de ciudades y pueblos de toda la nación. Cientos de miles de chicas y mujeres vestidas de negro. Os ahorraré los detalles: si queréis entender lo que está pasando en mi país, tan solo imaginaos que en España llega a gobernar Vox.

      ¿Cuál es la relación entre los éxitos políticos de la extrema derecha y el feminismo y la maternidad? Intentaré convenceros de que es una cuestión clave. No se trata solo del hecho de que cuando la extrema derecha llega al poder empieza a vulnerar los derechos de las mujeres y como resultado las mujeres salen masivamente a la calle. Y eso es así, pero el problema empieza mucho antes, con la total omisión de todo lo que refiere a la maternidad por parte de los liberales. La tendencia en las últimas décadas ha sido la misma en la mayoría de los países occidentales: ha desaparecido el estado de bienestar, el Estado se ha retirado de la esfera de los cuidados y las élites han recurrido al lenguaje del individualismo transfiriendo toda la responsabilidad a los ciudadanos. En el caso del cuidado de los niños pequeños esos «ciudadanos» son, desde luego, las mujeres, y por eso hablo solo de maternidad y no de maternidad y paternidad, por muy bonito que suene esto último. La retirada del Estado afecta sobre todo a las mujeres que durante las décadas antes mencionadas entraron masivamente al mercado laboral. No hay forma de trabajar profesionalmente y a la vez cuidar de tus pequeños —ni, muchas veces, de tus mayores. Sobre todo, si vivimos en una sociedad en la que a los hombres se los educa en que los cuidados son cosa de ellas, y en que merecen que las mujeres los atiendan. Me consta que Polonia y España, en este aspecto, se parecen bastante.

      Cuando se publicó Madre feminista, en Polonia prácticamente no había guarderías, había que luchar por las plazas en los centros preescolares públicos (yo, por ejemplo, no llegué a conseguir ninguna), el Estado no hacía nada para compensar la falta de pensiones alimenticias a las madres solteras (los padres que esquivan pagarlas son una plaga en nuestro país) y las bajas por el nacimiento de un hijo estaban pensadas de manera que en la práctica tan solo las cogían las mujeres. El objetivo de este libro era simple: convencer a los liberales (y a las feministas liberales entre las que me incluía a mí misma) de que no podíamos seguir así. Que las guarderías, el parvulario, las pensiones alimenticias y las bajas paternales eran y son cuestiones fundamentales. Que sin todo eso no se puede hablar de igualdad y que sin igualdad no hay democracia moderna. Y que, si la democracia no se ocupa del ámbito de los cuidados, la extrema derecha se ocupará de la democracia. El libro suscitó un gran interés, conseguí provocar cierto debate. Admito que algunos me acusaron de haber traicionado al feminismo y de haberme pasado al bando conservador, pero muchos otros me daban la razón. Sin embargo, antes de que el debate pudiera coger velocidad, sucedió algo que, de hecho, ya había previsto: la derecha populista ganó las elecciones.

      500+ fue considerado como una carga excesiva para los presupuestos estatales, que la economía polaca no podría asumir. Algunos se burlaban porque «no bastará para hacer más niños» y lo cierto es que hay razones suficientes para pensar que 500+ no aumenta la tasa de natalidad. La gente no decide tener hijos solo porque le vayan a dar dinero. Otra crítica (no del todo acertada) era que con 500+ las mujeres, de manera masiva, decidirían salir del mercado laboral. Y, por último, estaba la tesis de que 500+ podía tener sentido como elemento de unas políticas sociales complejas, pero no como solución aislada. Todas esas voces críticas chocaban, aun así, con un hecho innegable: por primera vez desde 1989 el Estado transfería dinero a sus ciudadanos por el mero hecho de cuidar de otros ciudadanos. Las personas ahora reciben dinero no por ser pobres sino por ser padres. 500+ tenía muchos defectos, pero catapultó al PiS hasta el poder porque eso era lo que la gente quería y lo que los gobiernos anteriores nunca habían ofrecido. 500+ tiene, desde luego, un gran valor económico, sobre todo para las familias numerosas más desfavorecidas: muchos niños han estrenado ropa o se han ido de vacaciones por primera vez en su vida. Pero el programa tiene también un enorme significado simbólico o, si alguien lo prefiere, dignificante. Es una muestra de reconocimiento y respeto hacia la labor de los cuidados. Y eso es algo que los gobiernos liberales nunca habían entendido: que los cuidados son un trabajo digno de ser respetado. Por eso, entre otras cosas, la democracia liberal ha llegado a su fin en Polonia, al menos por algún tiempo.

      ¿Es posible que este mismo guion se cumpla en España? A finales de 2019 sentí alivio al enterarme de que habían ganado los socialistas, pero me alarmé, a la vez, al observar que el partido neofranquista de ultraderecha, Vox, se había convertido en la tercera fuerza política. Lo que comparte este partido con nuestro PiS no es solo el nacionalismo, sino también las aspiraciones autoritarias,

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