Madre feminista. Agnieszka Graff

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Madre feminista - Agnieszka Graff

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no se trata de mí, de mi supuesto conservadurismo o de mis dilemas emocionales y organizativos relacionados con la maternidad. No se trata de mí, sino de la confluencia de dos temas: el papel de cuidadora de la mujer y su emancipación, la maternidad y el feminismo. Tengo la sensación de que el tema de la maternidad despierta resistencia e impaciencia entre las feministas polacas. Y más que el tema en sí, el hecho de que el cuidado de los niños sea una forma de trabajo no remunerado que casi siempre recae en las mujeres. La corriente feminista de la que salí en 2009, cuando me convertí en madre de Staś, se ocupaba de la maternidad en sus dimensiones literaria, histórica y antropológica (la Virgen María, la Madre Polaca, la Madre Patria, la imagen de la madre en la cultura polaca), esotérica (la Gran Diosa) y metafórica (la Madre Fundadora, el matriarcado). Las feministas del momento, no obstante, no hacían sino empezar a adentrarse en el tema desde un punto de visto más práctico, es decir, con herramientas sociológicas y económicas. El movimiento feminista polaco había reparado en la presencia de madres en sus filas apenas un par de años antes. Todo gracias a Sylwia Chutnik, la que sería fundadora de la Fundación MaMa, que en el año 2007 creó Kids Block, una plataforma para niños cuyos padres participan en la manifestación que cada 8 de marzo organiza la Unión de las Mujeres.6

      No soy pionera en este campo, este libro se ha inspirado en muchas referentes polacas. Una de las fuentes de inspiración clave en la creación de este libro fueron los ensayos de Sylwia Chutnik: el conmovedor y divertido libro Macierzyństwo non-fiction [Maternidad no ficción] de Joanna Woźniczko-Czeczott; el trabajo de la socióloga Iza Desperak; los análisis y declaraciones públicas de Irena Wóycicka y la rompedora recopilación de textos Pożegnanie z Matką Polką? [¿Adiós a la Madre Polaca?] editada por Elżbieta Korolczuk y Renata Hryciuk (a las que dedico unas palabras aparte); además de escritos sobre pobreza y sobre mujeres disponibles en la Biblioteca del Laboratorio de Ideas Feminista. No obstante, lo cual, y sorprendentemente, el tema de la maternidad sigue siendo el gran ausente en el feminismo polaco, y lo que tienen en común las personas que se preocupan por esa vertiente de la vida es una gran sensación de alienación. Se sigue echando en falta un libro feminista enmarcado en la realidad polaca que analice de manera compleja las dimensiones emocional, económica y social de la maternidad, y que a la vez esboce un proyecto de cambios sociales y políticos al respecto.

      Quiero dejar claro que este libro no pretende llenar dicho hueco, es una recopilación de intervenciones públicas y ensayos propios más cercana a una serie de incursiones en el terreno que a un complejo análisis del tema. En él se lanzan muchas preguntas preguntas políticas sobre la maternidad y para muchas de ellas no encuentro respuesta. ¿Cómo se debería valorar la función de cuidadora de la mujer para no contribuir, a la vez, a la consolidación del estereotipo de que las tareas domésticas son dominio exclusivamente femenino? ¿Cómo animar a los padres a implicarse más en la paternidad, o a que cumplan las órdenes de manutención? ¿Cómo se consigue que los empresarios respeten los derechos de padres y madres? O ¿cómo podemos educar a niños y niñas para que crezcan en igualdad? No es que no haya reflexionado sobre cada uno de estos temas, es que estoy convencida de que hay que hacerse estas preguntas y de que urge encontrar respuestas. Porque si nosotras las personas que creemos que la igualdad de género es un valor por el que vale la pena luchar no vamos a buscarlas, los ultraconservadores lo harán por nosotras. Ya lo están haciendo. Y sobre eso trata el primer capítulo, sobre cómo eso ha sido posible.

      ¿A qué me refiero exactamente cuando hablo de «maternidad politizada» y de la necesidad de cambios? A todo aquello que en la realidad polaca causa amargura, ira, e incluso desesperación a muchas madres, y que brilla por su ausencia en los debates públicos. Por un lado, tenemos nuestro «ideal» familiar: oímos constantemente que, para los polacos, y sobre todo para las polacas, lo más importante es la familia y dentro de la familia (como no podía ser de otra manera) el bien de los niños. Esta actitud conlleva la compasión forrada de desprecio hacia las personas sin hijos y la sentimental idealización de la maternidad: las florecitas, las tarjetitas y las cancioncitas infantiles. Por otro lado, está la práctica cultural y social que convierte a las personas cuidadoras de un niño pequeño es decir, a las madres, porque la paternidad activa sigue siendo un fenómeno anecdótico en nuestro país en seres marginados.

      Vivimos en una sociedad que presume de respeto hacia la familia y la maternidad el vínculo entre la madre y la niña o el niño y que a la vez organiza la vida de la gente de acuerdo con el planteamiento individualista según el cual los seres humanos son autónomos y plenamente responsables de si mismos. Lo que tienen que hacer es ganar dinero, pagar impuestos, ahorrar para la jubilación (cada uno para la suya, obviamente); cuanto más separados, autónomos y alejados estén, mejor. Una relación de total dependencia, un vínculo tal, supone en esta sociedad neoliberal una anomalía, un escándalo. Por eso la madre de un niño pequeño, sobre toda la madre soltera, se vuelve invisible socialmente. Lo único que la cultura contemporánea le transmite es «has parido un niño, es asunto tuyo; ahora ocúpate tú de él». El resultado es la enorme frustración de las mujeres, el dilema interior, el constante sentimiento de culpa, la impotencia por las expectativas contradictorias que les proyectan los demás: sacrifícate por el niño, dale el pecho, trabaja a jornada completa, invierte en tu desarrollo personal y en el de tu hijo. Y, sobre todo: apáñate y no nos molestes con tus necesidades. Dependiendo de las condiciones económicas y el grado de apoyo de los más cercanos, ese dilema puede llegar a ser más dramático o menos.

      Los cuidados de un niño pequeño consumen grandes cantidades de tiempo, energía, dinero y, sobre todo, involucramiento emocional. Tanto, que de estos recursos apenas queda algo para otros asuntos. Esto ocurre en una cultura que desprecia el enorme esfuerzo de las madres, tratando el cuidado de los niños no como un trabajo sino como «una tarea femenina por naturaleza», un trajín sin importancia.

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