Madre feminista. Agnieszka Graff
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Tal vez me equivoque, pero tengo la impresión de que las élites españolas entienden un poco mejor que las élites polacas de antes de 2015 la importancia de unas buenas soluciones en el ámbito de los cuidados —y, más ampliamente, de las políticas sociales— para el futuro de la democracia. En la clasificación State of the World’s Mothers de la organización Save the Children, España ocupa el séptimo puesto y mi país, en cambio, el vigésimo octavo.2 Vale la pena echar un vistazo a la tabla y a los criterios aplicados para darnos cuenta de que realmente se puede hacer un tipo de medición objetiva de la calidad de vida de madres y niños. Y a pesar de lo que podría parecer, no es solo cuestión de riqueza. Noruega ocupa el primer puesto y Somalia el último, como resultado de unas desigualdades económicas muy profundas. Pero que los Estados Unidos ocupen el puesto 33… da que pensar. Hay derechos, servicios, prestaciones, comodidades y posibilidades que los estados ofrecen a madres y niños… O, como en Estados Unidos, que no ofrecen. Lo que es propio de la maternidad es el hecho de volverse dependiente de la comunidad humana. Por un tiempo la maternidad nos excluye del mercado laboral y por eso no se lleva bien con «los valores americanos»: el individualismo, el culto al libre mercado, la convicción de que todos los problemas se pueden resolver dejando «la elección» a la gente y haciéndola más «responsable» (a través de, por ejemplo, la ausencia de una sanidad pública o de bajas de maternidad garantizadas por el Estado).
Hace mucho que no viajo a España, pero sigo con emoción el renacimiento —y, como informan los medios de comunicación, el rejuvenecimiento— del feminismo. Empezando con las protestas masivas en contra del endurecimiento de la ley del aborto de 2014, pasando por la campaña #cuéntalo en respuesta a la bestial violación colectiva que tuvo lugar en Pamplona durante las fiestas de San Fermín de 2016, hasta las protestas masivas en las primaveras de 2017, 2018 y 2019. Participé con orgullo en las protestas negras de Polonia, pero me quito el sombrero ante la envergadura del movimiento feminista español —de una escala de movilización realmente impresionante—. Según información proporcionada por vuestros sindicatos, más de cinco millones de trabajadoras y trabajadores participaron en 2018 en la primera huelga feminista nacional.3 Lo único que puedo decir es: siento mucho no haber podido estar ahí.
El tema principal del que se ocupa ahora el feminismo español es la violencia de género, igual que en muchos otros países donde vuelve a surgir el movimiento feminista. Es una gran revolución, un cambio enorme. Igual de importante, no obstante, parece ser la cuestión de los cuidados. La feminista española Nuria Varela lo ve de la siguiente manera:
La crisis de los cuidados es la más importante que tenemos sobre la mesa porque hace que el sistema sea insostenible. Hay que cambiar el análisis. Los grandes economistas, los políticos siguen sin ver que el gran agujero negro son los cuidados. Se pretende que las mujeres se incorporen al mercado laboral en las mismas condiciones en las que se incorporaron los hombres y que nadie cuide. Eso no es sostenible. […] Lo más importante para los cuidados es que haya más hombres en las casas, no tanto más mujeres en los puestos de poder. Nosotras hemos salido pero ellos no han entrado. El PIB en Europa, por ejemplo, contabiliza la prostitución y no los cuidados. ¿Quién ha decidido eso?4
Exactamente, ¿quién lo ha decidido? ¿Y cuál es el resultado de la retirada del Estado del ámbito de los cuidados cuando los hombres se niegan a entrar en esos lares y la mayoría de las mujeres trabaja profesionalmente? Una frustración gigantesca. Un agotamiento terrible. Un sinfín de niños descuidados (o, al menos, necesitados de cariño). Y, por último, la ira. No solo de las mujeres. Ira generalizada. La crisis de los cuidados con la que tuvieron que lidiar las sociedades occidentales en la primera década del siglo xxi es producto de la política neoliberal que de una manera indiscutible contribuyó a la llegada de la ola de populismo de derechas. Sí, sí, lo sé, la crisis bancaria y la crisis de los refugiados, que también contribuyeron a reforzar las fuerzas reactivas, han motivado que los chovinismos nacionales, e incluso el racismo abierto, hayan vuelto a la circulación. Pero igual de importante es la crisis de los cuidados y la narrativa conservadora sobre el género como respuesta a esta crisis. La gente está cansada y asustada. Las banalidades sobre el papel tradicional de la mujer son, en el fondo, una promesa de que todo estará bien porque mamá volverá a casa. Es, desde luego, un gran disparate. Las mujeres ya no volverán a casa. Esos eslóganes caen en suelo fértil no porque sean racionales, sino porque hacía demasiado tiempo que las élites neoliberales escondían la cabeza bajo el ala simulando que el problema de los cuidados no existía.
Madre feminista no es solo un libro de lo bonito, difícil y complicado que es ser madre de un niño pequeño y feminista a la vez. Es también un libro sobre la dimensión política de la maternidad y de las consecuencias que tiene para un estado el hecho de que los gobernantes menosprecien el valor de los cuidados. De lo que puede pasar cuando se deja la palabra familia en manos de los conservadores. Y es precisamente en este sentido que puede resultar tan actual como importante para las lectoras y lectores españoles.
1 En un principio iba a ser una prestación para todos los niños, pero pronto resultó ser una estimación irreal. Las primeras transferencias se realizaron en abril de 2016. De acuerdo con la información de 2018, en los años 2016-2017 cerca de 3,7 millones de niños y de 2,4 millones de familias se beneficiaron del programa. Desde julio de 2019 los padres de hijos únicos también tienen derecho a la prestación.
2 The 2015 Mothers’ Index and Country Rankings, p. 60. https://www.savethechildren.org/content/dam/usa/reports/advocacy/sowm/sowm-2015.pdf.
La clasificación tiene en consideración cinco factores: la salud de las madres (incluyendo el riesgo de muerte durante el parto); el bienestar de los niños (la mortalidad antes de cumplir los cinco años, el alcance y la calidad del seguro de salud); la calidad y la accesibilidad al sistema educativo; el estatus económico y el estatus político de las mujeres. No es solo una clasificación según el nivel de riqueza, sino que también tiene en cuenta las políticas sociales.
3 Sam Jones, «More than 5m join Spain’s ‘feminist strike’, unions say», The Guardian, 8.3.2018. https://www.theguardian.com/world/2018/mar/08/spanish-women-give-up-work-for-a-day-in-first-feminist-strike.
4 «Ya no hay ningún rincón en el mundo sin feminismo», entrevista a Nuria Varela, El País, 31.10.2019. https://elpais.com/sociedad/2019/10/30/actualidad/1572461654_163097.html.
Introducción:
salir de circulación y los orígenes de este libro
«Graff, desde que es madre, ha perdido un tornillo y se ha vuelto conservadora», era el rumor que circulaba por la ciudad mientras yo cocinaba papillas ecológicas, me pasaba el día en sitios llamados Gugu gaga, Cuchi cuchi y en mis ratos libres escribía artículos para la revista Niños.5 Normalmente una no sabe lo que dicen sobre ella pero a mí me lo soltó, en un fiesta benéfica, una vieja amiga de una ONG feminista. Digo vieja porque nos vemos solo durante eventos feministas a los que, desde hace algún tiempo, no suelo asistir. He salido de circulación. ¿Por qué? Porque a un evento feminista no puedes ir con un niño de dos años. Ni siquiera con uno de cinco. Y no puedo dejarlo con nadie. O no quiero dejarlo. Sobre la sutil diferencia entre «no puedo» y «no quiero», y sobre cómo se disuelve esta frontera en la práctica, podría escribirse una novela entera. Desde luego sería una