Los civilizionarios. Víctor M. Toledo

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Los civilizionarios - Víctor M. Toledo

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El capital en el siglo XXI, a partir de datos estadísticos duros, cómo la desigualdad social en el mundo se ha incrementado durante el siglo anterior. Pero los ciudadanos del mundo además han registrado y visibilizado la existencia de una suerte de olimpiada de la corrupción, en la que buscan participar los principales actores de la economía, las finanzas, la diplomacia y la política del mundo contemporáneo. ¿Buscarán la celebridad y la fama por la corrupción? Ahí están desde grandes magnates, dirigentes del deporte mundial (FIFA y COI), el rey de España y varias cabezas de los mayores bancos, hasta corporaciones tan comunes como Volkswagen y financieras como Goldman Sachs y decenas de dirigentes políticos, diplomáticos y de organismos internacionales. Y todo ello sin entrar a los tejidos subterráneos entre las mafias mundiales y las empresas, los bancos y los gobiernos.

      Ante este panorama, las fuerzas de la cordura y de la dignidad se mantienen y multiplican más allá de intereses individuales o grupales, ideologías y creencias, controles y poderes, acicateados por los principales indicadores de la realidad. La conciencia de especie, la inteligencia global, el espíritu de colmena siguen ganando adeptos a pesar de todo. El año 2016, como los años por venir, serán cada vez más dramáticos y necesitarán de contrapesos basados en la información, el conocimiento, la equidad, el compromiso y la verdad. Si de algo podemos estar seguros es de que el futuro siempre llega. Y puede llegar como una fuerza desquiciada, un vendaval incontrolable, un alud indetenible e impredecible o como un evento sobre el que podemos ejercer un cierto dominio. El futuro será lo que hoy todos nosotros hagamos por él, y eso se logra mediante la audaz combinación entre conciencia y acción.

      ¿Quiénes son los causantes del calentamiento del planeta y sus secuelas climáticas? ¿Acaso somos toda la humanidad? ¿Está la responsabilidad distribuida equitativamente o por el contrario recae sobre sectores específicos? Durante las negociaciones internacionales para detener y remontar el cambio climático se llegó, mediante métodos diversos, a establecer cuotas de responsabilidad por países basadas en la cantidad de contaminantes arrojados a la atmósfera. Hoy, nuevos estudios han afinado la mirada logrando revelar con mayor precisión los principales contaminadores y haciendo visibles interesantes procesos de carácter histórico.

      Un informe preparado por Tim Gore para la organización Oxfam y distribuido en la pasada Cumbre de París sobre el cambio climático, la llamada COP21 (<www.oxfam.org/>), mostró que la mitad más pobre de la población humana, unos 3.5 mil millones de individuos, generan tanto como 10% de los gases causantes del calentamiento global, mientras que el 10% más rico emite la mitad de esos gases a la atmósfera. La revelación vino a confirmar lo que ya se sospechaba: que los sectores más vulnerables a las nuevas inclemencias del clima, como inundaciones, sequías, temporadas extremas de calor, impactos de huracanes, etc., son los que menos ponen “velas en el entierro”. A esto suele llamarse injusticia climática. Aún más, el reporte permite matizar entre países y en el interior de los países la responsabilidad de los diversos sectores sociales como alteradores del equilibrio global. Por ejemplo, las emisiones totales de la mitad más pobre de China, unos 600 millones, representan apenas un tercio del total de emisiones del 10% más rico de Estados Unidos, alrededor de 30 millones. Igualmente, el 10% por ciento más rico de India contamina en promedio sólo una cuarta parte de lo que lo hace la mitad más pobre de Estados Unidos. Estos datos muestran que los estilos de vida son un factor determinante. Cómo se consumen alimentos, se utiliza agua y energía, se transporta o se eliminan desechos, e incluso cómo se practica el descanso o el esparcimiento, son asuntos claves. Por ejemplo, el uso de los aviones lo realiza(mos) solamente 2% de la población humana. Una cosa es producir alimentos de acuerdo con el sistema tradicional de los pequeños productores campesinos en circuitos cortos, y otro es el sistema agroindustrial que implica insumos, energía, fertilizantes químicos, transporte a largas distancias, transformación, congelamiento, empaque, etcétera.

      El modelo occidental, el buen vivir industrial, incluido el bienestar y por supuesto el confort, es en esencia un modo que dilapida y depreda mayormente los recursos del planeta, pero hay algo peor: es el principal causante de la contaminación de los gases de efecto invernadero que han afectado el equilibrio climático del planeta. El uso de los índices de la llamada huella ecológica permite calcular el impacto ambiental que provoca desde un individuo, una familia, una ciudad, un país y toda la humanidad. Mediante el uso de este indicador hoy es posible evaluar y medir los impactos que los diversos sectores de la sociedad tienen sobre el equilibrio del ecosistema planetario (Wackernagel y Rees, 1996).

      Otro estudio, realizado por Richard Heede, investigador del Instituto para la Responsabilidad Climática en Estados Unidos (Climatic Change, 2014) ha ido mucho más lejos (véase <link.springer.com/>). Este científico logró compilar durante ocho años una detallada secuencia de las emisiones generadas por 90 entidades dedicadas a la producción de carbón mineral, petróleo, gas y cemento. Su análisis abarca de 1854 a 2010, es decir, buena parte de la era industrial y ofrece datos de lo que cada entidad emitió en 2010 y las emisiones acumuladas durante su historia. El estudio revela que estas 90 compañías, que incluyen corporaciones privadas y públicas, son las responsables de nada menos que 63% de las emisiones acumuladas de carbón a la atmósfera. De la lista, las primeras 20 la encabezan, como era de esperarse, las gigantescas empresas de energía como Chevron, Exxon, British Petroleum, Shell, Saudi Aramco, Conoco Phillips, Peabody y Energy, pero también empresas estatales como Gazprom, de Rusia, la Compañía Estatal de Irán, Petróleos Mexicanos, Petróleos de Venezuela, Petro China y Sonatrach de Argelia. Esta veintena generó 30% de las emisiones de carbono y metano que van a la atmósfera.

      Durante una entrevista, el autor de ese estudio indicó que aunque existen miles de productores de gas, petróleo y carbón, “[…] los que toman las decisiones, los altos gerentes de las principales firmas emisoras, son pocos y caben en uno o dos autobuses”. Enfatizó un dato de gran relevancia: que la mitad de los contaminantes emitidos desde la revolución industrial ¡se generaron en los últimos 25 años!, es decir, cuando las corporaciones y los gobiernos ya sabían de la relación entre las emisiones y el calentamiento global. En suma, hoy asistimos, gracias a la información derivada de la investigación científica, a un escenario de mayor precisión y claridad. Este conocimiento, que ya es imposible ocultar o desaparecer, irá impulsando la conciencia y la acción de cada vez más ciudadanos. El desafío no tiene por qué perderse. ¡Somos 99% de la humanidad reclamando al 1% restante!

      ¿Es posible un ecocapitalismo, un capitalismo verde? ¿Puede una empresa ser exitosa y al mismo tiempo mantener prácticas que con rigor no afecten a la naturaleza? ¿Tiene un empresario entrenamiento para competir, derrotar y destruir, la sensibilidad para reconocer el aleteo de una mariposa? ¿Cómo hacer compatible la implacable lógica de producción masiva de una sola mercancía con el valor fundamental de la vida: la diversidad? ¿Y la carrera enloquecida por crecer que caracteriza a los negocios, no es acaso contradictoria con los procesos y ritmos naturales?

      Las preguntas han estado reverberando al menos por un par de décadas, y al parecer hoy estamos en posibilidad de responderlas. Las respuestas son todas negativas, a pesar de dos intentos —uno legítimo, el otro falaz— por demostrar lo contrario. Por un lado, un intento por justificar “científicamente” el papel ambientalmente positivo de la economía capitalista, ya sea mediante su comprobación explícita u ocultando o negando los efectos destructivos del capital. El primero atañe a todo lo que se ha escrito en torno a la llamada economía verde. Lo segundo tiene que ver con el alud de disfraces que usan para lavar la imagen de empresas y corporaciones y parecer ecológicamente correctas, una cosmética conocida como lavado verde (green washing), la orquestación de campañas para crear la ilusión de que las empresas son capaces de transformarse y de mutar hacia servicios o productos ambientalmente amigables.

      Dentro

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