Los civilizionarios. Víctor M. Toledo

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Los civilizionarios - Víctor M. Toledo

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Una de las obras seminales es el libro Natural Capitalism, de Hawken, Lovins y Hunter-Lovins publicado en 1999. El concepto central de esta corriente que intenta ofrecer una salida a la crisis ecológica de escala global es el de capital natural. Este concepto contiene la idea de que existe un “capital” embebido en la naturaleza, del cual depende toda posible riqueza y que en consecuencia deben adoptarse instrumentos inspirados en el mercado para resolver los problemas ambientales. La obsesión ha llegado a tal punto que un grupo de investigadores liderados por R. Costanza se dieron a la tarea de calcular en dólares el valor de la naturaleza. Y lo lograron. Para el mercado el capital natural del ecosistema planetario y sus servicios ambientales oscila entre 16 y 54 trillones de dólares al año (véase <http://www.esd.ornl.gov/benefits_conference/nature_paper.pdf>).

      Este estudio, tan inútil como absurdo, ha sido citado más de diez mil veces en la literatura científica.

      De esta visión surgió una práctica de salvamento, a ser ejecutada por empresarios y empresas:

      La mayoría de los negocios operan aún bajo una visión anticuada del mundo, que no ha cambiado desde el comienzo de la Revolución industrial. En aquella época los recursos naturales fueron abundantes y la fuerza de trabajo fue el factor limitante de la producción. En la actualidad, existe un excedente de trabajo, mientras que el capital natural, los recursos y sistemas ecológicos que proveen de los servicios que soportan la vida, son cada vez más escasos y relativamente caros. La próxima Revolución industrial, como la primera, vendrá como respuesta al cambio de patrón de escasez. Ella creará recuperación y nuevas oportunidades. Los negocios deben adaptarse a estos nuevos tiempos. Y eso es lo que están haciendo las empresas innovadoras (véase <http://www.natcap.org/>).

      El lavado de imagen o cosmética verde, es una estrategia publicitaria iniciado por las empresas para hacer creer que sus productos o acciones toman en cuenta la problemática ambiental, cuando en realidad sus negocios son altamente destructivos de la naturaleza. El término en inglés greeen washing fue introducido por el periodista neoyorquino Jay Westervel en 1986 a partir de una práctica hoy generalizada en muchos hoteles de contribuir a “salvar el planeta” evitando cambiar las toallas diariamente. Desde entonces la práctica de envolverse en un baño de pureza ecológica para vender sus productos o servicios se ha vuelto harto común en miles de empresas y corporaciones. En paralelo, los grupos de ambientalistas o académicos que se han dedicado a investigar estas actitudes fraudulentas se han multiplicado. En 2002, durante la Conferencia Mundial sobre Desarrollo Sostenible en Johannesburgo, la llamada Academia del Lavado Verde (Greenwashing Academy) otorgó premios a las entidades más sofisticadas en engañar a los consumidores. Los premios fueron otorgados a corporaciones petroleras como BP o la Exxon Mobil y al gobierno de Estados Unidos. Más recientemente, un estudio de 4744 productos anuciados en 2010 como ecológicos o ambientalmente amigables, reveló que 95% de ellos no lo eran realmente, es decir estaban mintiendo (véase <http://en.wikipedia.org/wiki/Special:Search/>).

      Mientras tanto, en la realidad la gran competencia global prosigue de una manera cada vez más intensa. En ella compiten las gigantescas corporaciones y los empresarios más ricos, por obtener las mayores ganancias posibles a partir de la explotación cada vez menos sutil de los trabajadores y la dilapidación de la naturaleza. El espectáculo que presenciamos es cercano a lo apocalíptico: el capital globalizado arrasa con todo, mediante megaproyectos turísticos, hidroeléctricos y energéticos, minería a cielo abierto, una pesquería que ha abatido las tres cuartas partes de los recursos marinos, ganadería extensiva, miles de sustancias tóxicas esparcidas, reducción de la biodiversidad (sólo la soya transgénica ha convertido más de 40 millones de hectáreas en una “fábrica” de una sola especie) y contaminación de la atmósfera. Lo que no hemos podido detener los ciudadanos del mundo, lo detendrá la naturaleza a través de las resistencias ecopolíticas que crecen y se multiplican por todo el planeta. El capital en su laberinto.

      ¿Se puede dudar de quienes se dedican a la noble tarea de defender, restaurar o conservar la naturaleza? ¿No acaso desde Francisco de Asís hasta las mujeres hindúes del movimiento Chipko en defensa de los árboles, todo amante de la naturaleza se considera respetable, digno, célebre? Y en la decadencia de los hacendados rusos, ¿no es Astrov el enamorado de los bosques, el único que mantiene el optimismo en la tragedia “El tío Vania” del dramaturgo Anton Chéjov? Y sin embargo, como veremos, este instinto profundo por la naturaleza que llevó al poeta y filósofo Henry David Thoreau a permanecer dos años en la soledad de un bosque de Nueva Inglaterra, hoy ha sido cooptado y magistralmente utilizado por las fuerzas ecodestructivas no sólo para autopintarse de verde sino también para generar una nueva ideología en las masas cautivas de los ciudadanos modernos. El fenómeno aparece tan paradójico como sorprendente, porque surge justo en una época en que la destrucción ecológica ha alcanzado sus máximos históricos, en razón de los impactos producidos por esos mismos agentes que hoy ofrecen compartir con nosotros, y por todos los medios, el glamoroso encanto de la ecología. Un estado de gracia en el que no importa quién lo realice sino que lo realice con el mayor colorido, entrega, elegancia, glamour y espectacularidad. Los actos siempre van engalanados de una atmósfera burbujeante que evoca antiguas filantropías y que, por supuesto, casi siempre aparecen en las exclusivas secciones de sociales de televisión, prensa, revistas.

      En plena era de la consolidación del capital corporativo, de la monopolización más brutal de que se tenga memoria, de los máxi mos históricos de inequidad social, la ecología se ha convertido en el acto de magia mediante el cual el carácter depredador de las corporaciones se trastoca en una sublime devoción para salvar plantas, animales, bosques, ríos, lagos, naturalezas y el planeta mismo. Y las limosnas que dedican a estos menesteres, pues lo invertido de sus exorbitantes ganancias apenas se ve con la lupa, se vuelven altamente redituables porque permiten ocultar garras, fauces y colmillos tras el disfraz de una nueva cruzada por la naturaleza, de un acto heroico para salvar el planeta. El resto se deja a la propaganda, al bombardeo mediático, todo bien aderezado por la puntual bendición de científicos famosos, reconocidos, banales o frívolos.

      El burbujeante atractivo de la ecología se encuentra por supuesto ligado con la posibilidad imaginada de construir un capitalismo verde. Ya en un número especial dedicado al tema, la revista Expansión afirmaba en su portada que “los proyectos ecológicos han dejado de ser una moda, para convertirse en un buen negocio” (7 de julio de 2008). La lista de empresas y corporaciones con campañas, acciones y programas verdes es interminable: de Exxon a Walmart, pasando por Coca-Cola, McDonald’s, Volkswagen, Ford, Kellogs, Bimbo y un largo etcétera.

      En México, las campañas verdes se han incrementado de forma inusitada. El fenómeno alcanza además niveles trágicos por cuatro razones: a) se vive la más feroz de las devastaciones sobre su naturaleza y su ambiente tal y como lo muestra el alud de proyectos mineros, energéticos, hidráulicos, turísticos, habitacionales, automotrices y biotecnológicos, realizados por corporaciones en complicidad con los gobiernos de todos los colores y de todas las escalas (“reformas estructurales” y anteriores); b) la resistencia política, periodística y académica a estos proyectos depredadores ha sido reprimida y de manera brutal; hoy existen decenas de verdaderos ambientalistas asesinados y líderes y activistas encarcelados de manera ilegal (presos ecopolíticos); c) porque para sus campañas los corporativos han logrado cooptar a luminarias de la ciencia mexicana dedicadas a esos temas (biólogos, ecólogos, conservacionistas), además de organizaciones no gubernamentales y oficinas de gobierno, y d) porque estas campañas que buscan eliminar pecados y culpas, soslayan no sólo los impactos ambientales sino también los escabrosos asuntos laborales y sociales como la explotación de los trabajadores y la supresión de derechos elementales (sindicatos, prestaciones, protección a menores y a madres). Lo que sigue es un primer repaso del glamour ecológico

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